Año Cero

Contra la realidad

No hay que engañarse, sea Joe Biden o Donald Trump quien quede electo el próximo 3 de noviembre, el triunfador será denominado como el presidente del Covid-19.

Septiembre siempre ha sido, al menos para mí, el punto de quiebre de los años. Superada la primavera y el verano, da inicio el otoño y el invierno. Pero realmente este mes supone la vuelta del curso, no solamente el escolar, sino el de la actividad en sí misma. Es el mes en el que da la impresión de que los relojes se han puesto de nuevo en marcha para que cada uno hagamos lo que nos corresponde, suponiendo que en esta era alguien sepa qué significa eso. Pero, antes de seguir con este artículo, quiero pedirles perdón por las veces que volveré a utilizar la palabra que define nuestra época: Covid-19.

Quiero ofrecerles una disculpa por no hacer el ejercicio de empeñarme a desear que el mundo sea como fue y no como lo es en estos momentos. Quiero pedir perdón por no ser capaz de superar lo que se espera de quienes nos autollamamos analistas, por parte de quienes nos hacen el favor de leernos. También me disculpo por no ser capaz de dejar atrás lo sucedido y de buscar sobreponernos ante este momento para poder construir una línea de pensamiento que ayude a salir de donde se está, o al menos que permita sobrellevar la situación actual mejor que como se está realizando.

Sí, todo cambió. Y el cambio se dio aquel día de noviembre del año 2016, cuando un especulador inmobiliario, con todos los desmanes posibles en la mano y siendo el representante de la anti-América institucional, se convirtió en el presidente de Estados Unidos. Sí, todo cambió ese día en el que –pese a que ya se veía venir y pese a que ya estábamos completamente ahogados en nuestra miseria, corrupción, en nuestra impunidad y bajo la imposibilidad de seguir viviendo– llegó al poder un personaje particular en la historia llamado Donald Trump. Hasta el día previo a las elecciones se tuvo la esperanza y el ejercicio de responsabilidad colectiva sin límite. Igual que como ha sucedido en el pasado, ahora somos incapaces de darnos cuenta de qué es exactamente lo que hemos hecho, pero, sobre todo, cómo es que hemos permitido que sucedieran los factores que nos han llevado hasta aquí.

Empieza un año, pero en realidad es mucho más que un año, ya que el anterior realmente jamás acabó, porque nunca antes pensamos que tendríamos los condicionantes que ahora tenemos. Porque, aunque se quiera seguir luchando contra la corrupción y pese a que eso sea una condición sine qua non para poder seguir viviendo, nada nos garantiza que la corrupción de estos tiempos no será todavía peor y más grave que la del pasado. Pero sobre todas las cosas seguimos lamentándonos por lo sucedido, porque por cada lágrima derramada por el ayer que leo y por cada planteamiento acerca de todo lo que perdimos, en mi cerebro sólo resalta una pregunta que es: ¿en dónde estábamos cuando permitimos todas las barbaridades que hicieron, que facilitaron que una situación como esta se presentara? Una situación en la que para muchos –y teniendo en cuenta las condiciones particulares– es más bárbara que cualquier otra.

Ya lo dijo la madre del rey Boabdil cuando éste perdió Granada: "no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre". Nosotros como país hemos perdido el norte y ahora es importante saber que este no es el tiempo ni de las grandes venganzas ni la noche de los cuchillos, porque aquí, a diferencia de los Nazis, de momento no tenemos camisas pardas que en la noche nos vayan a sacar de nuestras casas. Aquí simplemente contamos con el amanecer de una mañana, de una carpeta en la que repentinamente podemos pasar a ser enemigos del pueblo, tal y como sucedió en la época de Robespierre, donde todo aquel sospechoso se terminaba convirtiendo en enemigo de la revolución. Pero, aparte de eso, los pensadores, los viejos nombres y lo que constituía la galería de pensamiento ilustre y moderno está en un grave problema. Cuando les leo ya no sé de qué país están hablando, pero inmediatamente me acuden dos reflexiones.

La primera es que a estas alturas ya resulta innegable no darse cuenta de todo lo que ha cambiado, y aunque el Covid-19 ocupa todo, hay otras partes de la realidad a las que dedicamos poco tiempo, poco análisis y poca seriedad. Que no nos guste una cosa no significa que por negarla o por hablar de lo que hubo vaya a cambiar y ya en este momento empiezan a aparecer nuevos detalles que merecen análisis separados. Ejemplo de ello es la rebelión de las ambiciones dentro del propio grupo dominante.

Que en las propias entrañas del régimen empiecen a nacer elementos de discrepancia y de lucha por el poder es una buena noticia –no contra el régimen, sino en el sentido de que se trata de una recuperación del pulso político. Vivimos en un país que asiste todavía impresionado la carga de sus abusos, pecados y la encíclica de cada mañana en la que se nos repite una y otra vez lo que sucede, pero al mismo tiempo nos encontramos en un momento en el que nadie nos explica que nosotros podemos salir adelante ante la adversidad.

De momento la lista de los que van desapareciendo me asusta por dos razones. En primer lugar, si uno analiza bien la composición de las víctimas se dará cuenta que está compuesta mayoritariamente por los pobres. Se están muriendo los que menos cultura, medios y capacidad tienen. Pero, en segundo lugar y lo que es peor, se están muriendo quienes le creen a sus gobiernos.

La segunda reflexión que viene a mi mente es sobre lo que ahora significan biografías políticas tan fogueadas en todos los regímenes y bajo todas las corrupciones y compras –como lo sucedido con Anaya– que pueden poner en jaque mate al Movimiento de Regeneración Nacional, o también conocido como Morena, y que llevó al presidente Andrés Manuel López Obrador a donde está. Y es que viendo todo lo que está sucediendo a partir de aquí, ¿cómo debemos analizar la política? Porque si se controla todo y si los medios de comunicación han sido catalogados como los empresarios enemigos oficiales del progreso, del futuro y del régimen en realidad, ¿cómo serán las siguientes campañas electorales?

El Covid-19 se ha convertido en el gran elector. Ya sea por el número de muertos, por el desabasto o por el fracaso del sistema de salud global, esta crisis también acompañada por el hambre, la desgracia y el desempleo, nos ha condicionado de tal manera que ahora resulta imposible votar por alguien que no haya tenido nada que ver con esta situación. Mientras tanto, ¿a quién le tendremos miedo? Porque antes temíamos lo que pudiera suceder con las armas nucleares, de otra posible invasión por parte de los estadounidenses y, más adelante, en nuestro país empezamos a temerle a los cárteles. Pero hoy un pequeño bicho –que no se sabe bien dónde fue inventado ni por quién y del cual estoy seguro que ya existe una vacuna– es el que realmente ha conseguido ponernos de rodillas, nos ha quitado la posibilidad de poder proyectar el futuro y curiosamente se ha convertido en un gran depurativo colectivo universal.

Cuando me pongo a pensar sobre qué fue lo que hicimos mal, levanto mi mano y digo: yo fui cómplice de lo que pasó y de aquello que permitió que llegara lo que hoy tenemos. Aunque a estas alturas la gran pregunta que hay que hacerse es: ¿el Covid-19 será purificador? Y es que no hay que engañarse, sea Joe Biden o Donald Trump quien quede electo el próximo 3 de noviembre, el triunfador será denominado como el presidente del Covid-19.

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