Esta situación no se asemeja a cuando se cantan rancheras y se pide o se da “la última y nos vamos”. Que, como dice el tango de Gardel, “que es un soplo la vida. Que veinte años no es nada”. Efectivamente, todos sabemos que la vida es efímera y que los momentos ni las situaciones duran para siempre. El poder se obtiene, se gana, pero el poder… también se acaba. Toda historia, por muy fantástica o increíble que pueda ser –o pretender ser– tiene un epílogo y un final. Y así, siguiendo la más pura lógica de los ciclos, el sexenio llega a su culminación.
En estos momentos nada me gustaría más que saber qué es lo que de verdad pasó por la mente del presidente López Obrador durante la jornada electoral del día de ayer y cuáles fueron los pensamientos que tuvo en el amanecer de este nuevo día. Sabemos que él es un hombre de fe, tan siquiera en sí mismo. Lo que nunca sabremos es si su fe alcanza como para subsistir y seguir su camino sin ser el centro del mundo.
La pandemia me enseñó muchas cosas. En el periodo de confinamiento me di cuenta de muchos aspectos terribles de mí mismo. Me di cuenta de que la verdadera razón por la que no había hecho grandes cambios estructurales en mi vida no era porque no podía, sino porque sencillamente no los había querido hacer. La pandemia también me enseñó que, a pesar de llenar cientos y cientos de páginas contando lo que yo haría y lo que haríamos con la familia, resultaba que la familia era también otra asignatura en la que para la mayoría de nosotros era absolutamente imposible triunfar.
El problema somos nosotros. Siempre somos nosotros. Pero, aunque parecía mentira, aquí estamos y aquí seguimos. A pesar de que algunos tenían la esperanza o la desesperanza por momentos de que no llegaríamos hasta este punto, ha sucedido. En el camino han quedado todas las especulaciones sobre si se terminaría el sexenio o no o si de verdad era posible que, con su voz –no de trueno, pero sí del sur de México–, todas las mañanas pudiera ser capaz de poner a temblar, soñar y sufrir a su pueblo. Todo eso y mucho más pasó.
Hoy es el primer día sin que López Obrador compita directamente con el Sol. Es el primer día en el que, como pasa en los amaneceres, va desapareciendo esa extraña mezcla y evolución de colores hasta que finalmente la luz y el Sol sale y comienza un nuevo día. No sé si nosotros los habladores, la comentocracia, los periodistas, los políticos podremos vivir sin la sombra tan importante, tan decisiva y definitiva del que siempre tuvo otros datos.
La ley dicta que, a partir de este momento, al presidente López Obrador le quedan tres meses en el cargo y para volver –si quiere– a quitarnos el sueño o a darnos el sueño, según se mire. Sin embargo, quiero extrapolar lo que significa su inmediato futuro. Y es que en caso de que su inmediato futuro se termine por convertir en lo que él ha dicho que sería, nuestro devenir también se verá beneficiado o perjudicado. La primera persona que verá condicionados su presente y futuro es la triunfadora –según se mire– de ayer. Creo que haber sobrevivido a una campaña tan larga –que comenzó la noche en la que ganó la gubernatura del Estado de México– le da a la doctora Claudia Sheinbaum un carácter de resistencia y de persistencia.
En un país donde nos gusta tanto hablar y donde la retórica –o el amago o la falta de ella– es un elemento diferenciador, hoy quien se ha visto verdaderamente beneficiada es la que supo aprovecharse de los errores ajenos. No sé cuántos aciertos habrá tenido la hoy electa presidenta de México, lo que sí sé es que sus errores fueron contados y que cumplió a la perfección con el papel y la misión que debía desempeñar, que era asegurar la continuación de la cuarta transformación. López Obrador puso el primer piso, ahora es turno de la doctora Sheinbaum de elevarse y de consolidar el segundo. Ya veremos qué tan cerca estará soplando el aliento en su nuca de quien hasta aquí es a quien todo se lo debe.
Hoy, por primera vez en su historia, México ha elegido a una mujer para que guíe al país por los próximos seis años. Espero y deseo que la silla del águila no sea misógina. Deseo y espero que todas esas leyendas que tenemos sobre los machos latinos y mexicanos no se cumplan. Como decimos en nuestro país, la jefa es la jefa y a la jefa se le respeta. La nueva presidenta electa tiene los mismos condicionantes para mandarnos que lo tuvo cualquier hombre, viniera de donde viniera y fuera quien fuera.
Ya habrá tiempo para que los historiadores –que podemos serlo cualquiera de nosotros– saquemos el balance. Anhelo que dichas cuentas y análisis las podamos sacar con una sonrisa en la cara y no con una explosión de furia sobre lo que significó el sexenio de la 4T de López Obrador. En este momento, mientras el INE va colocando las cifras en orden –y aquí no quiero extenderme mucho básicamente porque en el tiempo en el que esto ha sido escrito ni siquiera el PREP ha terminado su trabajo–, lo que considero necesario hacer es echar un vistazo al panorama que se plantea tras la batalla.
Es momento de pensar en la frase que Wellington le dijo a Napoleón tras la batalla de Waterloo: “Nada excepto una batalla ganada puede ser la mitad de triste que una batalla perdida”. Derrotar a un hombre como Napoleón, que había cambiado la historia de todo el continente, había sido un hito que sólo el duque de Wellington podía presumir. Sólo hay una cosa superior a la tristeza de la derrota que es la soledad de la victoria.
No sé si la historia justificará la importancia que tuvo el hecho de poder llevar a cabo 24 años de una campaña electoral sin fin y, sobre todo, la verborrea, la dialéctica y las palabras, millones de palabras, lanzadas como única forma de gobierno en las mañaneras. Durante seis años, días tras día y fallando sólo en causas de fuerza mayor, el presidente López Obrador hizo de sus apariciones matutinas su mejor demostración de efectuar el poder. Con excepción de los domingos –aunque hubo unos que sí realizó apariciones–, el líder de la cuarta transformación se dedicó a salir en las pantallas de nuestras televisiones, celulares, computadoras o cualquier otra forma en la que se le pudiera sintonizar para dar el recuento y panorama de la realidad del país, su realidad. No importaba si estaba de viaje –que fueron muchos por el interior del país, pero contados fuera de nuestras fronteras–, él siempre encontró la forma de estar presente y latente en nuestro subconsciente.
Llegado al fin de su mandato, ¿cómo vivirá y experimentará el silencio el dueño de los otros datos? ¿Qué sentirá al saber que su voz pronto dejará de ser el látigo que mueve nuestra sociedad y ante el hecho de que ya no sólo él compite con el Sol? ¿Descubrirá lo que significa reconstruirse sobre la base de unos libros y mirar con simpatía el trabajo de sus hijos políticos en el seguimiento de su legado? ¿O se sentirá mal al ver que por mucho que él lo haya intentado ellos no serán capaces de honrar el compromiso que al parecer le habían jurado? Será interesante ver cómo él, que es todo; que es el principio y el fin; la máquina de la carretera; el tren y el avión que los trajo hasta aquí; vivirá la nueva etapa del país y del pueblo que pronto dejará de liderar.
Hoy empieza el inicio del fin. Hoy, tras su última noche de poder absoluto, ya no es la única verdad. Y en estas horas que para uno son el fin y para la otra es el comienzo me es inevitable preguntarme: ¿qué estará pasando por su mente y cómo estarán viviendo este ocaso que, a su vez, es el inicio de una nueva historia?