Año Cero

Poder sin fin

López Obrador realmente podría pactar con Donald Trump –en parte– el destino final de la elección del próximo 5 de noviembre en la Unión Americana.

El quinto jinete es una figura de reconocida existencia y presencia en la mayor parte de las catástrofes de la humanidad. El mundo tiene mayor conocimiento de los cuatro jinetes, aunque en las ocasiones en las que se presenta el quinto es cuando la situación acaba siendo un completo desastre. Estando a días de dar inicio a las campañas electorales –y dando continuación a la campaña que comenzó en el año 2006 con la misma idea, el mismo protagonista y la misma intención–, claramente se puede ver que no hay dos planos ni pistas en el circo… sólo hay una. Y es que, con independencia de ir y venir, de hacer mítines, de darle besos a los niños o de la interminable costumbre de prometer apoyos sociales –todos consagrados como derechos constitucionales–, la verdadera campaña consiste en terminar definitivamente lo que es para el presidente López Obrador el mayor culpable de todas las desgracias de su vida.

Los neoliberales y el neoliberalismo. A ojos del líder mexicano, ese caduco y decadente sistema, acostumbrado a medir la vida de la gente por elementos tan claros como pueden ser sus expedientes académicos o los logros obtenidos en sus vidas, es el verdadero culpable de que el país haya sido desangrado, estafado, robado y martirizado. Para López Obrador, quienes le precedieron y pusieron en práctica este tipo de gobierno basado en una ideología y sistema que simplemente no tiene cabida en su administración, son la fuente de todos los males mexicanos. En su gobierno no existen más responsables de las desgracias más que todos aquellos que van en su contra o en contra de su cuarta transformación. En su administración no hay más responsable de todo aquello que a sus ojos pudiera parecer como una salvación divina, que su propia figura. Él es el principio y el fin. Con él inició una nueva historia en nuestro país y, visto lo visto, no terminará hasta que así él lo decida.

No obstante, los datos –los otros– reflejan una realidad completamente distinta a la que, mañanera tras mañanera, el Presidente busca convencer a los mexicanos que sufrimos las consecuencias de sus actos. Desaparecieron las medicinas, la violencia ha subido a límites inimaginables y el orden y las leyes son elementos cada vez más ausentes y a la espera de su correcta aplicación. Con sus iniciativas, eliminación de programas y propuestas de reforma poco a poco se ha buscado tener un número cada vez mayor de pobres que dependan de la beneficencia pública. Aquí de lo que se trata es de sobrevivir con un claro concepto ideológico y espiritual, que significa luchar –afortunadamente sólo de momento y esperemos que así siga siendo, menos con respecto al tema del crimen organizado– sólo de forma dialéctica contra los enemigos.

¿Quiénes son los enemigos de López Obrador y de este régimen? Los decadentes, los caducos y todos aquellos que han sido formados al amparo de unas leyes y de un sistema que impedía instaurar todo lo que el líder del pueblo quería plasmar en su pueblo sano, sabio y libre. Quien ostenta el poder en México se ve a sí mismo como una especie de salvador que vino a romper con las cadenas que oprimían al pueblo mexicano y llevarlos por un camino, si bien no de desarrollo ni de crecimiento, sí por un camino liderado y marcado por el dedo divino de su líder.

A estas alturas no es necesario cuestionarse mucho sobre cuál es la opinión y punto de vista de la candidata Sheinbaum sobre lo que está sucediendo en las vísperas de las elecciones. Suponemos –y esa es una condición del juego– que piensa exactamente en la misma dirección que se le indica. Y es que, de lo contrario, eso significaría una de dos cosas: o defiende todos los proyectos presentados en la tarde del pasado 5 de febrero –Día de la Constitución mexicana– como el mayor cambio estructural legal propuesto en los últimos años en nuestro país; o bien significaría que el Presidente se equivocó al designarla; o, ella se equivocará si no sigue a pies juntillas, al menos en el primer año, lo que le han impuesto como su programa de campaña de gobierno, de vida y de existencia.

Debemos ser iguales para poder retirar nuestros cheques del Banco del Bienestar. Vamos a crear un sistema donde, imagíneselo, entre nosotros tendremos que elegir a los jueces y quiénes serán los responsables de aplicar la justicia en nuestro país. No hay ninguna posibilidad de campaña fuera de lo dictado, esto es lo que hay y no hay dónde ni qué escoger. O se siguen los parámetros y las propuestas casi como si se tratara de los 10 mandamientos dados por Jehová a Moisés, o realmente uno será comido por el foso de los que siguen adorando al becerro de oro, tal y como sucedió cuando Moisés libró a su pueblo.

Mientras esto se desarrolla en un frente, ¿qué hacen todos los demás? Para empezar, no se pueden seguir hundiendo en el juego, en el guion ni en el uso de las palabras que les impone quien tiene tan claro en la cabeza que su sexenio, su política y lo que ofrece es el cambio total y la destrucción completa del sistema que nos trajo hasta este punto. Todos queremos cambiar para bien, el problema es que o realmente el humanismo mexicano –tal y como lo cataloga el Presidente– triunfa y los nuevos mexicanos somos capaces de vencer los pecados de la soberbia, la codicia y la lujuria, o imagínese lo que significaría cuando entre los ciudadanos tengamos que elegir al juez que nos tendrá que juzgar.

¿Qué podemos hacer ante un desafío tan grande? Sólo queda un camino y sólo queda un remedio. Si estás de acuerdo, defenderlo. Si estás en contra ir, oponerse y hacer una campaña explicando de verdad lo que significan las propuestas de la contraparte, pero, sobre todo, expresar la voluntad de cambio en las urnas el próximo 2 de junio.

Con independencia de lo que significa jugar con las cartas tan marcadas y bajo el hecho de que, al final, la campaña y el programa será el que promulgó el presidente López Obrador el día 5 de febrero y no hay nada nuevo qué ofrecer, la gran pregunta que hay que hacerse es: ¿en qué momento está prevista la desconexión? Eso si es que se ha pensado en que va a haber algún tipo de disociación entre la elegida a ser la candidata y quien la eligió. ¿Cuál es la capacidad y libertad de juego de la cara puesta en el póster para ser presidente en medio de un programa tan cerrado y radical? ¿Será que no lo va a cumplir? No hay que negarle la astucia política al Presidente, siempre ha sido el más astuto. Ahora esa astucia la tiene que usar para varias cosas, no todas ellas fáciles.

Lo primero que López Obrador tiene que asegurar es que, en estos meses y una vez concluido su mandato, no haya el lógico vaivén de la exigencia política que normalmente se puede producir en un cambio como este. Segundo y muy importante, tiene que lograr mantener entretenido y domado al león estadounidense. López Obrador realmente podría pactar con Donald Trump –en parte– el destino final de la elección del próximo 5 de noviembre, para lo cual bastaría con que abriera la frontera para inundar, ahogar y precipitar al gobierno demócrata y a Biden por el despeñadero. El problema es quién le puede dar más garantías personales a él, si Trump –que ya sabe cómo es– o Biden que, con todo, si vuelve a ganar tendrá más capacidad de garantizar de lo que en principio –y pese a lo que le prometa Trump–se le puede dar.

En cualquier caso, las nubes que se proyectan sobre las dos elecciones, tan interrelacionadas entre sí, están formando lo que es el cúmulo de las tormentas. Por una parte, hay que ver hasta dónde, cuándo y cómo aguanta la candidata Sheinbaum y hasta qué punto por servir un bien superior –que en este caso es el programa político del presidente López Obrador– ella está dispuesta a ser sólo una servidora del señor. Por el otro lado, por la otra elección, poco a poco camino de convertirse casi en las mismas elecciones habrá que ver cuánto aguanta la situación de conflicto abierto –interno en primera instancia, pero también con repercusiones e injerencias externas– frente a un presidente que, sin serlo y con únicamente las ganas de volver a ocupar el Despacho Oval, tendrá como elemento clave el tema migratorio. Donald Trump y Joe Biden tendrán que descifrar en los próximos meses de qué manera tratarán el tema tan importante que es la migración en sus discursos de campaña. Pese al acuerdo alcanzado entre demócratas y republicanos sobre el tema migratorio, bastaría de una decisión de hacer saltar por los aires los esfuerzos hechos para que todo el panorama cambie. En pocas palabras, al final todo se trata de destruir.

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