Año Cero

Un año sin paz

El todavía presidente de México ha conseguido, entre otras cosas, que la palabra ‘paz’ sencillamente haya desaparecido de nuestro vocabulario cotidiano.

En un abrir y cerrar de ojos –que para algunos pareció muy poco para lo que se pretendía lograr y a otros más bien se hizo eterna la espera– llegamos al último año del sexenio de Andrés Manuel López Obrador y su cuarta transformación. En unos meses no solamente habrá culminado un nuevo ciclo político en nuestro país –que dio inicio el 1 de julio de 2018 y se colocó en un lugar privilegiado de la historia de México al lograr ser el que mayor cantidad de votos ha conseguido–, sino que también supondrá el inicio de un nuevo rumbo. Entre mañaneras y una constante desacreditación a todo aquel que no estuviera de su lado, la administración de López Obrador ha sido un verdadero parteaguas en la vida nacional.

El todavía presidente de México ha conseguido modificar completamente las estructuras que sostenían al país y, entre otras cosas, ha logrado que la palabra ‘paz’ sencillamente haya desaparecido de nuestro vocabulario cotidiano. Pero lo que es preocupante es que México no es un caso aislado. En la actualidad no hay paz en el mundo. Si usted analiza cualquier región del mundo –con unas claras y contadas excepciones–, se dará cuenta de que la mayor parte del planeta se encuentra en conflicto. No hay paz en Estados Unidos. No hay paz en Europa. Tampoco la hay en Medio Oriente ni en muchas zonas del continente africano. Pero lo que es aún más preocupante es que no hay esfuerzos visibles y destacables para instaurar el equilibrio y la armonización entre las naciones.

Aunque técnica y estrictamente aún no se puede hablar de que el mundo esté en guerra, debido a la extensión, la polarización interna de los países y la creciente tensión que se puede analizar en cada situación, es posible afirmar que este momento es amenazante y con un enorme peligro. Si bien Europa, con la crisis entre Ucrania y Rusia y Medio Oriente con el conflicto entre árabes y judíos, está técnicamente en una situación de guerra, no hay que olvidar que el incendio europeo –como se ha visto en la historia– es altamente inflamable y puede propagarse rápidamente. En este punto es necesario recordar que las guerras se originan –entre otros factores– por una lucha territorial, así como también conviene no olvidar que basta una mala decisión o una mala interpretación de un movimiento para que todo se salga de control en cuestión de segundos.

En los últimos seis años el mundo ha cambiado tanto que incluso se han modificado los tableros geopolíticos y geoestratégicos. Cuando inició el sexenio, en 2018, existían dos claras potencias económicas y que apuntaban a liderar el rumbo del mundo, me refiero a Estados Unidos y a China. Acontecimientos como la guerra de Ucrania, protagonizada por Rusia, o el impresionante surgimiento demográfico y económico de India, ha provocado que el balance global obligue a pensar que actualmente existen más de dos potencias capaces de inclinar la balanza del futuro económico, político y social del planeta.

No me gustaría centrarme a analizar lo que significa el descuento y desgrane inevitable de lo que ha significado la modificación y, en parte, erradicación de las estructuras en México. Eso debe corresponder al análisis intrínseco del balance que se hará sobre este sexenio, con los datos correctos y sin matices al momento de sacar conclusiones. Lo que es evidente a estas alturas es que muchas cosas han cambiado –no necesariamente para bien– y hemos llegado a un punto en el que, más allá de lamentarnos por lo sucedido o por lo que hizo falta hacer, no queda más remedio que enfrentar a la realidad.

El primer paso para poder cambiar o mejorar algo es aceptar el estado y la situación actual. Y así como hacía mucho tiempo que el mundo no se encontraba en un panorama rodeado y protagonizado por múltiples conflictos que se están desencadenando de manera paralela, así hay que también ser conscientes de que si ha habido un momento en el que el diálogo y las agendas deberían estar centradas en asegurar la paz, es este. No obstante, tenemos un mundo en el que se habla de altos de fuego, de cambiar, de destruir y de modificar todo de raíz. Se habla de todo… menos de paz.

En el caso de México es necesario ser conscientes de que, pase lo que pase el próximo primero de junio, ya nada será igual. Y yo sigo teniendo la sensación de que en las próximas elecciones hay un verdadero jugador clave que es el mismo que ha estado intentando ganar toda su vida. Esa persona curiosamente no es la o el que pudiera ganar las elecciones y ser nombrado como líder del país, sino que de quien se trata es del Presidente en turno y que está por salir. Lo que López Obrador haga de aquí al próximo año es de suma relevancia y marcará en gran medida el futuro próximo de nuestro país, de ahí que sea muy importante dedicarle el debido análisis y estudio a sus acciones y estrategias políticas.

En la culminación de este año muchos ciclos están también llegando a su fin, pero, sobre todo, ha sido hasta este año cuando verdaderamente hemos visto la luz al fondo del camino de lo que supuso el mayor cambio que hemos sufrido las personas, que fue la pandemia del covid-19. El coronavirus no sólo trajo consigo muerte, desolación y una fuerte crisis social, económica e incluso política, sino que fue capaz de encerrarnos y obligarnos a enfrentarnos a nuestras realidades.

El covid-19 provocó que todos los seres humanos del planeta pusieran llave a las puertas de sus casas y se vieran de frente con la realidad que habitaba en sus propios hogares. Para algunos afortunados esto fue un alivio ya que les dio el tiempo necesario para recuperar todos los momentos perdidos a lado de su querida familia, pero para muchos otros esto fue un verdadero suplicio que no hizo más que sacar a relucir la oscuridad y triste situación a la que se enfrentan día con día. Durante muchos años mucha gente decía que su sueño era poder llegar a un punto de la vida en el que tuviera tiempo de sobra. La pandemia no sólo nos aisló y nos llevó a los límites de movilidad y de salud, sino que otorgó ese regalo tan ansiado que fue el poder disponer del tiempo necesario y que tanto habíamos pedido. Curiosamente, nos dimos cuenta de que en realidad eso no era suficiente.

Llegará el día en el que los expertos saquen los verdaderos resultados y consecuencias de lo que ha sucedido desde que se registró el primer contagiado en Wuhan, en 2019. Llegará el momento en el que la historia juzgará los crímenes cometidos por unos y por otros y por todas las injusticias y guerras que se están desencadenando a lo largo del mundo. Mientras ese momento llega, es importante voltear la vista al presente y analizar minuciosamente los consecuencias y efectos inmediatos que cada vez son más notorios y difíciles de contrarrestar.

El 2024 será un año de oportunidades, pero, sobre todo, de cambios. En primera instancia, será un año en el que las elecciones paralelas tanto en México como en Estados Unidos serán el principal foco de atención. Habiendo tantos temas en disputa y debate, será interesante e importante prestar atención a lo que propongan unos y otros. Aunque en lo que más nos debemos enfocar y lo que más debemos exigir es la formulación de propuestas y estrategias que aplanen no sólo el camino del desarrollo, sino que realmente lleve a un estado de paz y armonía entre las sociedades.

Habrá cambios imperceptibles sobre los que nadie hablará, aunque habrá otros que será imposible no notar. Habrá cambios en la forma en la que interactúan las sociedades, cambios sobre la percepción del mundo y la diplomacia entre las naciones, cambios de todo, aunque lo que es cierto es que lo peor se quedará permeando en el ambiente. Uno de estos cambios también será la modificación de las estructuras del poder –por lo menos en México y en Estados Unidos– y se efectuará en medio de lo peor de cada sociedad. No se puede vivir sin esperanza. La esperanza es confiar en que las cosas mejorarán. El tema está en que ahora es tan larga la lista y tan importante los cambios estructurales que hay que hacer, que en lo que nos tenemos que poner de acuerdo es sobre qué cosas –más allá de la coyuntura política de un sexenio– deben morir y por qué cosas verdaderamente tenemos que luchar por restaurar.

Esta columna volverá el próximo lunes 8 de enero. Mientras eso sucede, parece que lo único sensato que se puede desear y a lo que es posible aspirar es a ser capaces de encontrar –tanto en lo político como en lo económico y lo social– un espacio para poder seguir viviendo.

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