Año Cero

Las fotos amarillas

Las dos candidatas a ser presidentas ya han presentado su álbum de fotos de personas que han tenido un papel muy importante en la historia de nuestro país y en algún momento fueron importantes en la estructura de gobierno de la nación.

Toda campaña política –más si es presidencial y si se trata de una campaña en la que se elegirá a cientos de nuevos funcionarios públicos– siempre está hecha bajo la combinación entre lo que será novedad y lo ya conocido por los votantes. En los recientes comicios a lo largo de Latinoamérica –y también en muchas otras partes del mundo, como sucedió hace poco en los Países Bajos– las sociedades están demostrando una tendencia de cambiar sus preferencias e ideologías electorales de manera radical cambiando de un extremo a otro. El uso, y muchas veces el abuso, de la naftalina y de las fotografías amarillas acaba siendo una constante sobre lo que fue el pasado inmediato del país en cuestión.

Las dos candidatas y aspirantes a ser presidentas de la República mexicana, tanto la doctora Sheinbaum como la senadora Xóchitl Gálvez, ya han presentado su respectivo álbum de fotos. Ambas han llevado a una serie de personas que en los últimos 30 años han tenido un papel muy importante en la historia de nuestro país y, no importa cuántos tintes de pelo tengan, lo que es cierto es que en algún momento fueron –con distintos regímenes neoliberales y de todo orden– muy importantes en lo que era la estructura de gobierno de la nación.

Asombra y se comprende que el futuro tenga que estar construido sobre el pasado. Aunque, en el fondo, las fotografías de estos últimos días en las que se presenta a los equipos de cada una de las contendientes, y que han sido objeto de debate, son un buen recuento sobre qué es lo que ha venido sucediendo en las últimas décadas en el país. Salvo puntuales excepciones, como la decisión de incluir a sus hijos en su equipo de precampaña por parte de Xóchitl Gálvez, o el omnipresente Omar García Harfuch, que se unirá a las filas de Claudia Sheinbaum, hay muy pocas novedades y aportaciones en ambos equipos. La razón no radica en la falta de propuesta de un cambio, sino porque, en el fondo, ese álbum de fotografía está destinado a explicarle al pueblo mexicano quiénes los apoyarán en la tarea de configurar o formular las debidas propuestas de gobierno. Sin embargo, no hay ningún compromiso sobre que ellos sean quienes gobiernen ni mucho menos sobre que las propuestas que se hagan en medio de tanta naftalina y fotografía amarilla puedan servir para estructurar el futuro del país.

No hay que engañarnos y, sobre todo, no hay que engañar a los demás. Estando tan cerca de terminar el año y a minutos de que inicie el año decisivo de la elección, lo que está claro es que no es el momento de ver, proyectar y jugar al tema de las encuestas o a la colocación de estampitas para determinar quién ganará la Presidencia. No obstante, este sí es el momento de entender a qué verdaderamente están jugando las partes involucradas. El presidente López Obrador, que tiene el mismo entusiasmo que tenía cuando inició su camino hacia la Presidencia de México, tiene muy claro que lo que suceda en la Ciudad de México podría afectar tanto su futuro inmediato que él mismo ha bajado a la arena. López Obrador ya está articulando la estrategia para que su candidata Clara Brugada y los suyos cambien el panorama de una vez por todas y afiancen su continuidad en la jefatura de la capital.

En México existen muy pocos sitios en los que se siente la organización y participación civil para conseguir un cambio y ser parte de ello, como es el caso de la Ciudad de México. En el fondo, todos los partidos que tienen injerencia o están involucrados de una u otra forma en la contienda son conscientes de que –más allá de la Presidencia, que es la cereza del pastel– existen bastones políticos que son de suma importancia, entre ellos la llamada CDMX. Pero este no es el único objetivo electoral que tienen en el radar los partidos, ya que –independientemente de los puntos de ventaja que actualmente existen entre una candidata y otra– también saben que la gran batalla electoral se librará en el Congreso y en el camino por alcanzar la tan ansiada mayoría de éste. Mientras se define quién será la candidata que alcance la Presidencia del país la apuesta radica –cosa que desde mi punto de vista la oposición ha sabido anticipar adecuadamente– en que será muy difícil que Morena alcance la mayoría absoluta que tuvo con López Obrador y que ahí tienen que centrar sus esfuerzos.

En México –como en otros tantos países alrededor del mundo– existe un sistema de contrapesos políticos dividido por poderes. Llegar a ser presidente del país no garantiza el poder absoluto ni la actuación libre y sin la necesidad de rendir cuentas. En nuestro país, la capacidad de promulgar iniciativas de ley y, más importante que ello, el poder de aprobarlas por mayoría en el Congreso, es uno de los elementos más importantes para poder ejercer y cumplir con los deseos de cada gobernante.

El futuro inmediato de nuestro país y de casi todos los países depende de las votaciones y éstas harán que todo lo que hemos vivido en el último año –básicamente en torno a la justicia– o bien tome cuerpo y se consolide el final de nuestro sistema de separación de poderes, o bien, si no consigue asegurar el número necesario de diputados y senadores para cambiar la Constitución, todo se quede en una en una carta –en este caso a Santa Claus– para cambiar el país. Aunque estando a meses de que concluya el sexenio, sigue sin estar claro –más allá del incremento de los números sobre la violencia, del abandono en el posicionamiento internacional del país o de la eliminación de la máxima institución electoral– cuál era el verdadero cambio que buscaba hacer López Obrador y su cuarta transformación en nuestro país.

Aunque la historia indique y lo haya demostrado, no es necesariamente malo ser un país de un solo hombre. Pero lo que sí es verdad es que todos debemos prepararnos para una batalla electoral que, por primera vez en muchos años –y en contra de lo que fue la gran victoria del pueblo de México–, se disputará en medio del vacío institucional. Ni el INE hoy es lo que era ni la estructura de defensa jurídica de las posiciones políticas son las que eran. El principal objetivo por batir como el acto testimonial del final de la ‘4T’ en este sexenio es el cambio, sobre todo, de la estructura de la separación de poderes. Este es un principio que no se lleva, no se comparte y no se aplica. No hay por qué separar los poderes que ya están separados, el que manda tiene un lóbulo izquierdo y uno derecho y, por lo tanto, quiénes somos los demás para tratar de imponerles que su mando se vea limitado por una estructura política, jurídica y constitucional que, a fin de cuentas, tiene más de un siglo de existencia.

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