Año Cero

Haciendo el mapa del siglo 21

En la nueva realidad del mundo debemos decir adiós a la ensoñación de poder prescindir del petróleo, del carbón o del gas en un futuro próximo.

En 1911 Winston Leonard Spencer Churchill –quien en ese entonces fungía como primer lord del Almirantazgo– tomó la decisión de cambiar el carbón como combustible de la flota naval imperial por petróleo. Y a partir de ese momento, todo el mundo fue configurado con una estructura que hoy, aun en el año 2023 y más de 100 años después de ese hecho, sigue siendo la herencia directa de cómo se entendió la aplicación de esa decisión. A partir de esa decisión comenzaron a conformarse las características y las bases de desarrollo más importantes del siglo 20 y, por lo que se ve, también del siglo 21.

Arthur Balfour también fue primer lord del Almirantazgo en 1915 y ministro de Asuntos Exteriores de 1916 a 1919, justo en el desarrollo y fines de la Primera Guerra Mundial. Este político inglés fue el gran arquitecto de la consolidación del mundo tal y como lo conocimos del siglo 20 y como se vuelve a reconfigurar a partir del siglo 21. En ese entonces, Balfour fue capaz de saber que Inglaterra no podría mantener ni su Armada ni su poderío si no controlaba territorialmente los territorios donde yacía el petróleo. De ahí que se dedicara a estudiar muy bien la península arábiga, el paso de los Dardanelos, el estrecho de Ormuz, así como también se dedicó a estudiar qué nuevos países, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, tenía que crear o controlar Inglaterra para mantener el dominio del petróleo, independientemente de los factores externos. En función de eso, nació Arabia Saudita y la Casa de Saúd encontró en los ingleses un aliado en la lucha contra el Imperio otomano.

Como consecuencia de lo anterior y teniendo como objetivo explotar los yacimientos descubiertos en la zona, se construyeron los primeros trenes en el Golfo Pérsico, así como el establecimiento de las zonas en la cuales se explotaría y obtendría el petróleo de la entonces Persia, hoy Irán, y herederos del recurso. El trazo hecho en su momento por Balfour tuvo tanta importancia que hoy, más de 100 años después, sigue vigente.

En 1917, la Declaración Balfour, promulgada por el gobierno británico, significó el apoyo formal de los ingleses para darle un hogar nacional al pueblo judío en Palestina. Pero no fue hasta años después de haber trazado el mapa de distribución de energéticos por Oriente Medio, específicamente en 1947, cuando la ONU tomó la decisión de aprobar la Resolución 181 –también conocida como el Plan de Partición de Palestina–, el cual dividió el territorio en dos Estados, uno árabe y otro judío. A estas alturas ya todos sabemos que sin la “ayuda” de Adolf Hitler y sin el “sacrificio” de entre 5 y 6 millones de judíos que perdieron la vida en el Holocausto, el pueblo de Israel aún seguiría anhelando regresar a su tierra prometida. Sin embargo, la estructuración que tanto el Golfo Pérsico como Oriente Medio y la península arábiga sufrieron fue de tal magnitud que luego fue acompañada por la reimplantación de tribus, de mercaderes y traficantes de esclavos y cabras que se encontraron –como en su momento le pasó a la Casa de Saúd con el trono de Arabia Saudita– con un completo desorden.

Según los expertos, el petróleo ha sido el elemento que más ha aportado a la movilización y transporte del ser humano. Desde que se dejó de usar el carbón como principal recurso energético, el petróleo ha acompañado a las personas en cada descubrimiento o mejora de sus medios de traslado y tecnológicos. Aunque, como está escrito en la naturaleza humana, lo que primero alabamos luego tendemos a satanizarlo, así también les llegó su crítica exhaustiva a los combustibles fósiles. Sin embargo, hoy, después de culpabilizar a los elementos fósiles de la destrucción del clima, después de haber vivido arrastrando el desnivel que significa la contaminación producida por el consumo masivo de productos fósiles en manos de los grandes países –es decir, Estados Unidos, los países europeos y, hasta cierto punto, Rusia– se vislumbra un asunto aún pendiente por resolver. En los últimos 40 años, hay dos países que destacan entre los que se han sumado a la producción de energías basadas en elementos fósiles. Sumados, estos dos países reúnen el 25 por ciento de la población mundial. Saber qué hubiéramos sido sin el petróleo –para bien o para mal– es una cuestión imposible de responder.

En la actualidad, China e India son los países que consumen la mayor cantidad de productos fósiles contaminantes en el planeta. Son dos naciones a las que Occidente ya les ha reiterado en diversas ocasiones que no tienen derecho a usar este tipo de recursos para desarrollarse, pareciendo olvidar que fueron estos mismos países occidentales quienes son la causa principal del desastre causado por la sobreexplotación y sobreutilización de estos elementos fósiles.

Las energías fósiles han pasado de ser lo que había que eliminar y de ser los grandes verdugos del mundo en el que vivimos, a ser el gran elemento de posesión de independencia económica y hasta política. Y a pesar de ello, nos enfocamos fervorosamente en trazarnos metas para hacer toda la producción por la vía de las energías renovables o de baja contaminación. Incluso nos pusimos fechas límite para lograrlo. El mundo –o gran parte de él– tenía previsto eliminar de sus memorias el uso de los combustibles fósiles y sus contaminantes para 2030. Sin embargo, llegó el 24 de febrero de 2021 y todo cambió.

Previo a la invasión rusa a Ucrania era difícil saber cuánto tiempo de vigencia les quedaba a los combustibles fósiles o qué es lo que teníamos que hacer para no morir como consecuencia de la vendetta medioambiental o por el cambio de estructura tanto meteorológica como por la evolución del planeta Tierra. Los que ya llevamos mucho tiempo en este mundo, en algún momento soñamos con la desaparición o, por lo menos, la compartimentación del uso de los sólidos como el elemento que nos permitiera seguir avanzando. El hidrógeno verde sigue siendo hoy una incógnita, aunque da la impresión de que es una incógnita colocada dentro de las energías renovables y que no tiene más que un pequeño problema. Ese problema es que es imposible pronosticar cuándo y cómo se mueve el viento, así como también lo es determinar la hora exacta en la que la quema natural del Sol puede producir energía. En cualquier caso, ante esa imprevisibilidad y al mismo tiempo que se financian y se crean elementos renovables de energía, se mantiene y casi se hace un copycat en términos energéticos tradicionales –es decir, con gas, petróleo o carbón– de lo mismo que produce la energía renovable.

El mapa de energéticos trazado por Balfour supuso la creación del mundo moderno. En 2023, el mapa del nuevo Balfour es el que permite seguir las áreas de influencia del nuevo mundo. En este punto debemos decir adiós a la ensoñación de poder prescindir del petróleo, del carbón o del gas en un futuro próximo.

A pesar de que en las calles circulan millones de coches Tesla, híbridos o eléctricos –los cuales durante el día no consumen cantidades significativas de energía sólida– por la noche, cuando es tiempo de recargarlos, las baterías consumen más de lo que cualquier otro automóvil. Muchas guerras y muchas situaciones se han girado en torno del dominio del oro negro. A partir de la invasión rusa en Ucrania, podemos afirmar que a los combustibles fósiles, por lo menos, les queda de vida lo que resta de este siglo. Desconocemos si en este tiempo se acabarán de destruir las pocas reservas ecológicas que le quedan al planeta y, lo peor de todo, es que desafortunadamente no está prevista la creación de un proceso de transición entre los productos fósiles actuales y las energías renovables que eviten la destrucción del planeta.

Por eso, la nueva realidad del mundo debe incluir la reproducción de los elementos que condicionan –en términos de poder– el uso de los energéticos y las reservas por parte de los gobiernos. Y así como en 1911 el imperio inglés era el imperio más grande de la Tierra y la libra esterlina, el equivalente al dólar de la época, ya estaba por llegar Franklin Delano Roosevelt y el nacimiento de la hegemonía global estadounidense. Hizo falta una guerra mundial y la destrucción de una gran parte del planeta para que el Imperio británico desapareciera paulatinamente y para que el imperio estadounidense y su dólar se posicionaran como los líderes políticos y económicos del mundo.

Ahora mismo es imposible pensar en una situación de conformación de bloques económicos sin contar, por una parte, al dólar que –hasta el momento, aunque no sabemos hasta cuándo– sigue siendo la moneda más concurrida para cualquier tipo de transacción comercial. Sin embargo, a pesar de haber formado parte del Sistema Monetario Internacional por mucho tiempo, el yuan ya se ha logrado posicionar como una de las monedas emergentes y con mayor futuro en el mundo financiero. Este hecho puede producir una enorme contradicción ya que a quien más le conviene que en el corto plazo el dólar se fortalezca es a China, ya que además de todo es el país que tiene la mayor reserva de dólares en el mundo, salvo que ya los chinos hayan tomado la decisión de hacer un cambio copernicano de los valores económicos y monetarios que han regido nuestro mundo hasta ahora.

La conclusión es clara. Necesitamos un nuevo trazado del mundo en el que es imposible prescindir de la relevancia china. Estados Unidos sigue siendo el país de la Tierra con mayores instalaciones militares –más de 800– y tiene una innegable capacidad de destrucción del planeta; sin embargo, la gran pregunta es si aún tiene la capacidad para seguir construyéndolo o cómo encontramos un equilibrio de poderes entre China, Estados Unidos y la formación de un nuevo panorama en el que –según mi entendimiento– se decidirán los próximos años y que es el verdadero peso del país más habitado de la Tierra, es decir, India.

India no tiene el yuan chino ni el dólar, simplemente tiene su rupia. Aunque lo que sí tiene es una forma de gobierno donde las guerras étnicas y los abusos de unos contra otros forman parte del panorama de la oferta política. Viendo además cómo se ha desarrollado la estructura de la industria tecnológica auxiliar y las maneras que se tienen para definir la situación de las minorías que pueblan el territorio –especialmente la musulmana y la india– hace suponer que la situación es incierta. Y es que si bien China, siendo un país regido por el Partido Comunista, no se siente obligado a compartir el menú de los países occidentales, India ni siquiera se siente obligado a contemplar una disciplina social como la que tiene China.

Con este complejo panorama personificado por jugadores que cada vez adquieren más cualidades y derechos para sentarse en la mesa de los grandes jugadores y en la que se determinan las reglas del juego en los aspectos económicos, políticos y sociales, es evidente cuestionarse y tratar de descifrar qué es lo que le interesa a cada parte. Hay algunos países, como México, que forman parte del universo del dólar y que, si bien por razones políticas o sociales podría jugar y coquetear con los BRICS, para mí es claro que realmente no hay muchas opciones. Y es que, a pesar de su crecimiento, ni el yuan ni la rupia india ni el rubro ruso aún no son divisas capaces de modificar las reglas del juego. Mucho menos para hacer cambiar de opinión y convencer sobre las identidades e intereses de un país tan clave para el T-MEC como lo es México.

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