Año Cero

El tribunal del pasado

Es evidente que todos los problemas, todas las situaciones y todas las culpabilidades del presente y del pasado siguen condicionando e hipotecando nuestro futuro.

Cada día resulta más difícil entender la actuación de nuestros gobernantes. Con mayor frecuencia, nuestros líderes políticos hacen cosas que al parecer sólo ellos son capaces de comprender. Quiero creer que su manera de actuar trasciende el hecho de contar con otros datos y que sus acciones están sustentadas sobre algo más real o tangible que su propio entendimiento de la realidad. Los últimos meses se ha convertido en una tarea ardua y complicada entender la lógica y la contundencia del actuar que está teniendo el gobierno mexicano. Pero, sobre todo, se ha hecho complejo comprender las actuaciones del guía y único faro que tiene el país, quien, cada mañana, expone y en ocasiones explica su agenda política y lo hecho.

Por un lado, parecemos estar en una verdadera batalla conceptual de negar la realidad sobre la base de los otros datos. Por otro lado, a medida que van pasando los meses y la actual administración se adentra en la última parte de su mandato, es posible sacar ya la contabilidad –con los datos disponibles y con los otros– sobre qué programas o acciones fueron los que funcionaron y cuáles simplemente carecieron de éxito. En medio de un verdadero diluvio de palabras, conceptos y, sobre todo, de explicaciones donde el pasado siempre era el responsable de lo mal que iban las cosas en el presente, ha llegado el momento de analizar lo hecho y lo dejado de hacer. A pesar de que se nos garantizó un futuro promisorio en función de la labor de depuración social y la mística que estaba llevando o sigue buscando llevar a cabo el nuevo poder, existen elementos inciertos y acciones necesarias de evaluar.

Qué pena que los humanos tengamos que comer al menos dos veces al día y qué lástima que nuestro mundo no esté lleno únicamente de orientaciones, ideales o de exhortaciones sobre cómo tenemos que vivir. Pertenecemos a un orden en el que los datos nos imponen resultados concretos. Y ese es el problema, que estos resultados determinados están muy claros en lo aparente y en lo dialéctico, pero están más brutalmente claros en las cifras y los números que arroja la evidencia. Una evidencia sin duda alguna de una labor que nunca se planteó fácil, pero que, sin embargo, contaba con un respaldo popular y un soporte político como nunca se había tenido. Es decir, los resultados, cifras y números que reflejan la realidad de nuestro país –a pesar de que el objetivo era difícil de alcanzar– son consecuencia de las actuaciones u omisiones de la 4T. Una administración que, además de haber sido votada por más de 30 millones de mexicanos, también contaba con una mayoría parlamentaria, pero que, a pesar de ello, no pudo o no ha podido convertir en realidad sus intenciones.

La cleptocracia en la que vivíamos y la actitud que como sociedad teníamos frente al abuso y el robo nos hace culpables del pecado, por lo menos de omisión, aunque en ocasiones también de complicidad. Pero la historia nos ha enseñado que –como se pudo ver con el caso de Sodoma y Gomorra– hasta el peor de los pecados tiene un punto final, mismo que está representado por la eliminación o extirpación completa del mal. En Sodoma y Gomorra la exhumación fue la destrucción de las dos ciudades. En nuestro caso, la pregunta es: ¿cuánto tiempo más tendremos que seguir pagando las culpas heredadas y todo lo que no supimos resolver antes de la llegada de este vendaval de regeneración? Nadie tiene la respuesta. El problema es que, hecho con hecho y circunstancia tras circunstancia, actualmente la realidad va imponiendo un panorama en el que la mayor tentación y el mayor peligro es –como dicen los franceses– la huida hacia delante. Desafortunadamente, parece que nos hemos acostumbrado a que, si algo no funciona, nos limitamos a culpar al pasado, mirando y construyendo la explicación de que sólo quien domina el pasado podrá tener el futuro.

Ayer, por medio de la consulta efectuada, fue un día clave para entender un gobierno gestionado por gestos. La acción de determinar si vamos o no a sentar y juzgar a los expresidentes –o a cualquier otro actor político que haya fungido como tal en el pasado, como manifestó la pregunta reformulada por la Suprema Corte– dice más de lo que a simple vista aparenta. La lógica, el debate y el discurso de todos estos años –es verdad que muchas veces con razón– ha colocado como condenados frente a la historia a quienes erraron en su actuar. Sin embargo, en historia es necesario saber que la justicia es un valor antropológico que requerirá miles de años para llegar a un punto de equilibrio. Pero esa condena que colectivamente es tan fácil de producir y que sólo requiere de un chispazo para que todo estalle en llamas, en México ya se había producido con anterioridad. Ahora la pregunta que hay que hacer es si con eso construiremos un gran tribunal de la historia y si a los presuntos culpables los quemaremos no sólo desde un punto de vista moral o histórico, sino –como se hacía en la antigüedad– también los incineraremos públicamente.

Ante lo sucedido, había dos discursos posibles. El primero, el de la exigencia de responsabilidades, diciendo al mismo tiempo que todo nuestro ordenamiento jurídico se cambiaba por la vía de hecho, cosa que –así como se ha hecho en otros campos– también se pudo haber realizado en éste. Y se pudo haber hecho en el sentido de que no existía prescripción para los delitos contra el pueblo y que no importaba el tiempo ni lo que hubiera pasado, se les condenaba y se les juzgaba con la condena social que ya venían arrastrando desde antes y ahora plasmada de manera colectiva con el nacimiento del nuevo tiempo. O estaba también el otro discurso, el de crear un gran tribunal –al estilo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación presidida por Desmond Tutu en Sudáfrica– donde los comportamientos éticos y morales condenaran al régimen, pero restringiendo las condenas físicas a lo mínimo para de esta manera no producir un fenómeno tipo bumerán contra la propia situación social y política.

Podemos juzgar, quemar y destruir todo. Todo menos la realidad física ya que, a pesar de lo deseado, las fronteras seguirán estando donde están y los millones de fronterizos seguirán siendo los mismos y –a pesar de lo que hagamos y por poner un ejemplo– México continuará siendo el primer problema de la seguridad interna de Estados Unidos.

Al momento en el que escribo este artículo, aún esta por verse el recuento final de la consulta. Sin embargo, yo tengo la sensación de que la pradera ya se encontraba en llamas. O, dicho de otra manera, ya llevábamos tanto tiempo odiando y creando las condiciones para culpar al pasado que en cada uno de nosotros ya existía un tribunal para condenar a los que habían estado antes. Entre otras cosas porque o condenamos a los que mandaban o nos condenamos a nosotros mismos, a quienes estuvimos allí y que al mismo tiempo éramos culpables e inocentes de lo sucedido y de lo que se ha convertido el país.

Estamos en una coyuntura en la que, a partir de aquí, tenemos que ver si las palabras son suficientes. La propia lógica del sistema, del régimen y del Presidente está basada en lo que se dice. En su libro País de un solo hombre, Enrique González Pedrero habla del expresidente Antonio López de Santa Anna y del país gobernado durante su mandato, incluido todo lo que México perdió por su culpa. En la actualidad no se puede ser un país de un solo hombre, salvo que se desee un final como el de Santa Anna. En este sentido saber si será suficiente con las palabras es la gran pregunta a la que nos enfrentaremos cuando pase esta canícula de agosto. Porque lo que es evidente es que todos los problemas, todas las situaciones y todas las culpabilidades del presente y del pasado siguen condicionando e hipotecando nuestro futuro.

Si no tuviéramos bastante con la situación que se presenta ante nosotros, damos un paso más hacia el precipicio e inauguramos lo que siempre fue el gran sueño de todos los revolucionarios latinoamericanos: una América Latina para los americanos, pero del sur y no del norte, buscando tener la capacidad y la fuerza de enfrentarnos a ellos. ¿Será difícil saber las consecuencias de esta nueva política que se aleja de la nueva intromisión y del respeto? Lo pregunto porque, a pesar de los deseos y aspiraciones, no podemos dejar a un lado un argumento que en el pasado el Benemérito de las Américas ya dijo y que está escrito con letras de oro en la mente de la 4T. “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Dicho esto, es imposible pensar que todo lo que estamos haciendo –como país y como subcontinente– no tenga consecuencias. Sobre todo, porque a partir de aquí todo cambiará y seguirá cambiando. Veremos a qué costo.

Como cada agosto, este espacio se tomará un breve descanso y nos volveremos a ver el lunes 23 de agosto. ¡Hasta pronto!

COLUMNAS ANTERIORES

Gobierno sin leyes
La tentación de la división

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.