Antonio Cuellar

¡Es la democracia!

No es el México de izquierdas o de derechas lo que determinará el proceso electoral, sino el riesgo de vernos sujetos a la visión y decisiones de una sola persona, o de un grupo de ellas.

Algunos señalamientos expresados por la candidata oficial sobre la conducción de la economía, durante el debate organizado por el INE, sobre la administración del presidente López Obrador, son muy rescatables –no todo lo hecho por el gobierno actual tiene que ser fatalmente criticable–; no obstante ¿son esos datos los que más debemos valorar a la hora de ejercer nuestro derecho de voto? ¿Importan las cualidades personales de las candidatas, para debatir, en la identificación de lo que debería ser el México que queremos definir?

Entre elegir un plato de pollo con mole o una pechuga asada en el menú, importa más mi gastritis que el sabor del plato, o la destreza del cocinero.

En el debate del domingo pasado se apreció una declaración destacada de la candidata de Morena que queremos recordar: a lo largo del sexenio se ha logrado consolidar un incremento sustancial del salario mínimo, que produce un efecto de percepción de mejoramiento de la economía familiar en un importante número de hogares mexicanos. No le falta razón al asegurarlo, pues tal incremento salarial sí que se ha conseguido: quizá faltó aclarar el hecho de que tal ascenso del nivel de recursos se desdibuja en el momento en el que el precio de las cosas aumenta desproporcionadamente.

Con propósitos electorales, sin embargo, la anotación es perfectamente válida y suma puntos a su favor; no así a los de su contraria. La economía mexicana, a pesar del incuestionable exceso del gasto público y del endeudamiento asociado a los proyectos de infraestructura nacional que permanecen en fases de ejecución, no va mal. Las circunstancias han favorecido y siguen aportando beneficios a una visión nacionalista de gobierno que, ante todo, quiere arrebatar su presencia hegemónica a los grandes capitales privados –aquellos que, durante las últimas décadas, han venido sosteniendo a México.

¿Será la marcha de la economía lo que deberé tomar en cuenta el 2 de junio?, ¿Qué tan verídico es que Morena represente los intereses de la izquierda, cuando las políticas implementadas en el rubro económico han sido de condiciones más bien ligadas a las de un gobierno liberal?

La disyuntiva que tenemos ante nosotros, de cara a la elección presidencial de este año, no tiene que ver con la economía. A pesar de que fuentes del exterior consideren a México un destino seguro para el capital, lo cierto es que poco importan los resultados que nuestra divisa va evidenciando en su relación con el dólar de los EU. No es el México de izquierdas o de derechas lo que marcará la diferencia en el proceso electoral que vivimos, sino el riesgo que importa para todos, el vernos sujetos a la visión y decisiones de una sola persona, o de un grupo de ellas. México se juega en dos meses su destino democrático.

Además de los contrapesos institucionales que durante los últimos treinta años se han venido construyendo, un aspecto clave para la conservación de la paz y la estabilidad nacional, en todos los rubros, ha sido la posibilidad de contar con voces de oposición y alternancia. El peso que representa el riesgo de ser responsable de mis actos, ante un proceso de fiscalización encomendado a mis opositores, me conmina a actuar con apego a la legalidad y a conducirme honestamente. La rendición de cuentas constituye el mecanismo de equilibrio que impide los excesos que tan desafortunados han sido para el país. La alternancia democrática es clave para la construcción de un México sin corrupción.

Las candidatas a la Presidencia nos presentan programas para el mejoramiento de la vida nacional, cada una ofreciendo dádivas y beneficios para el votante en mayor proporción que la anterior. Ninguna de las dos se detiene en modo alguno a analizar la sostenibilidad de tan obeso estado de bienestar.

A pesar de ello, en estos momentos resulta verdaderamente irrelevante decidir si la oferta electoral que se nos presenta en los debates es viable o no lo es, porque una cualidad alumbrada por las cámaras resulta totalmente inequívoca: una representa la continuidad del proceso de descomposición democrática en el que estamos inmersos; y la otra representa la oportunidad de regresar a la vía constitucional de la alternancia y la pluralidad.

No cabe la menor duda de que el primer camino, el de la dictadura disfrazada, no nos conviene. El espejismo del mejoramiento de las condiciones de la economía nacional ya se vivió en otros proyectos de gobierno similares, y ya sucumbió. Se nos presenta la innegable responsabilidad de ejercer nuestro derecho democrático –el que nos queda–, para favorecer a aquel proyecto de gobierno que garantice la pluralidad, la democracia, la aceptación de la concurrencia de ideas como vehículo para la conformación de un país en el que quepamos todos, en el que todas nuestras ideas y colores formen parte del mismo cuadro, de la misma pintura.

Ya ocurrió el primer debate en el que la ganadora, según la identidad de quien realice la encuesta y defina el resultado, fueron las dos. Vendrán otros dos debates en los que saldrán a relucir las habilidades oratorias, las equivocaciones individuales en el servicio público, o los oprobios relacionados a sus afiliaciones y cercanías partidistas. Nada de lo que cualquiera de ellas destaque al respecto será verdaderamente trascendente.

En el fondo, reitero, lo más importante será la identificación de la vocación espiritual de mi candidata de preferencia, ¿es demócrata o no lo es? Porque la garantía de que podamos sobrevivir la elección y seguir viviendo en una democracia, facilitará que un Congreso auténticamente representativo decida cómo habremos de convivir en los siguientes años: en un país libre, con válida participación del sector privado, de los trabajadores y la ciudadanía, o en un país igualitario, con una intervención estatal equilibradora.

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