Repensar

¿Trabajo garantizado?

El único problema con esa magnífica agenda de programas ambientales y sociales es que carece de viabilidad ante el enorme déficit fiscal y el rechazo ciudadano a pagar más impuestos.

Lo único que hoy une a los integrantes del partido Demócrata es el deseo de sacar a Donald Trump de la Casa Blanca. En todo lo demás (ideología, programa de gobierno, estrategia electoral) hay profundas diferencias, que difícilmente se zanjarán de aquí a noviembre. Lo cierto es que han perdido a buena parte de su clientela electoral por olvidar lo que ofrecieron en campaña. Una facción piensa que los errores de Obama y de los Clinton pueden repararse y que todavía hay oportunidad de reconstituir la base de simpatizantes a partir de políticas identitarias que atraigan a las minorías.

Otro grupo, nucleado alrededor del senador Bernie Sanders, considera necesario recuperar a su electorado tradicional, fundamentalmente a los trabajadores organizados. Por ello es indispensable marcar claramente su distancia con la tibieza de esas administraciones y retomar las banderas progresistas abandonadas en los noventa.

Muchos en el partido aprueban que Sanders se responsabilice a "reducir radicalmente las emisiones que causan el calentamiento global". El "servicio médico universal" que propone suena sensacional porque el Obamacare resultó fallido y hasta contraproducente. "Anular los adeudos de colegiaturas en las escuelas vocacionales" lo ha vuelto el ídolo de los muchachos blancos urbanos. Comprometerse al "trabajo garantizado" tiene lógica porque fueron los desempleados del medio oeste los que le dieron el triunfo a Trump en 2016.

El único problema con esa magnífica agenda de programas ambientales y sociales es que carece de viabilidad ante el enorme déficit fiscal y el rechazo ciudadano a pagar más impuestos.

Espejismo

Veamos por ejemplo el "trabajo garantizado". Es un concepto atractivo: el gobierno (como empleador de última instancia) se obliga a dar un trabajo con salario mínimo a cualquiera que lo solicite. Eso elimina de tajo la informalidad y la desocupación involuntaria. Es mejor que el seguro de desempleo porque el beneficiario deja de vivir en la incertidumbre: tiene ingresos y capacidad adquisitiva fijos y no se ve obligado a aceptar cualquier chamba.

A las empresas les conviene porque una demanda consistente y fuerte significa estados financieros limpios y regularidad en el flujo de caja, en el repago de deudas y en el nivel de utilidades.

Los que lo proponen aseguran que su impacto en la economía sería excelente. Permitiría ignorar la curva de Phillips (el bajo desempleo eleva los precios). Financiado mediante un fondo de estabilización que se incrementa cuando disminuye el empleo privado y se contrae cuando se recupera, sería un mecanismo anticíclico con bajo riesgo de disparar la inflación. Además, dicen, podría pagarse con lo que hoy se destina al seguro de desempleo y a otros subsidios, esquemas o programas.

De hecho, desde 1978 la ley Humphrey-Hawkins faculta al gobierno para crear una reserva de empleos públicos cuando la iniciativa privada no genere los suficientes puestos de trabajo.

Todo eso suena bonito pero es mayormente ilusorio. Le serviría a los jóvenes que recién se incorporan a la fuerza laboral pero no tanto a los obreros de clase media, que ganaban varias veces el salario mínimo.

Los patrones tendrían que subir las compensaciones para retener a sus empleados o economizar en mano de obra para incrementar su productividad.

El reto logístico y el costo administrativo serían enormes. Es probable que se requiera más personal para conservar el ambiente, construir o renovar infraestructura y brindar nuevos servicios sociales. Sin embargo, la nómina civil del gobierno suma ya dos millones de plazas. Se requeriría añadir cuatro millones más. Habría que inventar y organizar trabajos productivos de calidad de acuerdo a las diferentes regiones y niveles de calificación.

Lawrence H. Summers (presidente emérito de la Universidad de Harvard, secretario del Tesoro con Bill Clinton y director del Consejo Nacional Económico con Barack Obama) calcula que el costo sería equivalente a la quinta parte del Presupuesto actual.

Si se financia con nuevos impuestos, se reduce la demanda de los que los paguen y se anula las ganancias en empleo. Si se carga al presupuesto el déficit se va a la estratósfera, se tiene que ajustar el mercado laboral y se presionan los salarios al alza. El Banco de la Reserva Federal tendría que elevar las tasas de interés, lo que desalienta el gasto y compensa la ventaja en empleo.

En la economía, y en lo demás, no hay soluciones mágicas. Como dice Summers: los candidatos progresistas no deberían hacer promesas incumplibles.

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