Repensar

Supermillonarios

En la Unión Americana no tener dinero se constituye en una barrera de entrada a los puestos públicos, dice Alejandro Gil Recasens.

En Estados Unidos las personas acaudaladas han tenido una participación política desproporcionada. Desde los primeros presidentes (George Washington, Thomas Jefferson, James Madison) hasta la actualidad, los super-ricos han dominado las gubernaturas, el Congreso y la Casa Blanca. Los Daley, los Kennedy, los Bush y otras familias patricias formaron dinastías que se extendieron por décadas. El actual presidente y parte de su gabinete original (Rex Tillerson, Betsy DeVos, Steven Mnuchin) son millonarios.

En otras partes esa situación se considera negativa. No parece legítimo que un individuo utilice su ventaja económica para adquirir poder político. En la Unión Americana no tener dinero se constituye en una barrera de entrada a los puestos públicos, aunque está demostrado que no siempre triunfa el que más gasta en campaña. A lo largo de los años la regulación del financiamiento electoral se ha ido haciendo laxa e inútil. En ese renglón no hay cancha pareja, pero así les gusta jugar.

Allá admiran a los que han amasado un patrimonio y razonan que con esa experiencia están capacitados para gobernar bien. Haber dirigido exitosamente una gran empresa se valora más que una larga carrera legislativa o burocrática. Piensan que si alguien arriesga su capital para alcanzar un puesto público, en el que tendrá menores ingresos que los acostumbrados, realmente tiene convicciones fuertes y vocación de servicio. Desde luego que no siempre es así, pero los casos de corrupción se toleran si el desempeño general es bueno y los abusos no son muy descarados.

De hecho, se puede aumentar el patrimonio sin necesidad de robar. Los Clinton, los Obama y Sanders no eran pudientes cuando entraron a la política y ahora gozan de una apreciable riqueza. La han obtenido escribiendo libros, dando conferencias y registrando su nombre e imagen como marcas.

Demócrata$

Durante mucho tiempo se identificaba al partido Demócrata con las demandas de los trabajadores y al partido Republicano con las exigencias de las grandes corporaciones. Eso cambió en las últimas décadas. Clinton no atendió las preocupaciones de los desplazados por la globalización. Obama se inclinó demasiado por los intereses de Wall Street y decepcionó a los ahorradores al no defenderlos cuando estalló la crisis de 2008. Rescató a las grandes financieras y aseguradoras, dejó sin castigo a los defraudadores y no ayudó a los que perdieron su casa por no poder pagar las hipotecas. Eso lo aprovechó Donald Trump. Con un discurso populista consiguió el voto de los granjeros, los mineros y los obreros, que siempre habían sido fieles a los otros.

Eso explica que en el Partido Demócrata haya surgido una corriente que pretende recuperar la simpatía de las clases populares, ofreciéndoles solucionar de una vez por todas el problema del alto costo de los seguros médicos, las colegiaturas universitarias y la transición energética (que no pudieron resolver Bill y Barack). Para financiarlo plantean incrementar sustancialmente las contribuciones de los que reciben más ingresos. En concreto, Elizabeth Sanders, que se presenta como "salvadora del capitalismo", propone llevar al 60% el impuesto sobre la renta a los más ricos (que hoy pagan 21%). Su compañero Bernie Sanders, que se declara "socialista", es aún más radical y dice que los billonarios no deben existir, por lo que propone una tasa ¡del 100%!

Esto ha alarmado a los billonarios, que de por sí han estado desinvirtiendo en Estados Unidos y se han puesto a estudiar mandarín. Los demócratas han entrado en pánico porque los amenazados ya no donarán a sus candidatos y van a acabar respaldando a Trump. Pero sobre todo, sienten que los electores se van a asustar y no se van a dejar convencer por nadie que les aumente así la carga fiscal. El mejor candidato moderado que tienen es Joe Biden, pero no levanta en las encuestas.

Por eso les anima la entrada de Michael Bloomberg a la competencia. Reconocida su buena administración cuando fue alcalde de Nueva York, califica de anticonstitucionales las propuestas de Warren y Sanders y ofrece fórmulas más sensatas para preservar el medio ambiente y garantizar el acceso a la salud y a la educación. Poseedor de la novena fortuna más grande en su país (52 mil millones de dólares), ofrece aportar el dinero que sea necesario para derrotar a Trump (que con todos sus edificios, casinos y clubs de golf sólo tiene 3,100 millones).

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