Repensar

Sorpresas

Para muchos fue sorpresa que luego de más de dos años de investigación, el fiscal especial concluyó que no existió la supuesta colusión con Rusia, escribe Alejandro Gil Recasens.

Fue una sorpresa que ganará Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016. Aunque desde el principio era evidente la debilidad de los demócratas (mi columna del 14 de abril se titulaba "¿Qué está pasando Hillary?"), los grandes medios americanos aseguraban que el magnate ni siquiera iba a conseguir la candidatura y que la exprimera dama se enfilaba a una victoria arrolladora. Era extraño ya que las encuestas marcaban un empate.

¿Por qué insistían en sus optimistas predicciones? Había una razón comercial. Los periódicos y la televisión veían migrar a sus lectores y audiencias hacia las redes sociales. Era difícil que no cayeran en el sensacionalismo, que mejoraba sus ventas, teniendo a un personaje que decía algo escandaloso e infamante cada día: que el entonces presidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos; que el padre de Ted Cruz participó en la conspiración para asesinar a John Kennedy. Darle mayor espacio a Trump fue sobre todo una decisión de negocios. Él feliz con la cobertura gratuita.

Había una razón profesional. El ciclo político dura muchísimo y los candidatos no dan nota. Repiten el mismo discurso en todos sus actos y ya están muy vistos sus trucos para parecer humanos (Obama se detiene a tomarse una cerveza con unos parroquianos) o preocupados por la gente (Hillary le cuenta a una pequeña que su interés por la educación de las niñas viene del recuerdo de lo que tuvo que pasar su mamá para sacarla adelante). El seguimiento informativo objetivo se vuelve aburrido. El análisis de las propuestas interesa a pocos. Tomar partido por la candidata experimentada y seria, no se veía tan grave teniendo enfrente a un tipo vulgar e incivil, que insultaba a todo mundo, incluida la prensa. Poco a poco se fue perdiendo el equilibrio y la imparcialidad.

La sobreexposición del republicano se justificaba "éticamente" al calificarlo de racista, xenófobo y sexista. Él feliz porque su estrategia era parecer "auténtico", no verse como un político convencional.

No entendieron

Luego de la derrota de la señora Clinton los periódicos, señaladamente el Washington Post y el New York Times, hicieron un examen de conciencia y aceptaron que en alguna medida contribuyeron a ese resultado. Aumentaron su tiraje pero perdieron credibilidad. En lugar de retomar los estándares profesionales, su enfoque adversarial se acentúo. Abiertamente llamaron a la resistencia y trataron al nuevo presidente como enemigo. Una y otra vez tuvieron que reconocer exageraciones o falsedades pero no cambiaron.

Eso explica que hayan tomado en serio la conjetura de que, para llegar a la Casa Blanca, Trump se había puesto de acuerdo con el gobierno de la Federación Rusa. La versión surgió un mes antes de las elecciones, cuando se filtró un expediente que indicaba que miembros de la campaña del republicano habían tenido contacto con funcionarios de ese país e insinuaba que existían videos comprometedores de las visitas de Trump a Moscú. El autor del documento era Christopher Steele, un exagente de inteligencia inglés, contratado por los demócratas para encontrar conductas vergonzosas en el pasado de su oponente. Era clara la intención de la "explosiva revelación". A pesar de no estar soportada por ningún dato verificable, se dio por cierta y se fue concatenando con otras informaciones sueltas de fuentes dudosas, para construir una teoría conspirativa que terminaba por afirmar que el presidente era un "títere de Putin".

Ignorando las advertencias de la demócrata Nancy Pelosi, que les hacía ver que era un intento inútil, los legisladores demócratas crearon comisiones de investigación y exigieron que se abriera una averiguación penal. Al frente de la misma quedó el exdirector del FBI, Robert Mueller, un jurista respetado por todos. Conforme avanzó su labor se conocieron nuevas ilegalidades de Trump y se imputaron diversos delitos a colaboradores cercanos, pero el Rusiagate no se materializaba. Aún así los medios predecían que todo acabaría en un desafuero.

Por eso para muchos fue sorpresa que luego de más de dos años de investigación, cumplimentadas cientos de órdenes de cateo y de entrega de documentos; presentadas casi tres mil personas y más de quinientas interrogadas como testigos, el fiscal especial concluyó que no existió la supuesta colusión. Ahora los diarios reconocen que volvieron a fallar. Trump feliz.

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