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Promesas

En la pasada campaña electoral, todos los aspirantes a ocupar la Casa Blanca hablaron de estos temas y, sin embargo, no plantearon verdaderas soluciones, dice Alejandro Gil Recasens.

Los muchachos finlandeses no pagan colegiaturas en sus excelentes universidades. Los contribuyentes de su país, con sus altos impuestos, cubren todos los gastos necesarios para educarlos. Eso sí, sólo aceptan a un tercio de los solicitantes y por ello hay menos graduados en la fuerza laboral que en países menos ricos.

En Corea del Sur las familias pagan completas las colegiaturas y casi no hay subsidios. Las universidades, con instalaciones y sueldos modestos, brindan una formación aceptablemente buena y consiguen que 70 por ciento de la planta laboral de esa nación cuente con un diploma.

En Estados Unidos y en el Reino Unido las instituciones de élite son tan selectivas como las finlandesas, pero tienen alumnados relativamente pequeños. El resto de las universidades, con campus bien equipados y cuerpos docentes solventes, requieren fuertes subsidios y altas colegiaturas. Como sea, los graduados representan una alta proporción de la población económicamente activa.

Evidentemente, el gasto por alumno ha venido aumentando con la incorporación de nueva tecnología y está relacionado con la calidad de la enseñanza. Con más presupuesto se puede construir bibliotecas y laboratorios más sofisticados, atraer a mejores maestros e invertir en innovación.

Lo que está a discusión es cómo pagar por eso. El estado tiene recursos finitos y otras prioridades. Las familias ya dedican parte importante de sus ingresos a educar a sus hijos y estos no encuentran suficientes becas o trabajos de medio tiempo.

ILUSIONES

Los estadounidenses creen firmemente que contar con un diploma universitario les abre la puerta a una vida afortunada. Se sienten fallidos si no lo obtienen. Están dispuestos a hacer inauditos sacrificios económicos y a dedicar varios años a ese propósito. Incluso dejan de lado las universidades patito y se inscriben en las prestigiadas, donde hay una alta exigencia académica ("o nadas o te ahogas").

Por eso hay 34 millones de americanos mayores de 25 años que cursaron una carrera, pero no completaron los créditos para graduarse. Lo peor es que muchos de ellos quedaron endeudados.

La realidad es que, al lado de profesionistas altamente capacitados con ingresos elevadísimos, hay miles de graduados que, a pesar su perseverancia y buenas calificaciones, no encuentran empleo satisfactorio en la especialidad que estudiaron. En cambio, el ingreso medio de un chofer de camión supera al de muchos que se obsesionaron en acabar una maestría. Trabajadores de la construcción, electricistas y plomeros ganan más que físicos, geógrafos y comunicólogos. De los trabajos que se abren sólo un tercio requiere educación superior.

Parece que en lugar de enfocarnos en "el papelito mágico", que automáticamente abre oportunidades fabulosas, debemos preocuparnos primero en que existan esas oportunidades.

La nación ha ampliado considerablemente el acceso de las minorías a las universidades. Hoy hay más mujeres que hombres en las aulas y el porcentaje de negros, hispanos y asiáticos ha crecido exponencialmente. Un tercio de los que empiezan son los primeros de su familia en pisar una universidad. Muy positivo, pero las universidades se convirtieron en instituciones autorreferenciadas, desligadas de la realidad económica y social.

Lo mismo pasó con las escuelas vocacionales. Los colleges solían ser una gran opción porque estaban fuertemente vinculados a las necesidades de cada comunidad. Los empleadores las apoyaban y aseguraban una plaza a los egresados. Lamentablemente, se volvieron poco atractivos. Hoy la mayoría sobreviven en el abandono, con programas de estudio obsoletos, edificios en decadencia y profesores mal pagados.

En la pasada campaña electoral, todos los aspirantes a ocupar la Casa Blanca hablaron de estos temas y, sin embargo, no plantearon verdaderas soluciones.

Los republicanos lo ven como un problema de eficiencia del gasto. Si se liga el financiamiento a las tasas de graduación, las instituciones incrementarán el número de egresados. Sí, pero también habrá incentivos para no admitir a los más pobres y desaventajados, con menos probabilidad de terminar sus estudios, y a inflar con incapaces la cuenta de los que salen.

Los demócratas, viendo que tienen más simpatía entre los que poseen credenciales universitarias, ofrecen anular las deudas de colegiaturas y llaman "deplorables" a los otros. Prometieron educación superior gratuita para todos. Suena justo, pero abatir los requisitos de ingreso o hacer fácil y rápido llegar al día de la graduación no va a servirle al país ni al estudiante.

Ofrecer educación de calidad y pertinente es mucho más complicado.

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