Repensar

Prensa vencida

los pequeños medios locales cumplieron mejor la tarea. Informaron con gran equilibrio y produjeron grandes reportajes sobre problemas reales, dice Alejandro Gil Recasens.

La relación entre la prensa y la Casa Blanca nunca ha sido fácil. Theodore Roosevelt amenazaba a los directores de diarios; Richard Nixon le mentaba la madre a los reporteros. En lo que va del siglo, las cosas empeoraron. El gobierno se volvió menos transparente: las solicitudes de información obtienen respuestas tardías, vagas o insuficientes y el trabajo de los comunicadores se ve crecientemente limitado.

Con Barack Obama se llegó al rompimiento. La Sociedad de Periodistas Profesionales (que agrupa a setenta asociaciones de diferentes especialidades periodísticas y clubes de prensa de todos los estados) le envió varias cartas quejándose de que los voceros de las dependencias vetaban a medios que no les gustaban y no dejaban entrevistar a los funcionarios, o sólo lo permitían hacer como "background", es decir, no los podían citar por nombre y cargo.

Les molestaba particularmente que no se les avisara de las actividades del presidente, que sólo los fotógrafos oficiales pudieran seguirlo y que, en sus conferencias de prensa en la sala Brady, el vocero fuera quien escogiera quien podía preguntar y no los dejaran interrumpir la respuesta o repreguntar. Les indignaban las amenazas de cárcel por publicar documentos de seguridad nacional y la imperdonable incautación de registros telefónicos de la agencia Associated Press, en busca de la fuente de una información.

Ese antagonismo se extendió a los candidatos presidenciales en 2016. Tanto los medios impresos como les electrónicos dejaron de dar cuenta de las propuestas de los candidatos y se dedicaron a difundir chismes y frivolidades. Trabajaron extensas piezas para burlarse de los aburridos trajes sastre de Hillary Clinton o de los fiascos de Donald Trump como golfista. A los simpatizantes del republicano los minimizaron y los generalizaron como ignorantes y racistas. Como observó alarmado Kyle Pope, del Columbia Journalist Review, varios buscaron activamente su derrota, difundiendo un documento falso que aseguraba que agentes rusos lo habían comprometido (el dossier Steel, fabricado por la gente de Hillary).

VORÁGINE

Desde su campaña, Trump le declaró la guerra a los grandes periódicos y canales de televisión y desde su primer día en Washington, el vocero Sean Spicer mintió (sobre la cantidad de espectadores presentes en la toma de posesión) y la asesora Kellyanne Conway empezó a hablar de "hechos alternativos". Lamentablemente los medios cayeron en el garlito, regalándole miles de líneas ágata y horas-aire.

Tampoco supieron enfrentar el desafío de las redes sociales. Se pusieron al tú por tú con newsletters, podcasts y blogs que no se adhieren a los estándares del periodismo profesional. No calibraron el impacto de los tuits mañaneros con los que Trump fijaba la agenda del día. A veces con tonterías, los hacía reaccionar y que dejaran de lado su instinto reporteril. Durante cuatro años se obsesionaron con él.

Si bien es cierto que muchas actitudes del presidente constituían amenazas a la libertad de expresión, la respuesta debió de ser la de la gran tradición americana: dar voz a todos, contextualizar, testimoniar los hechos con imparcialidad; reportar las noticias "fully, accurately and fairly".

Hasta hace poco en los códigos de ética se proponía que editores y reporteros no participaran en actividades políticas (unirse a marchas, firmar peticiones, dar donativos, poner calcomanías en las defensas de sus coches) o de plano, no votaran. Eso se olvidó y la corrección política invadió las redacciones.

El Washington Post puso a sus fact-checkers a revisar todo lo que decía Trump y a contarle las mentiras, pero progresivamente dejó de cubrir temas importantes y divulgó historias sin verificar que luego tuvo que reconocer como falsas. Margaret Sullivan, la crítica de medios del periódico reconoció: "la prensa basada en realidad ha fracasado".

Increíblemente, periódicos y revistas prestigiados empezaron a competir con los adversariales (Mother Jones, BuzzFeed, HuffPost, Breitbart), exagerando los acontecimientos o dándole valor periodístico a rumores y anécdotas intrascendentes, con lo que le dieron la razón a las acusaciones de partidismo de Trump y contribuyeron a la polarización que alentaba.

Dentro de todo, los pequeños medios locales cumplieron mejor la tarea. Informaron con gran equilibrio y produjeron grandes reportajes sobre problemas reales.

El nuevo presidente puede abrir la información para mostrar su respeto a los medios. Estos, por su parte tienen que acabar la guerra y recuperar las prácticas que les dieron credibilidad, sin dejar de cumplir su función de "cuarto poder".

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