Repensar

Policías blancos

La combinación de un enfoque penal represivo (sentencias largas e inconmutables) con cuerpos de seguridad “duros”, que no se depuraron de racistas y violentos, resultó trágica, comenta Alejandro Gil Recasens.

La creación de los primeros departamentos de policía en Estados Unidos coincidió con la inmigración masiva de irlandeses que huían de la discriminación religiosa y de la Gran Hambruna (1845-49).

Su suerte tardó mucho en mejorar. Sólo encontraron trabajos mal pagados y tuvieron que enfrentar fuertes prejuicios anticatólicos. De la misma forma en que hoy el presidente Donald Trump califica a los mexicanos indocumentados como "narcotraficantes y violadores", en ese entonces se acusaba a los recién llegados de ser "rateros, borrachos y pendencieros". En la película Pandillas de Nueva York (Martin Scorsese, 2002) se recrea el enfrentamiento entre bandas de jóvenes nativistas y muchachos irlandeses.

De hecho, la primera corporación profesional (en Boston) se constituye para controlar el "problema irlandés". Entendían su función de prevenir el delito como el control proactivo de la "clase peligrosa", lo que se traducía en palizas injustificadas, arrestos arbitrarios y amenaza permanente. En medio de una fiebre de templanza, (que se extendería hasta "La prohibición" en 1920) los mismos guardianes del orden encabezaban turbas que vandalizaban los pubs y emplumaban a borrachines.

La situación fue mejorando en la medida en la que la inmigración de Éire aumentó. Consiguieron mayor aceptación, lograron educar a sus hijos y se convirtieron en una fuerza electoral. En el sistema clientelar de botín que prevalecía, los políticos cortejaban su voto ofreciendo puestos públicos.

Entre los empleos que se pusieron a su alcance estaba el de bomberos. Sólo ellos estaban dispuestos a aceptar tareas que requerían esfuerzos desgastantes, turnos agotadores y riesgos continuos. Pronto obtuvieron el reconocimiento social por la alta responsabilidad con la que cumplían su encargo.

Eso les abrió la puerta para incorporarse a las fuerzas del orden. Poco a poco y gracias a sus sólidas redes familiares, más y más personas con apellidos O' (Farrell, Walsh, Bratton, Fitzpatrick) o Mc' (Caffrey, Neill, Connors, Sullivan, Enroe) fueron enrolándose. Su buen desempeño les permitió ascender en las jerarquías y les ganó la fama de rectos e incorruptibles. Hasta la fecha, la gente aplaude cuando desfilan con sus gaitas el Día de San Patricio y persiste la idea de que son los mejores jefes de policía.

Desde luego hubo ovejas negras y no faltaron los que dieron mal trato a los italianos y a los mexicanos que llegaron después. Sin embargo, gracias a ellos, el uniforme azul se volvió respetable y confiable.

Militarización

El regreso de miles de veteranos de la Primera y Segunda guerras mundiales tuvo consecuencias funestas para las agencias de seguridad. Ante tantos desempleados, los sueldos se abatieron y las exigencias de los reclutadores se debilitaron. Se integraron exsoldados con problemas mentales (estrés postraumático, lo menos grave) y actitudes agresivas. Se permitió el ingreso de supremacistas y xenófobos.

Se adoptaron tácticas y armas de guerra. Para obtener una promoción ser buen tirador daba más puntos que conocer la ley o saber investigar. Las fraternidades transmutaron en sindicatos, que no permitían castigar a los malos elementos. Las balaceras se multiplicaron. Hollywood contribuyó al caos al presentar a los agentes como guerreros y las escenas de sangre como necesario final para los malos, que frecuentemente eran afroamericanos o latinos.

En los años cincuenta el Movimiento Chicano surgió en gran parte como reacción a los abusos de la policía de Los Ángeles. Una década después, la lucha pacífica por los derechos civiles de los negros fue combatida a sangre y fuego por los "troopers" estatales. En los disturbios de Detroit, Newark y Watts miles de personas de color fueron detenidas. Eso llevó al surgimiento de grupos radicales (Panteras Negras, Nación de Islam) que colocaron bombas, asaltaron bancos y secuestraron aviones.

El conflicto terminó cuando el presidente Lyndon B. Johnson logró la aprobación de las leyes de derechos civiles y políticos y prometió pugnar por una "Gran Sociedad", en la que todos tuvieran los mismos derechos y oportunidades.

Sin embargo, Johnson también inició la llamada "Guerra al Crimen" que, con apoyo bipartidista, ha continuado hasta nuestros días. La combinación de un enfoque penal represivo (sentencias largas e inconmutables) con cuerpos de seguridad "duros", que no se depuraron de racistas y violentos, resultó trágica.

Parte de la solución es repetir lo que sucedió hace siglo y medio en las ciudades del Este: que las características de los uniformados correspondan a los rasgos demográficos de la población a la que protegen.

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