Repensar

Hollywood

La consolidación de Hollywood como gran industria cultural (800 películas al año) le dio una tremenda fuerza política, escribe Alejandro Gil Recasens.

La cinematografía estadounidense pasa por una etapa de alta politización. Casi no hay filmes que no tengan un mensaje social, a veces demasiado obvio. Este año resultaron nominadas y premiadas cintas que denuncian el racismo (como El infiltrado del KKKlan, Green book y El blues de Beale street) y biografías altamente favorables (como RBG, sobre la juez Ruth Bader Ginsburg) o abiertamente descalificadoras (como El vicepresidente, sobre Dick Cheney).

La ceremonia misma de entrega de estatuillas se convierte en un performance, en el que presentadores y premiados compiten por ser los más políticamente correctos. La noche del domingo el actor Rami Malek y el chef José Andrés hablaron a favor de los migrantes. La comediante Maya Rudolph y el actor Javier Bardem se refirieron al muro fronterizo. El cineasta Guy Nattiv advirtió que los prejuicios que llevaron al Holocausto han regresado. El director y guionista Spike Lee de plano llamó a estar del lado correcto de la historia y movilizarse para impedir la reelección de Donald Trump.

Nada nuevo

No es de extrañar. Desde que se construyeron los estudios en los suburbios de Los Ángeles se ha buscado presentar historias realistas y de crítica social. Al principio fue muy difícil porque existía un código de producción que ponía fuertes limitantes al planteamiento de ideas. Se buscaba producir relatos asépticos, orientados sobre todo al entretenimiento.

La industria empezó a ceder al principio de los cuarenta cuando llegaron muchos escritores europeos huyendo del nazismo y cuando el país entró en la Segunda Guerra Mundial, dando lugar a cientos de épicas bélicas. Casi al mismo tiempo se rompió el oligopolio de los grandes estudios, que incluía toda la cadena productiva, desde las fábricas de reflectores hasta las salas de exhibición. Surgieron también los sindicatos (de actores, dramaturgos y creadores de dibujos animados), que además de conseguir mejores condiciones de trabajo lograron mayor injerencia en la elección de los temas.

Sin embargo, en el contexto de la Guerra Fría se desató la fiebre anticomunista. El Comité de actividades antiamericanas, presidido por el senador Joseph McCarthy, citó a comparecer a directores, guionistas y actores, instándolos a confesar acciones conspirativas y a denunciar a sus compañeros.

Muchos de los que habían simpatizado con la Unión Soviética antes y durante la Segunda Guerra Mundial empezaron a ser despedidos y anotados en listas negras, creando un clima de miedo que hizo volver a los temas "seguros", como las recreaciones bíblicas, las sagas de vaqueros, los cuentos de Walt Disney, las comedias melosas y las invasiones marcianas.

Es hasta los setenta cuando vuelven a aparecer argumentos alrededor del poder, algunos sumamente críticos de los errores de Washington, como toda la serie sobre la estupidez de la guerra de Vietnam: El cazador de Michael Cimino, Apocalypse now de Francis Ford Coppola, Pelotón y Nacido el cuatro de julio de Oliver Stone, Full metal jacket de Stanley Kubrick y Corazones de hierro de Brian de Palma.

Lo que los hizo cambiar fue que la televisión tuvo mayor éxito presentando los contenidos tradicionales, que surgieron productores independientes que se salían del canon y que los europeos mostraron que el cine "serio" también podía ser taquillero. De entonces para acá directores aclamados han explorado cualquier cantidad de tópicos, sin más freno que el probable éxito en pantalla.

La consolidación de Hollywood como gran industria cultural (800 películas al año) le dio una tremenda fuerza política. Las grandes casas productoras ocuparon los primeros lugares entre los donadores a las campañas. Los sindicatos favorecieron a candidatos de ambos partidos. (Recordemos que Ronald Reagan fue un poderoso líder de la Screen Actors Guild). Los actores se convirtieron en voceros de causas y los políticos los sumaron a sus campañas.

Lo diferente ahora es que casi todos están del lado del partido demócrata. A Hillary Clinton la apoyaron los grandes directores y la acompañaron en su recorrido por el país actrices y cantantes, como Meryl Streep, Julianne Moore, Sigourney Weaver, Maddona, Beyoncé, Demi Lobato, Lady Gaga, Kate Perry y Salma Hayek. En cambio, a Donald Trump lo respaldaron sólo un puñado de actores, no casualmente especialistas en el papel de tipos duros: Clint Eastwood, James Caan, Jon Voight, Chuck Norris, Steven Seagal, Charlie Sheen y Gary Busey. Sólo faltó Arnold Schwarzenegger, que siendo republicano no apoyo a Donald y luego fracasó como su sustituto en "The apprentice".

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