Repensar

Arrepentidos

No deja de ser interesante que algunos de los críticos más acérrimos de Donald Trump en aquel entonces acabaron siendo parte de su gobierno, escribe Alejandro Gil Recasens.

Al principio los republicanos se rieron de que Donald Trump pretendiera conseguir la candidatura presidencial. Era un chiste que un personaje desprestigiado, que tenía más relación con los demócratas que con ellos, quisiera ser su abanderado. Al mismo tiempo, no les latía tener a un tercer Bush en Washington, ni los convencía la otra docena de precandidatos.

Lo que finalmente los llevó a darle su voto fue que descubrieron que el estilo desenfadado del magnate y sus promesas populistas encontraban eco en el electorado. De pronto se convirtió en una esperanza, cuando ya daban por hecho que Hillary Clinton, candidata demócrata, ganaría por amplio margen y tendrían que soportar por ocho años sus dañinas políticas y su arrogancia. Trump entendió perfectamente ese sentimiento y magnificó el rechazo a su antagonista: el "never Hillary" lo convirtió en "¡encarcélenla!". Por eso en los debates no se molestó en contrariar las elaboradas propuestas de la exprimera dama; simplemente ponía cara de desprecio y le decía: "qué mujer tan desagradable".

No importó que el candidato presentara una oferta política diferente a la que tradicionalmente había sostenido el partido en temas tan importantes como migración, beneficios sociales, libre comercio o alianzas militares. Ni siquiera su reiterada ordinariez y sus comentarios misóginos o racistas los hicieron dudar.

Sin embargo, la confianza de las bases no se contagió a toda la clase política. Hubo muchos republicanos destacados a los que no sedujo e incluso sufragaron por candidatos minoritarios o por la odiada rival. Rompiendo la tradición, en la convención de Cleveland no llegaron los Bush; no estuvo el gobernador anfitrión, John Kasich, ni comparecieron varios de los que le disputaban la nominación. En su discurso, Ted Cruz no secundó su candidatura y llamó a votar "en conciencia por quien defienda la libertad y respete la constitución".

Al final, doce gobernadores, trece senadores y treinta y un diputados republicanos le negaron su voto. Los más representativos exponentes de la política exterior (Condoleeza Rice, Colin Powell y Brent Scowcroft) prefirieron tachar la casilla de la demócrata.

Los grupos conservadores que repudiaban su inmoralidad, acabaron aceptándolo cuando adoptó sus posiciones en temas de libertad religiosa y valores morales. Aún así, destacados comentaristas de esa corriente (Ben Shapiro, George Will, David Brooks y John Podhoretz) y la Iglesia Mormona no cedieron.

Cambiazos

No deja de ser interesante que algunos de sus críticos más acérrimos en aquel entonces acabaron siendo parte de su gobierno. Entre los que vendieron su alma al diablo destaca el entonces congresista Mike Pompeo. Cristiano evangélico que fue el primer lugar de su generación en la Academia militar de West Point, siempre fue reconocido como un político apegado a la ética. En 2016 le advirtió a sus correligionarios: "Donald Trump sería un presidente autoritario que violaría la Constitución".

Pompeo no solo mudó radicalmente de opinión, sino que se incorporó a la administración como director de la CIA y es actualmente secretario de Estado. En esa capacidad estuvo presente el pasado 25 de julio cuando, telefónicamente, el presidente chantajeó al primer ministro de Ucrania: investigar al hijo de Joe Biden (el precandidato demócrata más adelantado) como condición para liberarle la ayuda militar ya aprobada por el Congreso.

La consultora política Kellyanne Conway, que lo tachaba de vulgar, mentiroso y de no ser "presidencial" fue después la coordinadora de su campaña y es hoy su principal operadora política. Mick Mulraney, que lo consideraba "un terrible ser humano" despacha como jefe de la Oficina de la Casa Blanca.

La posibilidad de que Trump sea sometido a juicio político depende de que un buen número de senadores republicanos le den la espalda. A pesar de que les puede afectar en su intento de reelegirse, algunos que habían favorecido sólidamente sus iniciativas legislativas ya están empezando a dudar. Ben Sasse externó que utilizar su puesto para lastimar a Biden fue "completamente inapropiado". Susan Collins lo considera "un gran error" y Mitt Romney "una terrible equivocación". Lindsey Graham, que alguna vez lo llamó "el mayor idiota del mundo" y es ahora su invitado frecuente a jugar golf (y preside la Comisión Judicial, que se convertiría en tribunal en caso de desafuero) ya le advirtió que no investigará al hijo de Biden porque "el Senado no es circo". A ver cuántos más se arrepienten de haberse arrepentido hace tres años.

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