Repensar

Aplastar la curva

Lo único que por ahora nos puede guiar es la severidad de la enfermedad y la velocidad con que avanza, que en este caso son altas.

Para mi hermana María Elena, que está en la primera línea de batalla.

En todo el mundo se viene discutiendo la pertinencia de las acciones de distanciamiento social para detener la pandemia del Covid-19. En particular se cuestionan sus consecuencias sobre la economía. Se llega a decir que como efecto secundario del desempleo o de la falta de ingresos, la parálisis productiva provocará peor mortandad que si no hubiera esas limitaciones. Es una polémica completamente inútil, porque no hay datos para probar esa u otras hipótesis y, en todo caso, no están tomando en cuenta las miles de horas-hombre que se perderían con gran parte de los económicamente activos infectados a la vez o con millones cuidando a otros, en cuarentena, en recuperación o muertos.

Lo que tiene sentido es evaluar la duración óptima de esas disposiciones. Pero eso depende de qué tanto conozcamos al factor patógeno y, por el momento, es muy poco. Apenas tenemos una leve idea de su fecha y lugar de origen; de su forma de propagación o tiempos de incubación y transmisión; de sus efectos en los distintos tipos de personas. Lo único que por ahora nos puede guiar es la severidad de la enfermedad y la velocidad con que avanza, que en este caso son altas.

En cualquier momento de la epidemia podemos clasificar a la población en cuatro categorías: los susceptibles de enfermarse (sin inmunidad al contagio), los expuestos (con mayor probabilidad de contagio), los infectados (contagiosos activos) y los recuperados o muertos (ya no contagiosos). La gravedad de la epidemia depende de las tasas de transición entre esos estados, lo que a su vez se determina por las particulares características de esta infección (que ya dijimos que se desconocen) y lo que se haga para mitigarla.

En principio, susceptibles somos todos, aunque quizá lo sean especialmente los adultos mayores masculinos. Podrán ser menos si se desarrolla una vacuna confiable. El número de expuestos se abate con el autoaislamiento y los infectados evitarán contagiar a otros con la cuarentena. Los recuperados se incrementarán con una atención diligente y cuando se logren tratamientos efectivos.

Tenemos entonces diferentes líneas de acción. A largo plazo, impulsar la investigación clínica para desarrollar pruebas y saber con certeza y rápidamente quién está infectado, recuperado o inmune, así como vacunas y terapias que hagan del padecimiento algo raro y poco preocupante. Pasarán cuando menos dos años para ensayar diferentes test, intervenciones y medicamentos y para que se tenga la seguridad de que las inmunizaciones generan los anticuerpos adecuados y no dañan a las personas sanas. Aparte del tiempo que se llevará aplicar pruebas e inocular a millones, empezando por los más vulnerables y el personal médico.

A mediano plazo (esperable en un año) invertir fuertemente para incrementar el personal especializado, la infraestructura y el equipamiento de hospitales, que nos dé la seguridad de atender oportuna y correctamente a todos los que lo requieran.

A corto plazo (ahorita), perfeccionar la vigilancia epidemiológica; conseguir que la gente mejore su higiene y acepte la separación y la cuarentena, para evitar que se extienda desenfrenadamente. Es decir, para que el número acumulado de casos pase de un patrón exponencial a uno lineal. Que al reducir la tasa a la que los expuestos se infectan, le permitamos al sistema de salud aumentar la de enfermos que sanan; que se aplaste la curva para ganar tiempo.

¿Hasta cuándo?

Lo que está en discusión es la severidad de esas medidas (cerrar o no fronteras, limitar o no el transporte aéreo de pasajeros, reabrir o no las escuelas, permitir o no eventos masivos) y cuándo relajarlas sin peligro de un resurgimiento. China, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur lograron desacelerar este azote con prohibiciones estrictas (que acata una sociedad disciplinada), pero dudan de levantarlas porque temen que sobrevengan nuevos y peores brotes.

De hecho, lo esperable es eso, que el flujo y reflujo de la enfermedad obligue a largos ciclos de ajuste en la mitigación. Reintroducir el alejamiento social intermitentemente y por periodos cortos. Conforme los expuestos disminuyan y los recuperados se vuelvan resistentes, temporal o permanentemente, las restricciones serán llevaderas, menos prolongadas, geográficamente localizadas o sólo indicadas para los que tienen más riesgo o ya fueron contagiados. Se podrá volver a una relativa normalidad.

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