Desde el resultado electoral en Estados Unidos, los mercados, analistas e inversionistas se debaten en responder a la interrogante sobre cómo será la gestión de la segunda administración de Donald Trump y sus implicaciones. No parece haber consenso, aunque la balanza se inclina hacia un panorama negativo. Y no es por demás, pues el presidente electo es un hombre volátil, autoritario, que le gusta provocar, confrontar y sorprender.
Tras la designación de su gabinete que no cuenta con las credenciales suficientes para gestionar asertivamente y eficientemente su administración, pareciera que existen más temores que certezas de lo que puede representar para la economía de Estados Unidos y el mundo. En especial para la relación bilateral con nuestro país, pues es sumamente compleja.
Trump resuelve la problemática de Estados Unidos de la misma manera, y su herramienta más poderosa es la amenaza de la imposición de aranceles, pues es el mercado más grande del mundo. Aunque pareciera que existen menores contrapesos en este segundo mandato, considero que sólo hará ‘eco’ a la muy socorrida narrativa arancelaria, pues no resuelve la problemática, y generaría mayores distorsiones que beneficios. Aunque ha quedado de momento a un lado la imposición de un arancel de 25 por ciento a México –y Canadá– argumentando razones de migración y de seguridad, no podemos asegurar que en un futuro cercano no reaparezca. Para México, el efecto inmediato de una tarifa a todos los productos exportados hacia Estados Unidos, sería de una depreciación en el tipo de cambio, que tendería a una magnitud semejante al arancel.
Un arancel a los productos importados en Estados Unidos, provenientes de China, México, Canadá y posiblemente Europa, originaría un efecto puntual y directo en la inflación, pues esos mayores precios se trasladarían al consumidor, distorsionado la trayectoria desinflacionaria que ha dibujado el comportamiento de los precios en ese país. La competitividad en los costos que ofrece la manufactura mexicana, hace posible que varios productos comerciables sean asequibles para la población americana. Además, varios de los productos pasan por la frontera un sinnúmero de veces, haciendo que la imposición de tarifas sea muy compleja de implementar.
Podríamos argüir que una de las razones por las que perdieron los demócratas fue por el nivel de precios más elevado en los últimos cuarenta años, por lo que no hace sentido económico la imposición de tarifas. Trump llegará a la presidencia con un sólido nivel de actividad económica, bajo nivel de desempleo, tasas a la baja, y bolsas de valores en máximos históricos, por lo que pareciera que no tiene razones suficientes para radicalizarse.
Si bien es cierto que la relación bilateral entre ambos países puede sufrir, las tensiones implicarán también un costo importante para la economía de Estados Unidos. A pesar de que 80 por ciento de las exportaciones que realizamos tienen como destino final Estados Unidos, México representa el comprador más grande de productos americanos, con 16 por ciento de las exportaciones que Estados Unidos realiza al mundo. No es cuestión menor la retórica de retaliación y sus implicaciones para las empresas americanas.
El hecho de que la industria mexicana ha sido muy próspera tras el T-MEC, y ha sido potencializada por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, muestra que el proteccionismo de Trump solo funciona incorporando en la ecuación a México. Trump no puede pelearse con los dos centros manufactureros más grandes del mundo. A pesar de las aspiraciones sobre el resurgimiento de la política industrial en Estados Unidos, la competitividad de costos de nuestra industria, pudiera dificultar su ejecución.
Si Trump quisiera implementar una guerra arancelaria, originaría un Estados Unidos más pobre, débil y menos seguro. Dada la integración comercial y la relación bilateral entre ambos países, así como la guerra comercial con China, es difícil dibujar un Estados Unidos exitoso sin México.