Alberto Muñoz

La última milla

La primera percepción práctica de esa última milla ha sido justamente la implementación de medidas de seguridad entre la gente y las fuentes de propagación del COVID-19.

La ciencia ficción aparece cada vez más seguido en nuestra realidad. Para algunos, la carrera espacial ha trascendido los límites del dominio estratégico de los gobiernos y ahora el mundo corporativo está en la fila para consolidar su participación. No es nuevo.

La creación misma de metodologías para el desarrollo tecnológico (e.g. TRL) han sido artífices justamente de esa necesaria vinculación entre ambos sectores. La nueva normalidad nos ha enfrentado a la búsqueda de nuevas alternativas para, al menos, mantener la dinámica económica hasta hoy imperante: cada vez más rápido, más eficiente y más barato.

Dentro de toda esta logística de vida, surge la denominada “última milla”: es requerimiento tácito a la fase final de todo procesos, el cual dentro de su enorme complejidad, implica requerimientos muy particulares.

La primera percepción práctica de esa última milla ha sido justamente la implementación de medidas de seguridad entre la gente y las fuentes de propagación del COVID-19.

Las fuentes de máxima transmisión están justamente en el contacto físico. El uso de las aplicaciones más significativas de los avances científicos en materiales y las tecnologías de la información han venido a facilitar la reducción de los riesgos en el involucramiento del ser humano, justamente en dicha última milla.

El objetivo de poner una bandera en la Luna, era una labor casi imposible para el año 1969, debido principalmente a la poca “inteligencia” de las computadoras de aquella época, lo que requirió ciertamente, que fuera el ser humano el que pudiera controlar a detalle todas las imprecisiones de medición, interpretación y operación de la nave. Ya para cuando se buscó la presencia física en Marte, fue mucho más práctico hacer una combinación de tecnología y dexteridad humana para poder colocar y operar un robot con cierta autonomía para navegar en tan lejanas tierras.

Como sabemos, varias empresas y países están en la búsqueda de alternativas para poner un ser humano en el planeta Marte: quizás la última milla más cara en la historia de la humanidad.

La tecnología de última milla ha recobrado mucha relevancia en la industria, retomando los robots autónomos una nueva dimensión en el ámbito de la atención y procuración de servicios tanto de contacto físico como de telepresencia.

Cada vez más las empresas de retail comienzan seriamente a considerar extender el dominio de aplicación de robots de servicio para justamente, la última milla, y así ofrecer no solamente servicios con mayor inocuidad sino también el poder incluso acceder de manera menos intrusiva a espacios remotos.

También se abre un nicho importante de atención a emergencias en lugares remotos, ya sea para proveer servicios o incluso para rescatar a personas en dificultad. La última milla es, desde este momento y por muchos años, el gran reto de la automatización en la que se conjuga una creciente demanda de servicios, muchos de ellos ya con un nicho de mercado, el denominado “edge” que implica una cercanía a esa frontera entre lo accesible y ciertamente lo computable.

Una primera conjugación del edge computing y de la última milla son aquellos servicios que requieren el uso de elementos de inteligencia artificial para poder ofrecer el servicio requerido en tiempo y forma, como puede ser salvaguardar la integridad, facilitar una transacción o incluso, la de llevar a cabo cirugías complejas con telerobots: todas estas tecnologías implican una serie de requerimientos funcionales y operativos complejos.

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