New York Times Syndicate

El futbol no es tan divertido en las cárceles brasileñas

Uno de los empleos más solicitados por los internos es la fabricación de balones, del que dicen, es una forma de olvidar la pena con la que cargan, sin embargo los críticos de los programas carcelarios denuncian que hacer los balones de futbol no los prepara para la vida en el exterior.

CONTAGEM, Brasil. Hugo Alves solía jugar futbol profesional para ganarse la vida. Sigue conectado con el deporte, pero no en la forma que quería. Ahora, su uniforme consiste de una camiseta roja y pants, y hace balones de futbol en una fábrica de la cárcel.

"Preferiría estar jugando con los balones en lugar de haciéndolos", dijo Alves, de 31 años, quien cumple una sentencia de cinco años por narcotráfico. Agregó riendo con tristeza: "Por lo menos, estoy en el mismo campo".

Alves es uno de 80 internos que hace balones de futbol en la penitenciaría de máxima seguridad Nelson Hungría, cerca de la ciudad sureña de Belo Horizonte, una de las 12 donde se lleva a cabo la Copa Mundial.

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REDUCIENDO SU SENTENCIA

La fábrica de pelotas de futbol está ubicada dentro de un edificio de ladrillos de hormigón con techo metálico, entre elevados muros de la prisión y rodeada por una alambrada de tela metálica con alambre de púas hasta arriba. Son 40 los internos que trabajan en sus celdas cosiendo la cubierta externa de los balones, en una parte distinta del proceso de manufactura.

La fábrica se abrió en 2011 como parte de un esfuerzo más amplio en todo Brasil para subir la moral de los internos, prepararlos para la vida después de la cárcel y reducir la grave sobrepoblación carcelaria. Con otros programas, los presos federales pueden reducir días a su sentencia al participar en programas de alfabetización, lectura de literatura clásica y redacción de reseñas de libros. En una cárcel en la ciudad de Santa Rita do Sapucaí, los internos montan bicicletas fijas conectadas a baterías que suministran suficiente electricidad para iluminar una plaza local.

En la fábrica en Contagem, los internos hacen 400 balones diarios, ganan 543 reales brasileños (unos 243 dólares) mensuales. Un cuarto de eso es para el gobierno, 50 por ciento para los internos o sus familias, y un cuarto va a una cuenta y se paga al momento de la liberación. Se resta un día a la sentencia por cada tres días trabajados.

Los balones de la cárcel no se destinan a la Copa Mundial. El balón oficial para los 64 partidos del torneo se hizo en Pakistán para Adidas.
Las pelotas de la prisión, las cuales se hacen para una compañía llamada Trivella, también las utilizan profesionales, pero muchísimo menos visibles, en la liga estatal de Minas Gerais, donde está ubicada la cárcel. También le encuentran uso en los partidos recreativos dentro del penal y en los de aficionados fuera de los muros carcelarios, así como en Río de Janeiro y Sao Paulo.

Las pelotas manufacturadas en la fábrica de Trivella, hechas a mano y a máquina, consisten de una cámara de látex cubierta con un forro de nailon con paneles de poliuretano, moldeados térmicamente, con el logotipo de la empresa impreso en serigrafía, así como diversas marcas. En varios momentos del proceso, partes de la cubierta exterior de la pelota se colocan sobre sábanas, como si fueran galletas recién horneadas, y cuelgan de ganchos como si fueran melones.

Los internos dijeron que se sienten orgullosos de que sus balones se usen en el campeonato profesional del estado.

Algunos bromearon que la calidad es igual a la del Brazuca.
"Es el mejor balón", comentó Alves, quien agregó que jugó en ligas menores en Argentina, Italia y Perú.

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UNO DE LOS EMPLEADOS MÁS SOLICITADOS

Trabajar en el balón de futbol está entre los empleos más apreciados de la cárcel, los cuales son difíciles de conseguir en todo Brasil. Solo 120 prisioneros en cuatro cárceles en el estado hacen balones, dijeron funcionarios.

Alves comentó que esperó más de un año para que lo contrataran.
La mayoría de los trabajadores usan máscaras para protegerse contra los vapores del pegamento y otros químicos. A veces se les permite mandarles pelotas a familiares y amistades. Graciano Antonio Barros da Mata, uno de los trabajadores en la cárcel, personalizó un balón con el nombre de su hijo de 14 años.

Lo mejor del trabajo, dijeron Da Mata y Alves, es que alivia el tedio cotidiano de la vida tras las rejas en un país donde las prisiones son notorias por la violencia endémica y el trato inadecuado.

"Es grandioso salir de la celda y venir aquí", notó Da Mata, de 37 años, quien ha trabajado durante 16 meses en la fábrica y cumple una sentencia de ocho años por asesinato. "El tiempo se pasa más rápido.

Dejas de pensar en cosas malas". Para un reducido número de prisioneros, en este país consumido por el futbol, el alcance del deporte nacional se extiende hasta los esfuerzos de la reforma penitenciaria.

"Tomas algo que es una práctica cotidiana en Brasil, el futbol, y lo asocias con esta cuestión social, la cuestión del sistema penitenciario, del que se olvidaron por muchos años y ahora salió a la superficie y lo vinculas al trabajo de los prisioneros", explicó Murilo Andrade Oliveira, el secretario de administración penitenciaria en Minas Gerais. "Es fantástico que podamos participar un poco en la vida del país, que es este respeto al futbol".

¿DE QUÉ LES SIRVE?

Los críticos de los programa de trabajo en las cárceles dicen que los internos son vulnerables a que se los explote como mano de obra barata y que hacer los balones de futbol no los prepara para la vida en el exterior.

"No existen empleos para hacer balones fuera de las prisiones", dijo Luis Carlos Valoir, un juez sénior de un tribunal penal en el estado de Amazonas. "La compañía se beneficia enormemente, claro. Las condiciones dentro de las prisiones son muy malas y el preso promedio es pobre y vulnerable. Cualquier cosa que estas compañías le ofrezcan al preso, va a decir que sí. La compañía está compensando la miseria".

Las condiciones penitenciarias en Brasil han sido un problema nacional grave desde hace mucho. El país tiene cerca de 550 mil internos, 66 por ciento más de la capacidad con la que se construyeron los penales, incluidos casi 175 mil detenidos en espera del juicio, según un informe de Human Rights Watch de 2013. El índice de encarcelamientos del país aumentó en cerca de 40 por ciento en los últimos cinco años, dice el informe.

Al menos un preso ampliamente conocido ha trabajado haciendo balones de futbol en la Penitenciaría Nelson Hungría. Es Bruno Fernandes, de 29 años, exportero y capitán del celebrado equipo Flamengo de Río y otrora candidato para ser parte de la selección de Brasil para la Copa Mundial. El año pasado lo sentenciaron a 22 años de cárcel por ordenar el asesinato de una exnovia en un caso sensacionalista, al que se le dio atención muy extendida.

Los fiscales dijeron que Bruno organizó el asesinato para evitar pagar manutención. No se recuperó el cuerpo y se informó que alimentaron a unos perros con él. Está preso desde 2010 en conexión con un secuestro relacionado.

De conformidad con una ley brasileña orientada a la reintegración de los internos a la sociedad, no obstante, Bruno firmó un contrato con un equipo de segunda división en Minas Gerais y busca volver a jugar en un régimen de semilibertad. Un juez denegó su solicitud inicial. Sin embargo, a Bruno lo transferirán pronto a una prisión más cerca del equipo y se espera que vuelva a tratar de reanudar su carrera.

En la oficina de la fábrica de Tarcisio R. Cruz, el presidente de Trivella, una empresa de propiedad familiar, los balones de futbol y de voleibol llenan los estantes. La empresa construyó la planta y paga los servicios públicos, pero se ahorra en salarios, tiempos extra e impuestos que tendría que cubrir al dar empleo en una forma más convencional. Y no tiene que pagar el llamado salario 13, un bono generalizad que se les da a los trabajadores brasileños que equivale a un mes de sueldo.

Trivella saca alrededor de 190 mil dólares mensuales en ventas de sus balones de futbol – los que se hacen en el penal _, con un coste de menos de 20 mil dólares por la nómina mensual, dijo Cruz. Agregó que no cree estar explotando a los presos. "Estos trabajadores son diez veces mejores que los trabajadores afuera", señaló. "Temen perder el empleo. Tienen un gran deseo de trabajar. Nunca hay un solo problema".

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