New York Times Syndicate

El caprichoso virus del ébola: Un niño muere y el otro sobrevive

Las respuestas de ébola han sido diferentes entre las personas que han contraído el virus; el último caso que ejemplifica la complicada situación es la de un par de niños.

SUAKOKO, Liberia – Poco después de que perdió a sus padres por el ébola, Junior Samuel, de ocho años de edad, se desplomó en una silla de plástico dentro de un centro de tratamiento aquí, lánguido, con fiebre y retorciéndose de dolor. Al día siguiente, empezó a sangrar por las encías, un signo particularmente ominoso.

"El niño está muy enfermo", dijo Elvis Ogweno, el supervisor de ambulancias, a una enfermera de la sala de admisiones cuando llevó al niño. "No hay nadie que lo atienda". Diez días después, Rancy Willie de nueve años, quien también había perdido a su madre, se desplomó al descender de una camioneta pickup. Débil, caliente por la fiebre y apenas capaz de tragar después de permanecer tendido al aire libre durante más de un día mientras esperaba ayuda, él, también, pronto estaría sangrando.

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CONFUNDIDOS POR LAS DIFERENTES REACCIONES

Los niños se convirtieron en compañeros de habitación en el centro de tratamiento, operado por la organización de caridad estadounidense International Medical Corps. Recibieron esencialmente la misma atención. Pero un niño murió pocas horas antes de que el otro se fuera a casa, tras recuperarse. Una y otra vez, los médicos aquí se han sentido confundidos por los caminos diferentes de los pacientes cuyos casos parecían similares al principio.

"No importa cuánto tiempo estuvimos ahí, no supimos cómo predecirlo", dijo el doctor Steve Whiteley, un médico de emergencias de California que se presentó como voluntario. Dicen que se han sentido especialmente confundidos por lo que Whiteley llamó el fenómeno de la "bombilla de luz"; un paciente que parecía mejorar, repentinamente moría.

Al querer saber por qué los niños tuvieron resultados diferentes, los médicos se preguntaron: ¿Los niños estaban combatiendo diferentes niveles del virus al principio? ¿Uno empezó más sano que los otros dos? ¿Sus genes o sistemas inmunológicos habían ayudado a determinar su destino? Y ¿qué podían hacer los trabajadores de salud para mejorar las probabilidades de los niños? Las respuestas son difíciles de obtener.

A falta de muchas pruebas de laboratorio e investigación, la enfermedad parece desgarradoramente fortuita. Un estudio publicado en octubre en la revista especializada Emerging Infectious Diseases mostró que los niños que sobrevivieron a un brote anterior tendían a tener niveles más altos en la sangre de un activador del sistema inmunológico, y quienes murieron tendieron a tener niveles más altos de sustancias que indicaban una disfunción de las células que recubren a los vasos sanguíneos, lo cual puede conducir a una falla orgánica. Entre los adultos, las cantidades de esas proteínas no estaban asociadas con la supervivencia o la muerte.

"Los niños no son adultos", dijo la doctora Anita McElroy, profesora asistente en la Escuela de Medicina de la Universidad de Emory y uno de los autores del estudio. "Realmente son diferentes en la manera en que responden a este virus".

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POCOS DATOS SOBRE MENORES INFECTADOS

Los investigadores especularon que los niños podrían beneficiarse de ciertos tratamientos – quizá incluyendo estatinas, que actúan sobre esas células que recubren los vasos sanguíneos – pero esos posible remedios no habían sido estudiados en humanos con ébola y había una posibilidad de que pudieran empeorar los resultados. Como en brotes previos y más pequeños, los niños están insuficientemente representados entre los pacientes de ébola en la epidemia actual.

Según la Organización Mundial de la Salud, los menores de 15 años de edad representaron 13 por ciento de los casos en los primeros nueve meses de la epidemia, aunque representaron un 43 por ciento de la población.

Tienden a estar menos expuestos a importantes factores de riesgo, como la atención a familiares enfermos o la preparación de cuerpos para su sepultura. Los jóvenes tienden a responder mejor que los adultos de más de 40 años cuando contraen la enfermedad, aunque algunos estudios han demostrado que los niños muy pequeños, aquellos de menos de 5 años, son más vulnerables que los niños mayores y los adultos jóvenes. Los investigadores especulan que la razón podría ser sus sistemas inmunológicos inmaduros, o la posibilidad de que estén expuestos a una mayor dosis inicial del virus a través del contacto cercano con sus madres. Los niños de menos de 15 años en general en el brote actual no tienen una ventaja de supervivencia en general, según estadísticas de la OMS. En el centro aquí, solo la mitad de los niños de menos de 15 años han sobrevivido, una tasa similar a la de los pacientes en general. Quince niños en ese grupo de edad han sido dados de alta o han muerto desde que el centro abrió a mediados de septiembre, después de ser construido por la organización de caridad Save the Children. Ocho están siendo tratados ahora, cuando un reciente aumento en los pacientes ha llenado a toda su capacidad la sala de casos confirmados de 26 camas.

Junior, quien era pequeño y pesaba 20 kilos, parecía muy enfermo al ser admitido. No tenía familiares que cuidaran de él, y los miembros del personal, usando calurosos trajes protectores, no siempre se quedaban el tiempo suficiente para consolarlo.

Como los otros dos niños con quienes compartía sala, su carga viral era bastante alta, un mal signo. Le aplicaron una vía intravenosa y líquidos orales con electrolitos para combatir la deshidratación. Con el paso de los días, su trayectoria fue anotada: 3 de octubre: admitido con fiebre, vómito, diarrea, pérdida de apetito, dificultad para tragar y dolor en abdomen, pecho y cabeza. 4 de octubre: sangrado de encías.

El único otro niño en la sala estaba "asustadísimo de estar en la habitación con él", dijo Audrey Rangel, una enfermera estadounidense, durante las rondas. 5 de octubre: diarrea y vómito. 7 de octubre: estable y "saltando a lo loco". 10 de octubre: fiebre de 102 grados Fahrenheit, 38.9 grados centígrados.

Rancy Willie llegó tres días después. Esa noche, Rangel ayudó a levantar a Rancy de la cama para pesarlo. Con sus gafas empañadas, tuvo dificultad para leer el número en la báscula – solo 16.8 kilos, parecía _, lo cual era necesario para calcular las dosis correctas de medicamentos. Rancy fue pasado a la habitación de Junior en la sala para casos confirmados. Dos noches después Rancy se cayó, se golpeó la cabeza y empezó a sangrar profusamente. Pasó una hora y media antes de que acudiera una enfermera porque los miembros del personal estaban ocupados admitiendo a pacientes muy enfermos en la sala de los casos sospechosos.

"Tuve que tomar una decisión", explicó Bridget Ann Mulrooney, una enfermera estadounidense, a sus colegas esa noche. Había un tiempo limitado en que podía usar su traje protector, y demasiadas necesidades que competían unas con otras. Había vendado a Rancy y lo había acostado, pero en medio de la noche él se levantó, confuso, y empezó a vagar desnudo. Junior, asustado por lo que pensó era el fantasma de Rancy, huyó y encontró una cama en otra parte de la sala. Junior ya no tenía fiebre y había empezado a sentarse en el exterior durante el día y a comer de nuevo, y su rostro se iluminaba con una sonrisa siempre que lo saludaban. Cada día, parecía mejor. Un médico se detuvo durante las rondas una mañana para levantarlo y dar vueltas con él. En la noche del 17 de octubre, la quinta que pasaba en el centro, Rancy gemía y gemía. "¿Qué quieres?", le preguntó una enfermera. Ella y un médico limpiaron su diarrea ensangrentada y le dieron un analgésico similar al Tylenol y un sedante para ayudarle a dormir. Esta sangrando por los ojos, la nariz y la boca. Su hermana y un primo habían sido admitidos y habían tomado el lugar de Junior en la habitación, pero estaban demasiado enfermos para consolarlo.

Rancy, cuyo padrastro dijo que le encantaba bailar y el fútbol y quería ser ingeniero civil, murió antes del amanecer. Esa mañana, después de más de dos semanas en el centro, Junior fue dado de alta para vivir con sus tíos, sin ébola detectable ya en su sangre. Sonrió ampliamente y dijo que no había tenido miedo hasta que la gente a su alrededor empezó a morir. Dijo por teléfono que esperaba ir a la escuela un día; nunca había asistido.

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