Monterrey

Si no es el TLCAN: ¿Qué sigue para México?

OPINIÓN. Ante el eventual fin del TLCAN, al menos en esta primera etapa de casi 23 años de actividad, México necesita recordar sus lecciones aprendidas de este ejercicio, para replicarlas en la búsqueda de un nuevo estándar de comercio con nuevos mercados internacionales.

El aumento en el discurso hostil hacia el TLCAN en semanas recientes por parte de EU, en particular relacionados a la serie de requerimientos sobre los ajustes temporales y estacionales a las importaciones agrícolas provenientes de México, el alza en el porcentaje de contenido norteamericano en automóviles producidos en nuestro país y necesario para su importación, entre otros muchos puntos, han puesto al equipo representante nacional en una posición compleja, dada la imposibilidad de negociación con su contraparte estadounidense.

Si a eso añadimos las recomendaciones realizadas en la reciente visita del ministro canadiense Justin Trudeau ante el Senado de la República sobre la necesidad de que México eleve sus salarios internos para mejorar la competitividad laboral, sin reflexionar que éstos no son controlados directamente por el gobierno federal sino son resultado de la productividad de la mano de obra, han mostrado a Canadá no como un aliado en las negociaciones, sino como un país neutral que naturalmente busca defender su agenda y definir su mejor estrategia ante la avanzada norteamericana.

Desafortunadamente, la lectura de los distintos reportes sobre las mesas de negociación sostenidas entre los tres países indican es que éstas distan de ser un diálogo entre pares buscando un mutuo interés, y se deduce que las condiciones con las que llega EU a negociar los cambios en el TLC parecen imposiciones inflexibles las cuales son imposibles de satisfacer sin representar un enorme costo económico y político para México.

Una de las fuentes de disgusto por parte del gobierno norteamericano con el TLCAN ha sido el incremento en el déficit comercial de este país con México. Sin embargo, tal y como he argumentado en diversas ocasiones en esta misma columna, el comercio entre oferentes y demandantes conlleva ganancias para ambas partes cuando esta transacción es voluntaria, medido como el ahorro en la disponibilidad a pagar del consumidor, y un beneficio con respecto al costo para el productor dependiendo de su eficiencia.

El argumento más robusto a favor del comercio de diversos bienes y servicios establece que éste es fundamentalmente benéfico para las partes involucradas, ya sea entre individuos, comunidades, países y regiones. La especialización (Adam Smith, 1776) permite una mayor producción y generación de riqueza en una sociedad; la diferencia de costos determina la cuantía de la ganancia global del comercio entre dos o más países (David Ricardo, 1817), y la demanda recíproca de los bienes y servicios gobierna la distribución de las ganancias (John Stuart Mill, 1848) entre los países que participan en el intercambio. No obstante, benéfico no implica que todos los agentes económicos involucrados reciban ganancias, o que éstas sean distribuidas igualitariamente.

Por ejemplo, utilizando los indicadores de desarrollo del Banco Mundial, entre 1994 y 2015 el ingreso real para México, EUA, y Canadá crecieron a la par en aproximadamente 66 por ciento; derivado de esta mayor capacidad de pago y de la reorganización de factores productivos, las exportaciones crecieron en estos países 261, 157 y 88 por ciento, mientas que las importaciones crecieron 309, 184 y 136 por ciento respectivamente. El mayor crecimiento observado por México en los rubros de actividad comercial son el resultado de lo que en teoría de desarrollo y crecimiento económico se conoce como "convergencia relativa": México comenzó su etapa de desarrollo comercial de una situación de relativa mayor desventaja competitiva, y al comenzar su proceso de integración internacional, el mayor crecimiento en el valor de sus indicadores comerciales proviene de las sinergias iniciales en la reorganización de su producción y factores productivos.

Ante el eventual fin del TLCAN, al menos en esta primera etapa de casi 23 años de actividad, México necesita recordar sus lecciones aprendidas de este ejercicio, para replicarlas en la búsqueda de un nuevo estándar de comercio con nuevos mercados internacionales: ningún cambio en el sector productivo es gratuito, ante la reasignación de factores productivos siempre habrá ganadores y perdedores del proceso de integración comercial, pero al final, las ganancias del comercio que percibe el consumidor en términos de alternativas, precios y calidad, así como la especialización en nuevos productos y servicios derivada del proceso, será aquello que prevalecerá como indicador del éxito de ese nuevo proyecto comercial.

Doctorado en Economía en la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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