Monterrey

Sara Lozano: Mis adultos mayores

Hay de dos tipos, los que se quedan en casa y lo que no se pueden quedar en casa.

Son muchas personas mayores de 70 años a las que quiero y, por lo mismo, he podido acompañarlas por videollamada o teléfono tradicional. No aguantan los chats, el whatsapp es útil para dejar mensajes, pero no para platicar. Pantallas touch, autocorrectores, buscar lentes, es demasiado. Les significa dejar de atender la realidad para adentrarse en la virtualidad. Y eso no les gusta.

Les encantan las videollamadas y más si es en ese rato de la tarde en el que aún no se acaba la tarde, falta un rato para cenar y aún no han empezado sus programas obligados -novelas o noticias-. Para quienes todavía no nos jubilamos, solía ser un horario complicado, antes del SAR-COV2.

Ha sido más que interesante conocer sus anécdotas. Hay de dos tipos, los que se quedan en casa y lo que no se pueden quedar en casa. Del primer tipo son así, ella rocía agua con alcohol en la ropa y las bolsas de quien llega a casa, al mismo tiempo le pide que se quite los zapatos y rocía un poco de cloro disuelto en agua en el tapete de la entrada, le pasa un par de sandalias. Toma las bolsas en lo que instruye a la visita a que pase a lavarse las manos en el baño y utilice determinada toalla para dejar seco el lavabo; y que la puede dejar en el cesto que está junto. Ya ella la recogerá después.

A la par de las instrucciones, ella pasó a la cocina donde tiene un protector plástico destinado a poner las bosas que llegan de afuera y ahí mismo tiene el trapo antibacterial, con alcohol añadido, y va limpiando la bolsa y su contenido. De ahí va al fregadero a lavarse las manos, secar con papel absorbente manos y superficies, ponerse un poco de crema que ya tiene su lugar especial. Tan medido va todo que en cuanto la visita sale de lavarse, ya se inicia el ritual de bienvenida, qué quieres tomar, cómo te ha ido, siéntate aquí.

Él la ve, no se atreve a acercarse a la puerta. La última vez que lo hizo roció con cloro la ropa a la persona que les visitaba, nunca utilizó el alcohol, la hizo entrar descalza y jamás se le ocurrió limpiar la bolsa ni su contenido. Por eso no se acerca, tampoco sale, están a salvo.

Del otro tipo de parejas, las que no pueden quedarse en casa, hay una fenomenal, son algo parecido a Bonnie & Clyde. Él es médico, nadie les va a decir qué es un virus. Toman todas las precauciones, por supuesto, pero se escapan para ir a comprar medicinas o súper, pasan por barbacoa que les queda de pasada. Dejan en casa del compadre un medio kilo, una pequeña visita; o le dan la vuelta al hermano que anda deprimido y aprovechan de llevar algo a Cáritas. El periódico sabe mejor cuando sales a comprarlo, dicen. También se sienten salvados.

Las dos parejas padecen el regaño de los hijos, estos les han contado con detalles dantescos la realidad por la que han pasado China y Europa. Y lo saben, tan impertinente es recibir visitas como salirse un par de veces a la semana.

Pero a esta edad – coinciden - cada hora nos roba agilidad, energía o lucidez; no las queremos perder por miedo, ni por depresión, ni por prudencia, de eso sí nos cuidamos. Estamos a salvo.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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