Monterrey

Reflexiones sobre el incremento en el salario mínimo

La pérdida en el poder adquisitivo de los salarios en México durante los últimos treinta años es un fenómeno documentado por múltiples estudios académicos nacionales e internacionales

Como se comprometió en su campaña, esta semana el Presidente Andrés Manuel López Obrador, en compañía de la Secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde Luján, y con el apoyo de sindicatos y empresarios, anunció la nueva política de salario mínimo, incrementando éste de 88.36 a 102.68 pesos diarios, y en la Zona Libre de la Frontera Norte a 176.72 pesos. ¿Qué reflexiones nos dejan estos incrementos del orden de 16.2 y 100 por ciento para las zonas interiores y fronterizas, respectivamente? En particular, ¿es esta política una solución a un problema estructural, o representará mayores costos que beneficios a nuestra economía, una vez que se consideran sus efectos directos e indirectos?

Como lo hemos analizado en este mismo espacio, la pérdida en el poder adquisitivo de los salarios en México durante los últimos treinta años es un fenómeno documentado por múltiples estudios académicos nacionales e internacionales. De acuerdo a estos trabajos, esta falta de crecimiento en el valor de cada hora de trabajo es resultado de la combinación de un escaso crecimiento económico, una falta de crecimiento en la productividad de los factores, el incremento en la oferta laboral para todos los niveles de especialidad, y finalmente, un estancamiento en los rendimientos a la educación, siento estos últimos los que diferencian en equilibrio los salarios percibidos entre personas con distintos niveles de educación.

De acuerdo a la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, en conformidad con lo establecido en el Artículo 90 de la Ley Federal del Trabajo, el salario mínimo es la cantidad menor que debe recibir en efectivo el trabajador por los servicios prestados en una jornada de trabajo. El salario mínimo posee una naturaleza intrínsecamente clara: garantizar, a través de un decreto legal, el mínimo nivel de compensación laboral necesario para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos.

Dados los antecedentes presentados, reflexionemos primero sobre algunos de los efectos directos de esta política. De acuerdo a datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, a nivel nacional en 2014 aproximadamente ocho por ciento de la población ocupada no recibía ingresos y 67.4 por ciento percibía entre uno y tres salarios mínimos. En uno de mis trabajos (Moreno, 2002) demostré, entre otros resultados, que esta población objetivo está constituida principalmente por hombres y mujeres con los menores niveles de educación del mercado. Como lo propone la teoría económica, un incremento en el salario mínimo podría incidir negativamente en los niveles de empleo formal de esta población vulnerable, y tener una mayor afectación relativa en el empleo de las mujeres, causando un desplazamiento hacia la informalidad laboral.

En términos de los efectos indirectos, la creación de la Unidad de Medida y Actualización (UMA) permitió contar con un primer dique de contención de impactos inflacionarios al haber desvinculado el salario mínimo a múltiples operaciones como son el pago de préstamos hipotecarios y la actualización de precios en algunos servicios. No obstante, los efectos sobre el incremento en costos que enfrentarán las empresas, y que potencialmente se transmitirán al consumidor en mayores precios dependiendo de la capacidad para ajustar la planta productiva o de la elasticidad de la demanda de cada bien final, siguen constituyendo la principal objeción a la política del incremento en el salario mínimo, particularmente si este ajuste se vuelve recurrente, ya que podría crear una escalada inflacionaria con efectos en bienestar agregado indeseables, debido a la regresividad que ésta representa para los hogares de menores ingresos.

En conclusión, el incremento en el poder adquisitivo del trabajo, más que una política de salarios mínimos, requiere de una estrategia que restaure a la educación su capacidad de señalizar talento y diferenciar capacidades productivas, incentivando su adquisición a través de rendimientos que compensen la inversión realizada, reflejen su valor social, todo esto sin castigar con tasas de impuestos altamente progresivas los ingresos de quienes han decidido prepararse aspirando tener un mejor nivel de vida.

Deseo que estas fechas traigan a cada uno de ustedes bendiciones en sus vidas, éxito en sus proyectos, y finalmente, paz para disfrutar de cada don recibido en compañía de sus seres amados. ¡Felicidades!

El autor es Doctor en Economía en la Universidad de Chicago. Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL y miembro del SNI-CONACYT Nivel 1.

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