Es imposible dejar de reflexionar sobre las profundas consecuencias del cambio en el paradigma de organización económica y social que estamos viviendo como resultado de la pandemia asociada al Covid-19, y de la intersección de esta crisis sanitaria con la confluencia de otras que son también de interés para nuestra sociedad como lo son la crisis económica, la crisis financiera, la crisis en los precios del petróleo y en el paradigma energético, y para acentuar todo lo anterior, la crisis político-institucional que vive nuestro país.
Al margen de las muchas noticias que inundan, y muchas veces nublan, el panorama de información relevante, hay al menos tres preguntas sobre las que vale la pena reflexionar, al menos brevemente, usando como herramienta de análisis la ciencia económica: cuanto se va a prolongar esta pandemia, cual es el costo económico de las medidas adoptadas, y si la apertura de la economía es algo socialmente implementable y deseable en estos momentos. La gran revelación, es que ninguna de las respuestas a los cuestionamientos anteriores es del todo satisfactoria, o tienen una respuesta sólida hoy.
A esta altura del confinamiento por Fase 3 a nivel nacional, los indicadores de control epidemiológico son difusos, poco claros, cambiantes día a día, y el método seleccionado por la Secretaria de Salud del gobierno federal (conocido como "modelo centinela") proporciona información que el mismo subsecretario Gatell ha afirmado no se puede utilizar para contrastar con otros países, aunque algunas veces sea el mismo gobierno federal quien lo haga. Lo cierto es que los indicadores de contagio siguen creciendo, la evidencia observada no muestra ningún "aplanamiento" en las curvas estatales y nacionales, y las tasas de crecimiento de contagio y mortalidad nacionales son superiores al promedio mundial, y lejos de los casos de países exitosos. Además, estados en donde se adoptaron medidas adelantadas de confinamiento social como Nuevo León y Jalisco muestran que existen altos riesgos vigentes, y que no obstante lo estricto de las regulaciones, existe un porcentaje importante de la población que sigue sin acatar las medidas de distancia social y que ponen en alto riesgo al resto de la población, como fue el caso esta semana en donde un descuido ocasionó el contagio de más de 50 personas mayores (las personas con mayor riesgo de mortandad) en un asilo en el AMM. Si a esto añadimos las observaciones puntuales de que nuevos brotes en una nueva ola pueden ser mucho más mortales y contagiosos, la respuesta simple es: la pandemia no va a terminar pronto para regresarnos a una nueva normalidad, no en semanas, y probablemente no en los próximos meses.
La segunda pregunta es igual de compleja, y se refiere a los costos económicos de la pandemia. En esta semana he tenido la oportunidad de leer algunos trabajos y asistir a algunas conferencias virtuales haciendo referencia a definir los costos económicos (trabajos como el de Casey Mulligan de UChicago), a cómo limitar las pérdidas por los costos económicos (como la propuesta del subgobernador de Banxico, Gerardo Esquivel) y trabajos que ya miden el tamaño y persistencia de los costos de la pandemia, en el caso norteamericano el sobresaliente trabajo de Verónica Guerrieri (UChicago Booth) Guido Lorenzoni (Northwestern) and Ludwig Straub (Harvard) e Iván Werning (MIT), y en el caso de México el trabajo realizado por mis colegas Joana Chapa (UANL) y Edgardo Ayala (Tec de Monterrey). Todos los trabajos concuerdan en algo: los costos económicos van mucho más allá de los costos por servicios médicos, y la manera de mitigarlos no son gratuitos y su financiamiento debe venir de una coordinación entre los distintos actores económicos, encabezados por un gobierno que provea liquidez al sistema financiero y certeza institucional al económico. Lo que observamos es que, para nuestro país, los costos en términos de empleo, producción, incertidumbre y riesgo ya mostraban señales de deterioro desde antes de la pandemia (como consecuencia de la falta de asertividad en la política económica del gobierno federal) y se han incrementado como consecuencia de la falta de política públicas sólidas de contención y respuesta efectiva por parte del gobierno federal, e insuficientes (no obstante, bien intencionadas y correctamente dirigidas) por parte de los gobiernos locales, en particular de los estatales.
La última pregunta hace referencia a la necesidad y factibilidad de abrir las actividades productivas para evitar un daño mayor en términos de los costos que ya enfrenta la débil economía. A estas alturas, mi opinión es que una apertura de las actividades, de la mano de una contención insuficiente en la transmisión del virus Covid-19 tal y como lo muestran los datos con los que contamos, y sumado a la falta de adopción de las medidas de distanciamiento y precaución por parte de un grupo importante de la población, podría causar una trágica explosión en el caso de infectados que terminen por colapsar los sistemas de salud locales, aún en el caso de Nuevo León cuyo sistema es ejemplo de coordinación entre los sectores académico, público y privado. Esto es, antes de abrir la economía deben de garantizarse al menos dos elementos clave que requieren voluntad pública y talante político: el control en el número de nuevos casos de contagio, y la implementación de medidas preventivas efectivas en la sociedad como la distancia social, el uso de cubrebocas, el uso del sistema de transporte público eficiente, entre otros.
La teoría del capital humano, ampliamente estudiada y popularmente divulgada por el premio Nobel Gary Becker (1930-2014) postuló que la riqueza más importante de una sociedad lo constituye la educación y salud de sus integrantes; lo que, es más, de manera natural existe una complementariedad natural entre los elementos que componen el capital humano. Pues mayor educación incentiva el cuidado y preservación de la salud, y mayor salud favorece a continuar adquiriendo educación para disfrutar de mejores niveles de ingreso durante la vida de una persona.
Por lo anterior, es momento, al menos en el corto plazo, de favorecer la preservación del capital humano en forma de salud y la vida de nosotros como ciudadanos, pues en las condiciones actuales y sin una mayor asertividad en la adopción efectiva de las políticas públicas de contención de la epidemia y distanciamiento social, la potencial destrucción de vidas humanas y de salud serían trágicas e irrecuperables, añadiendo una mayor tragedia al colapso del sistema económico reflejado por los indicadores tradicionales de empleo y producción. Y así, dejemos que una vez controlada la pandemia en su fase crítica, sean la complementariedad entre capital humano, capital físico y capital financiero, los que nos conduzcan de la mano de una política pública efectiva a una nueva senda de crecimiento y desarrollo, habiendo actuado éticamente al proteger las vidas de todos, y en particular la de los más vulnerables.
El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.
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