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A lo largo de esta semana INEGI publicó los indicadores de actividad industrial y la actualización correspondiente a la estimación del Producto Interno Bruto trimestral para México. Mientras que los datos del IGAE muestran para el mes de junio un incremento mensual de 8.9 por ciento (significando una ligera recuperación en la actividad productiva con respecto a mayo) su nivel sigue ubicándose en una contracción del orden de 14.5 por ciento anual, esto es, con respecto a junio de 2019. Por otra parte, la actualización en el valor puntual del PIB simplemente comprueba el tamaño del daño de la contracción en la producción agregada del país, que coloca el valor de la producción total en niveles comparables al tercer trimestre de 2010. A pesar de lo anterior, el hecho de que el IGAE muestre recuperación ha sido motivo para que algunos destacados especialistas, incluyendo a Gerardo Esquivel, Subgobernador del Banco de México, hablen del principio de la recuperación económica en nuestro país.
En mi caso, soy mucho más cauteloso al referirme a este incremento en el IGAE, en particular a preferir no interpretarlo aún como el fin de la crisis y el inicio de una recuperación autosostenible, y en esta columna argumentare al respecto de mis motivos para esto, todos vinculados a un hecho fundamental: la magnitud (aún desconocida) del daño ocasionado por la actual pandemia a múltiples indicadores sociales que inciden en un daño profundo en los procesos productivos y de bienestar del país, específicamente los asociados al capital humano y social, mismos que llevarán años reconstruir y para los cuales aún no se han diseñado las estrategias suficientes para hacerlo.
En particular, a pesar del incremento observado en el IGAE, no es momento de alzar campanas al aire en señal de victoria pues como lo han señalado múltiples especialistas como Anne Krueger (quien fuera economista en jefe en el Banco Mundial) en un artículo reciente publicado en Project Syndicate, la velocidad y la solidez de la recuperación económica dependen crucialmente del control rápido y eficaz de la actual epidemia; por tanto, abrir la economía cuando ésta no ha sido controlada (como ha sido el caso de nuestro país) repercutiría en una mayor probabilidad de un repunte de la incidencia y obligaría al poco tiempo, a volver a una situación de confinamiento generalizado, destruyendo cualquier recuperación económica parcial que se hubiese logrado, pero con el riesgo a que la contracción sea mucho más severa.
Uno de los temas que ha sido recurrente en mis columnas, en parte porque su estudio fue una de las razones para haber elegido ser economista, es el análisis de la importancia del capital humano en los procesos de desarrollo de largo plazo, en particular, la relevancia de dar seguimiento a sus indicadores de nivel e inversión.
Sin duda, el capital humano de nuestra sociedad mexicana ha sido uno de los elementos más comprometidos y afectados en la presente crisis. Tanto los indicadores de salud como de educación, desde lo individual hasta lo agregado, y a lo largo de todos los estratos de ingreso, nos muestran lo grave de la situación que enfrentamos.
Por una parte, la salud en lo general ha sido puesta en riesgo ante la falta de medidas de confinamiento y prevención coordinadas. La falta de un sistema de salud público eficiente que garantice medicamentos oportunos y atención expedita a los más vulnerables han incrementado la letalidad de la pandemia en el país muy por encima de los promedios internacionales, alcanzando cifras de más de 63 mil fallecimientos oficiales, pero donde estimaciones de especialistas como los estudios de Johns Hopkins University hablan de un factor de tres con respecto a ese número, con casi de 200 mil muertes potenciales por esta enfermedad, y que aún usando las cifras oficiales, ubican al país en los primeros tres lugares de fatalidad en esta pandemia, solo debajo de Estados Unidos y Brasil.
En el caso de la educación, la magnitud del daño y la complejidad del tema merecen también un estudio puntual y extenso, probablemente tema de una futura entrega. Comencemos por recordar que la educación es un proceso secuencial: si éste se interrumpe parcial o totalmente en algún punto de la vida de un estudiante, este afecta todo el futuro de la persona. Por ejemplo, el enorme número de niños que quedarán sin una educación preescolar especializada con motivo del confinamiento podría tener efectos negativos permanentes en las habilidades cognitivas de estos estudiantes, afectando su desempeño en niveles de educación básica, media y superior, como se muestra en un reciente artículo académico próximo a publicarse que realicé en conjunto con Sara Cortez, estudiante de doctorado (Facultad de Economía, UANL). Por otra parte, para el caso de la educación básica, la migración a la modalidad no presencial usando como base la televisión abierta y como complemento el acceso a medios digitales como el internet, son medidas insuficientes para garantizar la continuidad en el proceso de aprendizaje de los niños y también constituye una política insuficiente para este fin. Al margen de que el sistema educativo mexicano presentaba ya enormes rezagos en su alcance y calidad, éste no está preparado en lo pedagógico para migrar a una educación a distancia, pues la preparación de los docentes y los materiales de la educación pública simplemente no están diseñados para tal fin. Además, esta modalidad de educación resulta altamente regresiva al excluir de este proceso a miles de familias que carecen de los medios para acceder siquiera a electricidad, a una televisión con la cobertura de los programas de televisión que se ofrecen como alternativa educativa, o a equipo e internet para cubrir los requerimientos de escuelas las pocas escuelas públicas o las costosas alternativas privadas que ofrecen estos servicios.
Desde los tratados clásicos de Schultz (1961), Becker (1964) y Lucas (1988) hasta los más recientes estudios especializados en la complementariedad de los procesos cognitivos y de salud controlando la transmisión de conocimiento incluso a nivel hereditario (Conti, Heckman y Pinto, 2016) , la evidencia internacional en desarrollo económico es indudable: a pesar de los obstáculos que otros factores pueden representar, la educación y la salud son los principales mecanismos de movilidad social.
La magnitud de la afectación a los procesos de inversión y acumulación de capital humano de las personas, especialmente de los niños y jóvenes en los estratos de menor ingreso, revelaran el enorme reto que tiene México para recuperar la senda de crecimiento y los niveles de bienestar previos a la pandemia, y el enorme esfuerzo adicional que deberá hacerse desde lo social para superar los daños que esta crisis sigue ocasionando a todos y cada uno de sus ciudadanos, todo esto mientras observamos con incredulidad e impotencia cómo las prioridades de política pública del gobierno federal siguen apuntando a un idealizado pasado a dónde, sin duda y desafortunadamente, seguimos retrocediendo día tras día.
El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.
Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.