Monterrey

Jorge O. Moreno: La economía mexicana en 2020,un desastre que necesita comunicarse

El país requiere un cambio en su enfoque de política pública, el gobierno necesita actuar para enfocar su trabajo y esfuerzo en aquello que resulta imposible postergar en nuestra lastimada economía y sociedad.

Inicio este espacio con una frase que descubrí ya muy avanzada mi formación como economista, pero que encierra una sabiduría que habría de definir algunos de mis pasos profesionales, y muy a propósito de estos complicados tiempos en los que todos estamos viviendo: "la extraña tarea de la ciencia económica es demostrar a los hombres lo poco que realmente saben de aquello que piensan pueden diseñar". El autor de la frase anterior, Friedrich A. von Hayek (Premio Nobel en Economía en 1974, por sus contribuciones al estudio de los ciclos económicos y el papel del dinero) muestra tal vez una de las tareas más difíciles del economista como científico social: comunicar ideas desde la metodología científica de la economía.

En otras palabras, una de las labores del economista es, precisamente y como lo expondría Deirdre McCloskey en algunos de sus trabajos, usar la retórica y la metodología económica para explicar la compleja realidad humana, ya sea al presentar ideas, argumentar desde los hechos, proponer explicaciones (buscando que sean libres de juicios personales de valor), o cuestionar directamente a las ideologías encumbradas convencionales que suelen ignorar los complicados procesos económicos, históricos y sociales que le preceden, y que muchas veces llegan a planteamientos que rayan en lo absurdo por la simplificación de su respuesta a temas por demás complejos.

En estos momentos, es imposible desde la economía comunicar información que vaya en línea al tono positivo, que en muchas ocasiones ya raya en lo cínico, con que cada día y a través de varios de sus voceros, desde el gobierno federal pretenden abiertamente negar la angustiosa realidad económica y social en la que millones de mexicanos vivimos.

Nuestro país naufraga en un indeseable escenario incierto y negativo, tragedia impensable hace unos meses, y mientras el gobierno federal dista mucho de estar a la altura del estado que nuestras necesidades y exigencias como ciudadanos requiere, los gobiernos estatales y locales, más cercanos en lo geográfico al sufrimiento cotidiano, ven ya casi agotados sus recursos financieros, insuficientes para hacer frente al tamaño de la catástrofe que estamos presenciando en materia de salud, economía, y seguridad.

Desde lo nacional, simplemente los indicadores económicos publicados en las últimas dos semanas dan señal del tamaño histórico del daño ocasionado por la crisis actual, pero también acentuado por la falta de políticas públicas asertivas que hubieran mitigado la magnitud del ciclo que aún sigue sin tocar fondo. La caída en el indicador clave de la actividad económica del país, el PIB, publicada el día de ayer por el INEGI da cuenta de la magnitud de esta contracción durante el segundo trimestre del presente 2020: 17.26 por ciento (trimestre a trimestre, equivalente a una reducción de 53.1 por ciento anualizada) y 18.9 por ciento (cuando se compara con el mismo trimestre con respecto al año anterior). El tamaño del deterioro económico se profundiza si integráramos a la medición el criterio per cápita, y si lo complementamos con el enorme incremento observado y ya anunciado por CONEVAL en la pobreza laboral (esto es, la población cuyos ingresos laborales son insuficientes para adquirir la canasta alimentaria) que subió de 35.7 por ciento en el primer trimestre de 2020 a 53.1 por ciento en abril de 2020 y 54.9 por ciento en mayo, y la lista sigue en una amplia gama de indicadores cuyas métricas se cuantifican en decenas de miles de vidas perdidas, ya sea por Covid o por la escalada en la violencia organizada y la violencia doméstica. En otras palabras, tenemos la mayor escalada de violencia en la historia, y la debemos enfrentar con los niveles económicos de ingreso global del año 2010: diez años de crecimiento económico dilapidados en lo que va de este sexenio que acumula pérdida tras pérdida en el valor de este indicador.

Desde lo local de mi propio entorno inmediato, estas semanas he sido testigo de cómo ha fallecido gente muy cercana; médicos, enfermeras, empleados del sector salud (todos ellos irremplazables socialmente en el corto plazo y justo en el momento en que más se requieren), como también he visto fallecer adultos mayores, adultos jóvenes, y niños, alcanzando un penoso récord de muertes en nuestro país y nuestro estado resultado de esta pandemia, y solo son los que se conocen y cuentan. He conocido de primera fuente cómo médicos de hospitales públicos claman a las direcciones centralizadas en la capital por recursos para atender a sus pacientes, cómo los pacientes hacen fila para ser atenidos en los hospitales que ven superadas sus capacidades, y cómo aquellos pacientes que pueden intubarse y cuentan con una cama, sus hospitales no cuentan ya con recursos para poder garantizar siquiera anestesia en su convalecencia, dolor y agonía. He sido testigo del llanto de los familiares que perdieron un ser querido, de la impotencia de los doctores y personal médico ante la abrumadora carga de trabajo sin cesar y que pone en riesgo su propia vida y la de sus seres amados, pero también he sido testigo incrédulo de la abierta y desfachatada respuesta que se ofrece desde lo federal ante los cuestionamientos anteriores hechos desde la prensa: un avión, un presunto corrupto, y la planeación de un desfile para conmemorar la Independencia.

Por lo anterior, es importante que, a pesar de lo penoso que sea la situación social de nuestro país y la congoja de ver tanto dolor a nuestro alrededor, como economistas sigamos comunicando y sigamos enfatizando el mensaje que nuestra ciencia tiene que decir a partir de los datos y de la información que somos capaces de generar; que se lea y que quede claro: el país requiere urgentemente un cambio en su enfoque de política pública, el gobierno necesita actuar ya, pronto y expeditamente, para enfocar su trabajo y esfuerzo en aquello que resulta imposible postergar en nuestra lastimada economía y sociedad.

No, la pobreza no se erradica dando dádivas en forma de cheques desde alguna secretaría en la capital, emitidos con recursos de quienes trabajamos y pagamos oportunamente impuestos; no, el desempleo no se erradica con becas y empleos temporales basados en un programa mal diseñado, poco transparente, y con fines electorales; no, la infraestructura que requiere el país no puede tener como principal proyecto un tren turístico movido por diésel y que además pone en riesgo mantos acuíferos de la región y no muestra ningún respeto por proteger el patrimonio arqueológico y social de los pueblos nativos a quienes se pretende ayudar; no, el futuro energético del mundo no es el petróleo ni la gasolina, una refinería es una pésima inversión y Pemex financieramente es ya un lastre enorme que ha absorbido recursos del país de forma sin precedente, a cambio de nada en este sexenio; no, un monopolio público en la distribución de los medicamentos que son adquiridos en el extranjero sin ninguna patente o estudio de equivalencia para uso nacional (papel que antes jugaba la COFEPRIS, pero que legalmente le ha sido revocado en una reforma reciente) tiene todo para ser una peor solución que la situación anterior con tres empresas coordinadas para aprovechar las economías de escala y alcance asociadas a este tipo de productos necesarios y que ya costaron la vida de niños inocentes; no, las prioridades del país no son la venta de un avión o las columnas de ciertos periodistas en desacuerdo con el actual gobierno, sino en primer lugar, la activación de protocolos nacionales para cuidar la salud (incluyendo el uso obligatorio del cubrebocas, cuya evidencia científica de reducir el contagio si existe y cualquier persona con acceso a internet puede leer) y el incremento inmediato en los recursos a todos los servicios médicos. No, los ciudadanos que decimos ya es suficiente a tantos errores no somos menos mexicanos, ni menos patriotas, que el que voltea la vista pretendiendo ignorarlo; pero si, si somos ya muchos los que estamos cansados de ver gente inocente morir, y ser testigos de la indolencia de senadores, diputados, y del gobierno federal incapaces de escuchar la voz del pueblo que representan, y de los especialistas que nos preparamos en nuestras respectivas vocaciones para enseñarles el equivocado rumbo que han decidido emprender.

Sigo pensando, y seguiré enfatizando desde la evidencia y los estudios desarrollados desde la academia, de la importancia que los programas y las instituciones desaparecidas hubieran tenido en atenuar el duro golpe de la contracción a los más vulnerables y pobres desde lo social (empezando por Prospera, Seguro Popular y las estancias infantiles) o la necesidad de una agenda gubernamental instrumentada no para acumular poder en torno a un proyecto político, sino en la necesidad de proveer aquellos bienes y servicios públicos que está obligado, ya sea desde lo legal o desde lo moral.

Agradezco a los miles de valientes mujeres y hombres dedicados al sector salud, que desde su trinchera arriesgan su vida con profesionalismo y limitaciones, en aras de ayudar a quien los necesita. Gracias, no están solos, el amor de sus seres queridos y el reconocimiento de millones quienes los respetamos, los acompañan.

Mientras tanto, como economista y desde mi ejercicio de profesión en la academia, seguiré buscando comunicar los hechos y la realidad observada a través de la perspectiva que nuestra ciencia económica ofrece, en el mismo sentido que la idea de Hayek, y enfatizando en todo momento lo siguiente: el funcionamiento de un sistema económico no depende de lo que crea una persona o un grupo de personas encumbradas en el poder, sino es el resultado de la suma de acciones individuales, libres y voluntarias, así como de la interacción colectiva, compleja, y completa de todos quienes conformamos este enorme sistema social. En conclusión: efectivamente y sin dejar espacio para dudas, estudiar economía ayuda a entender la economía, marginal pero significativamente mejor que no hacerlo o pretender haberlo hecho.

El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad única de quien la firma y no hay que hacer que la postura editorial de El Financiero.

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