Monterrey

Jorge O. Moreno: Exhibe pandemia debilidades del gobierno mexicano

La contingencia sanitaria llega en el peor momento para México cuando ya padecía estragos en su economía.

De acuerdo con el filósofo Francois Voltaire: "el sentido común es el menos común de los sentidos". Si bien, de acuerdo con el otro filósofo francés René Descartes en su tratado Discurso del Método, la realidad percibida a través de los sentidos es la forma más sencilla de interpretar y comprender una realidad, ciencias como la filosofía, psicología, y recientemente la misma economía conductual, han enfatizado la importancia del "enmarcado de la información" que los agentes económicos reciben; en particular, experimentos en economía conductual han elaborado sobre cómo la presentación de la información de un fenómeno, en términos de costos, beneficios, y probabilidades, es fundamental en la manera en que las personas integran su información disponible para tomar decisiones y determinar su comportamiento, particularmente en momentos de alerta o situaciones de crisis.

¿Qué tiene que ver esta digresión de índole epistemológica con la actual situación de emergencia de salud que vive el mundo y con la crisis económica que le acompaña? La respuesta es mucho, si es que deseamos encontrar una interpretación lógica a la pronta reacción de algunos gobiernos locales ante la pandemia, y la falta de ésta mostrada durante días por autoridades del gobierno federal mexicano.

En general, podríamos describir el sentido común como una especie de "acuerdo natural" sobre las consecuencias de una acción o inacción determinada, mismo que es regido y reforzado desde la experiencia propia y compartida de una situación particular. La función del sentido común es, para algunos psicólogos, facilitar la toma de decisiones en situaciones complejas que involucran, por ejemplo, múltiples capas de efectos directos e indirectos asociados a las consecuencias de nuestras decisiones.

Claramente, y como múltiples analistas lo han venido planteando por meses y en esta misma columna lo hemos analizado, la crisis pandémica mundial del COVID-19 llega a México en uno de los peores escenarios posibles: economía en estancamiento, finanzas públicas endebles, proyectos de infraestructura de dudosa rentabilidad social, compromisos fiscales en programas sociales mal diseñados y sin impacto económico comprobable, y lo más preocupante desde el punto de vista de capital humano: un sistema de salud desarticulado que ha dejado a su población más vulnerable expuesta a todo tipo de problemas de salud.

Y es en este contexto, al igual que en 2008, que el cisne negro al que Nassim Nicholas Taleb hizo referencia en su famoso libro, se ha hecho presente, y lo poco probable ha vuelto a ocurrir, y sus consecuencias ante la falta de previsión no se han hecho esperar.

Volviendo a nuestros primeros apuntes de hoy, ¿cuál era la probabilidad de que una pandemia mundial ocurriera? Hace no más de dos meses era un evento por demás improbable, y sin embargo sucedió, y el mundo no estaba preparado para confrontarla. ¿Cuál era la probabilidad de que una situación de esta índole sobrepasara la capacidad de los hospitales de las principales potencias médicas como Estados Unidos en ciudades claves como Nueva York y costara miles de vidas? Hasta hace un mes era muy pequeña, pero sucedió, y las tendencias actuales muestran que ésta ya es el nuevo epicentro de la enfermedad a nivel mundial. En todos estos casos, pensar en que "no va a pasar nada" es mucho más sencillo que actuar y prepararse debido a lo complejo que sería poder coordinar todas y cada una de las acciones necesarias para anticipar correctamente un evento improbable.

En el complejo contexto socioeconómico actual del país descrito en los párrafos anteriores, asumir y enmarcar como pequeña y ridícula la probabilidad de que el problema pandémico cueste miles de vidas en el país, y por tanto no hacer nada, resultaba mucho más reconfortante y conveniente, particularmente para un gobierno federal incapaz de articularse internamente en temas de política económica como la necesidad de medidas contra-cíclicas y el necesario endeudamiento de corto plazo, por ejemplo. El sentido común aplicado desde el ejercicio de la política pública federal fue así asociar una alta probabilidad a que las cosas se regularizaran eventualmente y asumir que por tanto era mucho más costoso "sobreactuar" ante esta situación, llamar a la moderación aplicando políticas que otros países ya estaban implementando, y castigar aún más la economía nacional mostrando además la fragilidad del sistema de salud.

Esto contrasta, por otra parte, con la acción inmediata emprendida por los gobiernos locales de estados como Jalisco y Nuevo León, quienes emprendieron acciones oportunas para detectar y controlar la enfermedad, reconociendo que, por su naturaleza económica industrial y su conexión internacional, estos estados presentan una alta movilidad nacional e internacional, lo que detonaría la propagación del virus en caso de no proceder de tal forma. Los gobernadores no escatimaron, y acataron que más allá del sentido común, está la responsabilidad social de su envestidura como primera línea de contacto con sus ciudadanos.

El ejercicio de la política pública nacional, de la misma forma que no puede hacerse desde la ideología política, tampoco puede ejercerse desde el sentido común de una persona, así sea el presidente Andrés Manuel López Obrador.

Las consecuencias del mal ejemplo del gobierno federal mexicano ante el COVID-19 se sienten en lo económico, en lo político, y en lo social a nivel mundial. El peso ha perdido valor de manera nunca vista en épocas recientes, la mezcla mexicana de petróleo mostro ayer otra caída en su precio de mercado ubicándolo en 14.67 dólares por barril muy lejos de 58.88 dólares cotizado en enero de este año, diversas agencias han reducido las expectativas de crecimiento nacional ubicándolo en niveles de contracción e incluso JP Morgan la ubica en una reducción del siete por ciento, y evaluadoras de riesgo como Standard and Poors han reducido la calificación crediticia de la deuda del país colocándola casi al nivel de grado especulación.

En una situación tan compleja como la pandemia asociada al COVID-19, y que involucra arriesgar nuestra vida y la de quienes amamos, vayamos mucho más allá del sentido común, no escatimemos en las precauciones, y seamos prudentes en cada decisión que tomemos, integrando toda la información que medios especializados nos proporcionan, pues la vida de cada uno de nosotros es, al final de cuentas, nuestra verdadera riqueza, y todos y cada uno de nosotros constituimos el activo más valioso de nuestra nación.

Doctor en Economía por la Universidad de Chicago. Es Profesor-Investigador de la Facultad de Economía de la UANL.

Esta es una columna de opinión. Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad únicamente de quien la firma y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.

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