Monterrey

Rogelio Segovia: Líderes triunfadores, la falacia de la meritocracia

La semana pasada escribí en LinkedIn una breve reflexión a partir de una pregunta insidiosa. La publicación generó múltiples reacciones, la mayoría de ellas en un notable acuerdo. La pregunta retórica, y bastante embustera, era: ¿por qué no eres rico si eres tan inteligente?

Mi idea central no era encontrar alguna correlación entre el éxito económico y la inteligencia, mi propósito era recalcar que la creencia de que la meritocracia, como garantía de riqueza basada en talento e inteligencia, es mayormente una falacia. Factores como la suerte, el contexto socioeconómico y las oportunidades influyen más en la acumulación de riqueza. Incluso recalqué una investigación de Alessandro Pluchino, de la Universidad de Catania, en Italia, la cual demostró que la fortuna juega un papel determinante en la obtención de riqueza, más que el talento puro.

En uno de mis primeros artículos en este espacio (Soberbia meritocrática, 26 de febrero, 2001) hablé sobre la meritocracia entendida como el sistema basado en talento, esfuerzo y dedicación para lograr la movilidad social y económica. El problema, afirmé en aquel entonces, es que no todos tienen igualdad de oportunidades; lo que nos ha hecho caer (espero que inconscientemente) en lo que Michael Sandel, filosofo de la Universidad de Harvard, llamó “la tiranía del mérito” (2020) y, lo que a su vez nos llevó, a perder el sentido en el bien común. Creando sentimientos, en las personas que prosperan económicamente en la vida (los triunfadores) de soberbia; y a quienes no lo consiguen (los perdedores), a caer en sentimientos de ira y frustración.

Según Marvin Harris (antropólogo estadounidense), el punto de vista de que los pobres se niegan a trabajar duro y a ahorrar, no tiene en cuenta el tipo de trabajo y las pocas oportunidades de progresar. Afirma que cuanto más monótono, sucio y agotador es el empleo, mayor es la probabilidad de que al trabajador se le recompense su esfuerzo y diligencia extra… con más trabajo del mismo tipo.

Harris utiliza el caso de un intendente de oficina para ejemplificar las limitaciones de la meritocracia. En este ejemplo, no importa cuántas oficinas limpie el intendente ni cuán eficiente sea, su salario y estatus social siempre serán inferiores a los de los ejecutivos de la empresa.

Hoy en día aún creemos en el mito del hombre o mujer hecho a sí mismo. Aunque Malcolm Gladwell (Fuera de Serie, 2008) desenmascara el mito del “hombre que triunfa por cuenta propia”, todavía idolatramos “una mitología protagonizada por líderes carismáticos y paternalistas, emprendedores solitarios y genios disruptivos… olvidando que todo avance que parece solitario, es en realidad solidario” (Irene Vallejo, 2024).

Por eso nos estamos convirtiendo en una sociedad con valores individualistas, cada vez más alejados de nuestra responsabilidad solidaria. Esto lo vemos en nuestras organizaciones. Estamos perdiendo, como empleados, nuestras habilidades y competencias interpersonales e intrapersonales para trabajar juntos hacia un objetivo común. Justificamos, a fin de crear equipos altamente competitivos y de alto desempeño, el crear ambientes en los cuales todo está permitido con el fin de crecer y conseguir los resultados. Para triunfar en la cadena alimenticia organizacional, “tendrás que dejar a muchos en el camino”, dicen algunos. “Conviértete en una persona, echa a sí misma”, dicen otros.

Y por mientras, sigamos enalteciendo el “echaleganismo”, ya que el éxito se logra únicamente a través del mérito personal… y olvidemos que la meritocracia es una falacia que ha contribuido a la desigualdad, la erosión del bien común y que ha condenado a organizaciones al fracaso.

Epílogo.— Durante las décadas de los 80 y 90, General Electric (GE) construyó cultura empresarial que fomentaba el liderazgo individual. El sistema meritocrático de la empresa popularizo clasificar a los líderes: si eran del 20 % superior, recibían excelentes bonos económicos. Si pertenecían al 10 % de menor rendimiento, aunque fueran eficientes, eran despedidos.

Esto generó un ambiente de trabajo competitivo, estresante e individualista que puede haber llevado a decisiones empresariales que priorizaban el beneficio individual sobre el bienestar de la empresa y la sociedad en su conjunto. Esto fue, lo que, al parecer, contribuyó al ocaso del que fuera el conglomerado más grande del planeta. Ningún negocio es demasiado sagrado, especialmente los “hechos a sí mismos”

El autor es Doctor en Filosofía, fundador de Human Leader, Socio-Director de Think Talent, y Profesor de Cátedra del ITESM.

Contacto: rogelio.segovia@thinktalent.mx

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