Monterrey

Jorge O. Moreno: La educación temprana como política de salida de la pobreza

Formación efectiva de capital humano.

La educación temprana y el desarrollo integral infantil en la primera infancia han sido reconocidas como una de las herramientas más útiles en la formación efectiva de capital humano, y por tanto en la igualación de oportunidades de desarrollo en las personas para cualquier sociedad.

Sin embargo, de acuerdo con diversos especialistas, la inversión en primera infancia en México (medida como el gasto público dedicado a tal objetivo con respecto al PIB) ocupa el penúltimo lugar en América Latina. En un estudio realizado por el Centro de Estudios Económicos y Presupuestarios (CIEP, 2022) la inversión en educación inicial en México representa un escaso 0.7 por ciento del PIB comparado con Perú, Honduras y Guatemala que dedican 9.1, 6.0 y 5.2 por ciento del PIB, respectivamente.

Además de lo anterior, el mismo estudio establece que el cierre de programas federales durante la presente administración federal ha implicado que para 2020 de los 13 millones de menores, únicamente 36.7 por ciento recibió educación inicial o preescolar, creando una brecha escolar y de vulnerabilidad en el futuro inmediato del país.

De acuerdo con la Estrategia Nacional de Atención a la Primera Infancia (ENAPI), el Desarrollo Integral Infantil (DII) se define como “un proceso de cambio en el que el niño/a aprende a dominar niveles siempre más complejos de movimientos, pensamientos, sentimientos y relaciones con los demás” (BID, 2013), lo anterior, “debido a la maduración de habilidades perceptivas, motrices, cognitivas, lingüísticas, socioemocionales y de autorregulación que se desarrollan gracias a un adecuado cuidado de la salud, nutrición, protección, atención sensible a las necesidades del niño/a y a las oportunidades que tenga para recibir aprendizajes a una edad temprana, por medio de la interacción, estimulación y el juego” (UNICEF, 2016),

El DII es fundamental para el bienestar integral de un ser humano, ya que éste provee los recursos psicológicos que abastecen las habilidades cognitivas, conductuales y socioemocionales del ser humano. Las experiencias que se viven en los primeros años forman parte de un modelo interno psíquico que es vital para la toma de decisiones, la forma en que se interactúa socialmente y la manera en que se establecen los vínculos relacionales.

En palabras de James Heckman (2007), profesor de la Universidad de Chicago y ganador del Premio Nobel en Ciencias Económicas en el año 2000, “el aprendizaje comienza desde el nacimiento, mucho antes de que empiece la educación formal, y continúa durante toda la vida”. De esta forma, las intervenciones de alta calidad en la primera infancia tienen efectos duraderos en el neurodesarrollo, el aprendizaje y la salud mental de una comunidad. Heckman agrega que las intervenciones en capital humano deben ser integrales al incluir, además de las “capacidades” de cognición y académicas, intervenciones que fomenten la adaptabilidad social y la motivación, entre otras dimensiones que conforman el DII.

De esta forma, la falta de inversión en buena salud (pre- y post- concepción), en buena alimentación, en buenas prácticas de crianza, en apoyos sociales sólidos y en interacción estimulante con personas ajenas al hogar, reduce el valor de la inversión en capital humano, y resolverlas son fundamental en cualquier política social que busque un impacto permanente y de largo plazo en las personas para resolver su situación de pobreza.

En 2011, entre otros resultados, el mismo Heckman demostró que invertir en la educación infantil es una estrategia eficiente para el crecimiento económico; además dado que el cerebro se desarrolla rápidamente entre la etapa del nacimiento y la edad de 5 años, esto genera uno de los mayores rendimientos por dólar gastado. Son las ganancias en las habilidades no cognitivas de los primeros años de vida las que generan éxito más adelante en la vida, impulsando resultados como la educación, el empleo, la salud y la reducción de la actividad delictiva en el largo plazo.

Finalmente, Heckman (2022) ha resumido en los siguientes puntos los componentes que todo programa exitoso de educación integral temprana debe considerar los siguientes puntos específicos: 1) comenzar a partir del nacimiento; 2) proporcionar atención continua; 3) involucrar a los padres, madres y/o cuidadores; 4) incorporar la salud como insumo; 5) reconocer la importancia de la nutrición; 6) desarrollar la gama completa de habilidades; 7) capacitar a los padres en habilidades parentales; 8) facilitar la transición de las niñas y los niños a la escuela primaria; y 9) combinar educadores altamente capacitados con maestros bien capacitados y supervisados.

De esta forma, una de las principales conclusiones de los trabajos realizados en este campo es que como sociedad no debemos permitirnos postergar la inversión en las niñas y los niños hasta que sean adultos, ni podemos esperar hasta que lleguen a la edad escolar, etapa en que puede ser demasiado tarde para intervenir y lograr efectos significativos. La mejor evidencia a nivel mundial y en todos los estratos de desarrollo apoya la siguiente proposición de políticas públicas: es fundamental invertir en los más pequeños e incrementar la enseñanza básica y las habilidades de socialización.

El Gobierno del Estado de Nuevo León encabezado por Samuel García Sepúlveda, a través de la Secretaría de Igualdad e Inclusión y su Dirección para la Primera Infancia, ha tomado como prioridad la creación de programas sociales encabezados a fortalecer el desarrollo integral en la primera infancia. Esperemos que en medio de la incertidumbre económica, social, política y presupuestal que se avecinan, este tipo de iniciativas permanezcan pues trascienden el ámbito político, y son la única garantía científicamente sustentada de una sociedad próspera en nuestro futuro.

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