Monterrey

Sara Lozano: ¿Usted, por qué no participa?

La confianza en los partidos políticos y en los cuerpos legislativos es la base para de cualquier democracia.

Una pregunta con muchas aristas y con miles de respuestas es: ¿por qué la gente no participa? Existen mecanismos en las leyes que poco o nada se activan, se les convoca a foros, juntas de vecinos, presupuestos participativos y la participación suele ser menor al 10% con honrosas excepciones.

Por otro lado, las marchas, plantones, expresión pública masiva suelen ser nutrida y frecuente. Esta participación -no regulada por la ley-, tiene su complejidad en la organización desde la convocatoria, la conducción de las emociones/motivaciones que se reúnen y el cierre, con el fin de mantener el orden. Aquí la participación es de quienes convocan y quienes asisten.

Nuevo León no se caracteriza por sus bloqueos y manifestaciones, salvo las condiciones extremas que se vivieron durante la escasez de agua, no forma parte de la rutina regiomontana estar alerta de las actualizaciones del tráfico o la evolución de las marchas programadas. Aun así, la ciudadanía se ha expresado públicamente frente al congreso local o al palacio de gobierno, muchas más veces de las que ha intentado activar un mecanismo de participación ciudadana.

Generalmente la gente reconoce que no participa, podría intentarlo, pero no lo hace. Los mecanismos en las leyes de participación ciudadana son rigorosos con la ciudadanía y flexibles con las autoridades, al grado de ofrecer bajísimas garantías a quienes intentan activarlos. Sobre este asunto se han publicado varias columnas durante años. Si bien estas condiciones en la ley disuaden la participación, no parece ser determinante porque son pocas las personas que lo saben.

En privado las personas reconocen su desconocimiento y también su inquietud por participar. No saben por dónde empezar, no conocen a alguien, le sacan la vuelta al tortuguismo de la burocracia estatal y cuando pueden, prefieren pagar antes que dialogar con sus autoridades.

En todo esto, la confianza es un asunto fundamental, se trata de un valor complejo que se toma mucho tiempo construir, como los castillos de naipes, y con cualquier brisa se viene abajo. El Instituto Nacional Electoral (INE) recientemente publicó la continuación de Informe País (2014) que inicialmente concluyó que “…la cultura política de las y los mexicanos estaba marcada por la desconfianza en la autoridad, el desencanto con la democracia y la desvinculación social”. La actualización del 2020, publicada en 2022, muestra que no se ha reducido la brecha de desconfianza entre ciudadanía y autoridades. Entre otras cosas, revela la importancia que tiene conocer de primera mano a alguien para generar confianza, al menos una luz en el túnel de la desvinculación social.

Las universidades públicas, el Ejército, Marina y Guardia Nacional son las instituciones que generan más confianza en México. Abajo se mantienen justamente las instituciones más representativas de una democracia, los partidos políticos con apenas el 22% y los cuerpos legislativos con el 23%. Se incrementó la confianza generada por el INE, seguramente por los ataques recibidos durante este sexenio morenista.

Así que una primera respuesta, de entrada, es la gente no participa porque no confía en sus aliados potenciales –vecinos–, ni en las autoridades e intuye que en las leyes tampoco va a encontrar las mínimas garantías para hacer valer su derecho a la participación

¿Así o más disuasivo el modelo?


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