Financial Times

Una vez más los intereses nacionales socavan a Europa

Cuando el Consejo Europeo habla de “sanciones” contra Moscú, todo lo que puede conseguir es un congelamiento de las conversaciones sobre eliminar las restricciones de las visas.

Si tuviéramos que pensar en situaciones que fueran difíciles de resolver para la Unión Europea (UE), las dos más obvias serían la crisis de la deuda soberana y la agresión militar rusa.

Puede ser mala suerte que ambas situaciones se materializaran una después de la otra. Pero la suerte no tiene nada que ver con las fallas de origen en el diseño de la UE expuestas por el reciente drama de la deuda de la eurozona y ahora por el problema diplomático del impasse con Rusia sobre Ucrania.

En ambos casos, la raíz del fracaso es la misma: los intereses de los 28 estados no están alineados. Para esconder este fracaso se hacen muchos esfuerzos generando acuerdos con nombres grandilocuentes. Pero la realidad subyacente es clara. El acuerdo de diciembre sobre una resolución del sistema bancario fue tan débil que no pudo resolver un casino de mediano tamaño. Ahora cuando el Consejo Europeo habla de "sanciones" contra Moscú, todo lo que puede conseguir es un congelamiento de las conversaciones sobre eliminar las restricciones de las visas.

La UE se encuentra dividida sobre Rusia porque los estados miembros se han vuelto dependientes del gas y dinero. Rusia surte 40 por ciento de las importaciones alemanas de gas. Casi 5 por ciento de la exportación manufacturera de Alemania va a Rusia. El dinero ruso, que en una parte es ilegal, encuentra su camino hacia los centros financieros y mercados de propiedad de Londres y Chipre.

Los alemanes llaman a su relación con Rusia una sociedad estratégica. Gerhard Schröder llamó al presidente Putin un "demócrata intachable". Poco después de abandonar su puesto, el excanciller alemán tomó un trabajo en un proyecto dirigido por Rusia de un oleoducto de gas en el Mar Báltico. Angela Merkel está menos enamorada del presidente ruso que su antecesor. Pero ella también sabe que hay grandes intereses nacionales en riesgo. No la veo aceptando sanciones más duras que los vergonzosos gestos acordados la semana pasada. Y no puedo imaginarme al gobierno del Reino Unido confiscando los depósitos rusos en Gran Bretaña. Los estados de la UE aparentan indignación sobre los sucesos en Ucrania. Pero su fracaso en llegar a un acuerdo sobre una postura concreta los ha convertido involuntariamente en los más efectivos colaboradores de Putin.

Su mayor omisión a través de los años ha sido su fracaso en crear un solo mercado de energía. Los estados miembros han negociado sus pequeños tratos individualmente con Gazprom. Para Alemania, la disponibilidad del gas ruso era importante porque le daba aire al mayor proyecto doméstico de la administración de Merkel: el dejar la energía nuclear a un lado (otra política que no fue coordinada al nivel de la UE).

El problema de la acción colectiva en Europa no es nuevo; su escala histórica sí. En 2007 la UE y sus instituciones no vieron que se acercaba la crisis financiera. En 2008 calcularon mal el impacto de la bancarrota de Lehman Brothers. En 2009 no previeron la crisis de la deuda soberana griega y del 2010 en adelante subestimaron el impacto de todo esto.

Una de las lecciones de este episodio es no permitir que una pequeña crisis financiera crezca. Los fracasos en serie llevan a la pérdida de la reputación. Los europeos ya perdieron la habilidad de asustar. El Sr. Putin es el tipo de líder que puede olfatear este tipo de situación. Pero la UE no es completamente disfuncional. Todavía funciona bien en áreas específicas –donde tiene habilidades bien definidas, como en el comercio o en políticas de competencia, y donde los intereses de los estados miembros se encuentran alineados perfectamente. Un ejemplo de esto sería el acuerdo nuclear del año pasado con Irán.

La UE se ha visto reducida a ser un facilitador técnico. Es útil, pero más bien en el sentido en que un mayordomo es útil. Los poderes no se delegan hacia arriba sino hacia abajo. Y cuando asignas a un submayordomo débil –como lo hicieron con José Manuel Barroso, el presidente de la Comisión Europea– lo que sigue es un desorden.

No hay una salida fácil. Cambiar la soberanía sobre el sector energético a Bruselas sería tan difícil como el intento el año pasado de crear un marco de referencia conjunto para el sistema bancario. Requeriría reescribir los tratados europeos. No veo cómo los electorados de los estados miembros que han sido golpeados por la austeridad aceptarán más integración –siempre y cuando el Sr. Putin no mueva sus tanques al territorio de la UE.

Podría hacerse un argumento similar sobre la eurozona. Dos grupos de intelectuales franceses y alemanes diseñaron recientemente un plan para darle una dimensión política a la unión monetaria. Incluyeron buenas ideas. El problema es que los líderes de la eurozona ya han tomado las decisiones importantes –desde los fondos de rescate hasta el tratado fiscal y el acuerdo de las resoluciones bancarias. Las propuestas siguen siendo útiles. Pero tendrán que guardarse para la siguiente crisis.

Lo mismo se aplica a lo que permita que la UE se oponga a los agresores en nuestro entorno inmediato. Putin, involuntariamente, les ha dado a los proeuropeos su argumento más fuerte para las elecciones venideras: el precio que pagamos por aceptar la manipulación populista de nuestros intereses nacionales es permitir que los tipos como Putin nos pongan a pelear unos contra otros.

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