Financial Times

Un año de líderes políticos fuertes

Abe está harto de pedir disculpas. Xi quiere ajustar cuentas que se remontan a las guerras del opio. Putin se encuentra todavía de luto por el colapso de la Unión Soviética. Para ellos, el orden basado en las normas actuales es un engendro de Occidente. Y cada uno de los líderes muestra su fuerza a su manera.

Están ocupados recontando la historia para reavivar glorias pasadas y revivir viejos agravios Xi Jinping se perfila como el más poderoso líder chino desde Mao. Vladimir Putin ha invadido uno de los vecinos de Rusia. En Egipto, Abdel Fatah al-Sisi ha declinado el cargo de generalísimo a favor del igualmente contundente cargo de mariscal de campo. En Turquía, Recep Tayyip Erdogan ocupa un palacio presidencial que hasta Louis XIV envidiaría.

Hemos estado viviendo el año de los líderes políticos fuertes. Junto a los autoritarios hay demócratas de buena fe en las alineaciones de los líderes fuertes que ahora están influyendo en el clima geopolítico. Aunque fue adecuadamente elegido, Erdogan se inclina hacia el mayoritarismo, pero Narendra Modi y Shinzo Abe han mostrado inclinación a subvertir el orden constitucional liberal en India y Japón, respectivamente.

El hilo conductor es más bien un enfoque hacia las relaciones interestatales y un apego a la soberanía nacional más arraigada en el Siglo XIX que en la segunda mitad del Siglo XX. Algunos pondrían en la lista también a Benjamin Netanyahu. A pesar de sus diferencias, el primer ministro de Israel parece más cómodo en compañía de Putin que en la de los pastosos liberales europeos.

Se suponía que el colapso del comunismo soviético diera paso a un orden liberal internacionalista: Rusia prosperaría como socio de Occidente y China emergería como un accionista responsable. Las nuevas potencias entenderían que las reglas eran una fuente de ventaja mutua. Los internacionalistas más optimistas veían a Europa como modelo de un futuro posmoderno de multilateralismo y soberanía compartida.

En general, los líderes fuertes prefieren la competencia antes que la cooperación como el orden natural de las cosas; son nacionalistas en vez de internacionalistas; y, en el caso de China y Rusia, son también descaradamente revisionistas. En las democracias más avanzadas, el nacionalismo – a diferencia del patriotismo – es un insulto político.

Para Xi y Putin, es una manera de conseguir apoyo interno y también una afirmación de la primacía de los intereses nacionales sobre lo que al Occidente le gusta llamar valores universales. Sus compromisos con un orden económico liberal están igualmente limitados: la economía se considera en gran medida un instrumento del poder del Estado.

LOS LÍDERES NO VIVEN DEL PASADO

El gran logro de Europa ha sido dejar la historia atrás. Los líderes fuertes no ven ninguna razón para pedir disculpas por el pasado. Están demasiado ocupados reescribiendo los libros de texto escolares. Están recontando la historia para reavivar glorias pasadas y revivir viejos agravios. Alemania se ha recreado a sí misma a través del remordimiento.

Abe está harto de pedir disculpas. Xi quiere ajustar cuentas que se remontan a las guerras del opio. Putin se encuentra todavía de luto por el colapso de la Unión Soviética. Para ellos, el orden basado en las normas actuales es un engendro de Occidente.

El poder militar y el equilibrio de alianzas son las mejores monedas de las relaciones internacionales. Todo esto les resulta familiar a los estudiantes de las grandes luchas de poder del Siglo XIX. No es casualidad que los funcionarios de Beijing citen la Doctrina Monroe de 1823 y la acumulación del poder naval estadounidense en los primeros años del Siglo XX como precedente para el actual deseo de China de controlar el Pacífico occidental.

LOS GRANDES GOBIERNAN SUS PROPIOS BARRIOS

Las grandes potencias gobiernan sus propios barrios, se les escucha decir. Así es como se hacen las cosas. Así que las demandas del Putin acerca de los territorios cercanos a las fronteras rusas se refleja en la postura firme de Xi en los mares del este y sur de China.

El revanchismo de Putin plantea el desafío más inmediato. La amenaza se siente particularmente seria en Europa – y no sólo por su situación geográfica. La anexión de Crimea por parte de Moscú y su invasión del este de Ucrania ha puesto patas arriba la suposición primordial del moderno orden europeo en materia de seguridad: que las fronteras nunca más podrían cambiar por la fuerza.

Los posmodernistas del continente están ahora luchando para enfrentar el mundo como realmente es, en lugar de lo que ellos imaginaban que llegaría a ser. A Estados Unidos le resulta más fácil adaptarse. El compromiso estadounidense con el orden liberal siempre ha sido vergonzosamente egoísta, y Washington ha sido durante mucho tiempo ambivalente acerca de la formulación de leyes internacionales.

El acuerdo posterior a 1945 se trataba tanto de garantizar la hegemonía estadounidense como de cualquier deseo altruista de extender la paz y la prosperidad a sus amigos y aliados. EU se siente cómodo con el realismo práctico que ha impulsado a la administración de Obama a cambiar su enfoque del Atlántico hacia el Pacífico. Rusia, a los ojos de EU, es una molestia; China es el verdadero competidor estratégico.

Sería un error considerar el ascenso de los líderes fuertes como un reto combinado para Occidente. También existen muchas desavenencias entre estos líderes. Erdogan pudo haber estado todo sonriente durante la visita de Putin a Ankara esta semana, pero Turquía sigue siendo un miembro de la OTAN – aunque rebelde. La ambición de Abe de reconstruir el poder militar de Japón tiene como propósito disuadir a China. Las disputas fronterizas con Beijing en los Himalayas han provocado que Modi busque relaciones más cálidas con EU y una asociación con Abe.

Estos líderes sugieren que el modelo multilateralista de la segunda mitad del Siglo XX probablemente represente más un interludio histórico que un cambio permanente en las relaciones entre las naciones. La globalización ya va en retirada.

A medida que los líderes fuertes ocupan el escenario, Kant está dándole paso a Hobbes y el multilateralismo a la política de las grandes potencias. Occidente está a punto de volver a aprender lo que es vivir en un mundo mucho más hostil.

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