Financial Times

Revés del sínodo revela los límites del Papa

El Papa Francisco, quien preguntó justo después de convertirse en pontífice “¿quién soy yo para juzgar?” en referencia a sacerdotes homosexuales, y el mes pasado casó parejas –algunas de ellas que habían estado cohabitando– en la Plaza de San Pedro, puso una cara valiente sobre esta división.

Frente a más de 200 obispos portando sus tradicionales zucchettos
–solideos de color amaranto y escarlata –el Papa Francisco dio uno de los más poderosos y efectivos discursos en sus 18 meses al frente del vaticano.

Fue durante la sesión de clausura de la reunión de este mes de los clérigos católicos de más alto rango, convocada por el pontífice argentino para reexaminar la posición de la Iglesia en temas candentes relacionados con la familia, desde el matrimonio hasta el divorcio y la homosexualidad.

El Papa Francisco tenía esperanzas de que el sínodo marcaría el inicio de un cambio en la rigidez de la postura del Vaticano con respecto a muchos de estos temas. Algunos compararon su potencial para transformar la Iglesia con el Segundo Concilio Vaticano – la reunión de los líderes de la Iglesia en la década de los 1960 que entre otras cosas preparó el camino para celebrar la Misa en el idioma vernáculo en vez de latín.

En vez de esto, la reunión se volvió una contienda épica entre las facciones conservadoras y liberales de la Iglesia, terminando en el equivalente de un punto muerto parlamentario.

Los cardenales no pudieron conseguir las dos terceras partes necesarias para aprobar el rebajado lenguaje estableciendo que los homosexuales deberían ser bienvenidos con "respeto y delicadeza" y en vez anunciaron "que se haría un estudio más adelante" sobre si a los divorciados y vueltos a casar se les podría permitir tener acceso a la comunión.

Pero el Papa Francisco, quien preguntó justo después de convertirse en pontífice "¿quién soy yo para juzgar?" en referencia a sacerdotes homosexuales y el mes pasado, casó parejas –algunas de ellas que habían estado cohabitando– en la Plaza de San Pedro, puso una cara valiente sobre esta división.

"Personalmente, estaría muy preocupado y entristecido si no fuera por estas tentaciones y estas discusiones animadas; este movimiento de los espíritus … si todo estuviera en un estado de acuerdo, o callado en una falsa y quietista paz," dijo a los obispos.

Pero el Papa Francisco también mostró que no estaba muy contento con el resultado y –con ecuanimidad– advirtió a los conservadores no caer en una "inflexibilidad hostil" y a los liberales a no dejarse tentar por una "destructiva tendencia hacia la bondad".

El discurso del Papa fue recibido con una ovación de pie –y podría ayudar a parchar las heridas entre las facciones católicas que se abrieron durante el "sínodo extraordinario"-. Pero es difícil no considerar el resultado en el Vaticano como un revés para el Papa que ha energizado al mundo católico con su misión de lograr que la religión sea más accesible y moderna.

De hecho, el sínodo familiar ha servido como un recordatorio que el Papa Francisco se enfrenta a una resistencia acérrima a su agenda que penetra profundamente dentro de la institución del Vaticano mismo la cual seguirá luchando contra él a pesar de su popularidad. Aún más, ha expuesto los límites de la reforma del Papa Francisco. Mientras que ha sacudido con éxito al Banco Vaticano y la opaca y sucia estructura económica de la Iglesia, buscar una mayor apertura en temas sociales delicados tal vez sea demasiado difícil.

Un caso puntual es la postura de George Pell, el cardenal australiano. El Cardenal Pell ha sido un cercano promotor del Papa Francisco y fue seleccionado para asumir el poderoso y recién creado puesto de prefecto del secretariado económico.

Pero el cardenal –junto con Gerhard Müller de Alemania y Raymond Burke de EU– ha objetado estridentemente sobre hacer cualquier gran cambio con respecto a temas sociales. "No nos estamos rindiendo ante la agenda secular; y tampoco nos estamos derrumbando," dijo al Catholic News Service al final del sínodo.

Seguramente el debate está lejos de terminar. El capítulo final sobre el sínodo familiar no se escribirá hasta octubre del año entrante. Entonces los obispos se reunirán de nuevo para hacer sus recomendaciones concluyentes, que el Papa Francisco puede aceptar, modificar o rechazar.

Así que asumiendo que ha puesto todo su corazón en esta misión, el Papa Francisco estará esperando que –a pesar de la feroz y efectiva oposición de algunos dentro de la Curia Vaticana– ganará la guerra a pesar de haber perdido esta última batalla. Porque aunque tenga gran éxito con respecto a las reformas administrativas y económicas, sólo al cambiar la actitud sobre los temas sociales podrá realmente acercar la Iglesia Católica a sus casi 1.2 mil millones de fieles

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