Financial Times

Por qué los CEOs desacreditados rara vez caen tan severamente

Los líderes desacreditados puede que no mueran de hambre ni vayan a la cárcel, pero caen un largo trecho en su círculo social.

Paula Vennells parece tener algunas de las cualidades y valores de una buena subdirectora del correo. “No puedes concentrarte sólo en el aspecto comercial por sí solo; también se trata de la comunidad”, le dijo Vennells al Daily Telegraph en 2013.

En ese momento, en lugar de dirigir una pequeña sucursal del correo propiedad del gobierno del Reino Unido, ella estaba en su primer año de su mandato de siete años como la directora ejecutiva del servicio de correo después de una espectacular carrera rompiendo el ‘techo de cristal’ (barreras laborales) en el sector minorista y de mercadotecnia.

La semana pasada, ella se desplomó. Vennells se disculpó con los subdirectores del correo erróneamente condenados por déficits financieros en las cuentas de las sucursales que, de hecho, habían sido causados por computadoras defectuosas. Ella renunció a dos puestos en juntas directivas y se retiró de su papel como ministra en la Iglesia anglicana de Inglaterra, comprometiéndose a “concentrarse plenamente” en la investigación de lo que había salido mal. El sistema de informática se había instalado antes de que Vennells asumiera el cargo. Los activistas, sin embargo, la acusaron de buscar agresivamente los enjuiciamientos y se alegraron de su caída.

La comparación entre su trayectoria y la de los desventurados subdirectores del correo es instructiva. Muchos también se convirtieron en pilares de sus respectivas comunidades. Después de las acusaciones de fraude, ellos tuvieron que renunciar a puestos de confianza y sus reputaciones se vieron socavadas. Noel Thomas le dijo a la BBC que él había sido “bastante respetado” en la aldea de Gales en la que era subdirector del correo y concejal. “Realmente ‘me caí de la escalera’”, dijo él.

Vennells, por otro lado, no solo se aferró a la escalera sino que, durante un tiempo, continuó subiendo por ella. En 2019, el año en que dejó su cargo en el correo, la Reina le otorgó el título honorífico de Comendadora de la Orden del Imperio Británico (CBE, por sus siglas en inglés); se convirtió en presidenta de un fideicomiso hospitalario del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés); y agregó funciones no ejecutivas en Dunelm, la cadena minorista, y en la Oficina del Gabinete, a su posición en la junta de Morrisons. Hasta la semana pasada, su camino no había sido tanto uno trágico de arrogancia, crisis y ruina sino, más bien, de arrogancia, crisis y beneficios.

El caso del correo ilumina la cruel asimetría de la deshonra. Si los líderes empresariales fallan, su caída suele estar bien amortiguada, no solo por las ventajas financieras del cargo, sino por una red de seguridad de útiles contactos.

Tony Hayward, humillado como director ejecutivo de BP después del derrame de petróleo de Deepwater Horizon, resurgió al frente de su propia compañía petrolera y se convirtió en presidente de Glencore, el grupo de materias primas. Numerosos jefes de bancos del Reino Unido durante la crisis financiera —incluyendo, aunque brevemente, a Fred Goodwin, el muy vilipendiado exjefe del Banco Real de Escocia —encontraron trabajos de asesoría o en el capital privado para complementar sus pensiones después de la crisis. Las reinvenciones de la ‘diosa doméstica’ estadounidense Martha Stewart, encarcelada por mentir sobre una sospechosa venta de acciones, y Michael Milken, el ‘rey de los bonos basura’ a quien Donald Trump perdonó el año pasado, son materia de estudios de casos.

Esas rutas hacia la redención deberían estar abiertas a todos, no solo a las personas acomodadas y bien conectadas. En entrevistas de la semana pasada, el ex subdirector del correo Thomas se hizo eco de muchos de los que han soportado un escándalo personal, señalando que “descubres quiénes son tus amigos”. Pero incluso cuando una mayor parte de la culpa de la difícil situación de los subdirectores se le echó a Vennells, su red de contactos de seguridad le permitió encontrar puestos en juntas directivas corporativas. Thomas también consiguió un trabajo a medio tiempo: en el centro de jardinería local.

En otras palabras, la exjefa del correo recibió un beneficio que su exempleador no le había otorgado a Thomas ni a los demás trabajadores postales injustamente acusados de malversación y de deshonestidad: el beneficio de la duda. Las juntas directivas evaluaron a Vennells basándose en su potencial para ser una “directora no ejecutiva perspicaz, eficaz y trabajadora”, en palabras del presidente de Morrisons después de que ella renunció. El correo, por otro lado, determinó que los subdirectores del correo estaban equivocados y que la computadora estaba en lo cierto. El correo los procesó e intentó, por consiguiente, recuperar los fondos “faltantes”.

Los líderes desacreditados “puede que no mueran de hambre ni vayan a la cárcel, pero caen un largo trecho en su círculo social”, me recordó un asesor ejecutivo la semana pasada.

La diferencia es que, para los directores ejecutivos, el riesgo reputacional y la amenaza de una justicia dura son riesgos laborales.

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