Economía

Menos salarios = Más Donald Trump: esta historia te lo explica

La mexicana Zoraida González sabe poco sobre el TLCAN y menos sobre Donald Trump, pero el estadounidense Randall Williams sí que lo sabe. El libre comercio, eje de la campaña del republicano, cambió la vida de los dos protagonistas.

Entre las granjas ganaderas que se encuentran esparcidas por
las colinas del sur de Kentucky, en un claro que se encuentra un poco más allá del restaurante Smoke Shack BBQ y la Iglesia Bautista de la Fe, se puede apreciar lo que queda de la fábrica de motores eléctricos A.O. Smith.

Han transcurrido ocho años desde que este sitio cerró sus puertas. La
fachada del edificio, antes de color azul metálico, ahora tiene un deslucido tono, la herrumbre está carcomiendo el andamiaje apilado en el patio trasero y la hierba se extiende por el césped.

En su apogeo, la planta que empleaba a mil 100 personas era un verdadero coloso económico en el diminuto pueblo de Scottsville, cuya población apenas llegaba a los 4 mil 226 habitantes.

Randall Williams y su esposa Brenda se encontraban entre esos trabajadores. Durante tres décadas ayudaron a ensamblar los motores herméticamente sellados que propulsaban los sistemas de aire acondicionado vendidos por todo Estados Unidos.

Al final de su jornada ellos habían ganado 16.10 dólares por
cada hora trabajada. Ese nivel de ingresos ahora no es más que un sueño: Randall toma pedidos en una tienda expendedora de artículos de la granja local y Brenda trabaja en la cafetería de una escuela preparatoria.

Él afirma que durante algún tiempo su salario combinado no alcanzaba lo que uno de los dos ganaba en la vieja fábrica.


Justo en el momento en que los Williams recibían la noticia de la
terminación de su empleo en A.O. Smith, una joven mexicana llamada Zoraida González era contratada a unos dos mil kilómetros, en un pueblo marginal llamado Ciudad Acuña, justo al otro lado del Río Grande que bordea el estado de Texas.

Para remplazar su producción de Kentucky, A.O. Smith se propuso
intensificar su producción en México, medida facilitada por la firma del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Zoraida González fue contratada para atender llamadas telefónicas.

Ahora con 30 años de edad y a cargo de la nómina de pagos gana cerca de 1.75 dólares por hora, salario similar al que se gana en la línea de montaje de la planta. Puede no ser mucho para los estándares de Estados Unidos (o, en ese caso, para algunos de los trabajadores que trabajan afanosamente en el calor de las fábricas de Ciudad Acuña) pero, para González ese dinero le ha cambiado la vida, ya que le ha permitido adquirir cosas que, según afirma, su madre nunca había tenido: una lavadora, servicio de televisión por cable, una camioneta Ford Freestar que comparte con su novio, clases diarias de zumba en un gimnasio cercano y la esperanza de que Ángel, su hijo de 11 años, sea el primer miembro de la familia que asista a la universidad.

González no sabe mucho sobre el TLCAN y menos sobre Donald Trump o la forma en que este personaje culpa al déficit comercial de Estados Unidos con México y China por la pérdida de empleos en Estados Unidos, pero Williams a todas luces sí está enterado.

Él votó por el millonario en las asambleas primarias del Partido Republicano celebradas en Kentucky este mes. También
así lo hicieron muchos de sus vecinos.

En el Condado de Allen, una localidad de ocho poblados dispersos a lo largo de la frontera de Tennessee, Trump dominó sobre sus contendientes, acumulando el 42 por ciento de los votos en
su camino hacia una victoria estrecha alcanzada esa noche en Kentucky.

Ese fue uno de los resultados (alcanzados en el corazón de una región
bautista sureña que en teoría debía votar por el conservador Ted Cruz) que reveló hasta dónde el discurso contra el Tratado de Libre Comercio, que maneja Trump ha tocado las fibras de millones de estadounidenses de clase trabajadora que sufren estrechez financiera.

Desde luego que otras facetas de su plataforma poco convencional lo han puesto a la delantera republicana, como su propuesta de construir un muro gigante a lo largo de la frontera, pero su popularidad en pueblos con anterior vocación manufacturera resulta preocupante.

Por ejemplo, en tres regiones que particularmente han sufrido
adversidades alcanzó casi el 50 por ciento de la votación primaria efectuada este mes, cifra que casi duplica lo logrado por su rival más cercano.

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 "El TLCAN es lo peor que pudo haberle sucedido a Estados Unidos", afirma Beverly Anderson, una concejal de Scottsville que trabajó en la planta de motores eléctricos durante 28 años.

Antes del TLCAN el comercio entre Estados Unidos y México era un asunto de relativamente poca relevancia. Ambas partes fluctuaban entre déficits y superávits (pequeñas cifras que, por lo general, no rebasaban unos cuantos miles de millones de dólares).

Las exportaciones de Estados Unidos se dispararon rápidamente después de la entrada en vigor del acuerdo, pero el torrencial de importaciones provenientes de México fue mayor y, para 2015, Estados Unidos registraba un déficit de casi 60 mil millones de dólares. (Con China, el socio comercial más importante de Estados Unidos, la brecha ha ascendido a más de 360 mil millones de dólares anuales).

Robert E. Scott, del Economic Policy Institute, un centro de estudios que critica los acuerdos de libre comercio, estima que estos déficits, sólo con México, han costado los empleos de 850 mil estadounidenses, situación que, a su vez, tiene un "efecto escalofriante", a decir de Scott, "ya que en realidad ocasiona pérdidas salariales para todo aquel que no posee un título universitario".

El salario por hora en las fábricas de Estados Unidos se ha
estancado desde principios de la década de 1970, sin aumentar más allá de la inflación.

Trump y Bernie Sanders, aunque en un grado menor, han tenido tanto éxito en expresar el descontento de la clase trabajadora que casi ningún candidato, ni siquiera Hillary Clinton, cuyo esposo firmó el TLCAN, está dispuesto a apegarse totalmente a este acuerdo.

La solución que Trump propone es imponer restricciones a las importaciones, estrategia que respaldan cerca de dos
terceras partes de los estadounidenses, de acuerdo con una encuesta nacional que Bloomberg Politics llevó a cabo la semana pasada.

En el discurso de campaña poco o nada se dedica a las ventajas del surgimiento de importaciones de bajo precio, que es una inflación en gran medida atenuada que preserva el poder adquisitivo de los consumidores.

Del lado mexicano de la frontera, las ventajas son más claras.

En las dos últimas décadas se han creado cientos de miles de empleos en el sector de manufactura. Tan sólo en Ciudad Acuña en la actualidad hay alrededor de 38 mil trabajadores que laboran en estas fábricas mientras que en 1980 la población entera de este lugar apenas alcanzaba los 42 mil habitantes.

Y, si bien, resulta difícil encontrar evidencias de un
crecimiento marcado en el nivel salarial en estas comunidades industriales, otros datos resaltan el papel que el TLCAN ha tenido en favor de las vidas de muchos mexicanos: el producto interno bruto per cápita se ha incrementado 23 por ciento.

Ciudad Acuña es un pequeño pueblo soleado establecido en la amplia meseta que se extiende sobre la región norte de México. En el lado opuesto de la frontera se encuentra la ciudad Del Río Texas, sede de la Base de la Fuerza Aérea Laughlin.

Antes de la llegada de las maquiladoras, Ciudad Acuña
era mejor conocida por sus bares y clubes de desnudistas cuya clientela eran los aviadores fuera de servicio, cultura de la que la banda de rock ZZ Top hizo apología en 'Mexican Blackbird', éxito de musical de 1975, obsceno y cargado de matices racistas.

Algunos de estos elementos sórdidos prevalecen en la actualidad, pero están rodeados, cuadra por cuadra, de propiedades comerciales. Justo al lado de la planta de motores eléctricos (que Regal Beloit adquirió de A.O. Smith hace cinco años) se encuentra una fábrica de Blueline, en donde los trabajadores elaboran productos de papel; más allá, sobre la misma calle, los empleados de Magna Seating producen asientos para automóviles y sus cubiertas, y enseguida hay una planta textil operada por Muller.

Del otro lado del pueblo, González y su novio, Manuel Aragón, trabajador de la fábrica de asientos, viven con sus dos hijos en una comunidad de viviendas subsidiadas.

El olor de detergente para ropa y frijoles que hierven se expande por el aire de la tarde. Los niños juegan en medio de la calle, con perros por doquier, ladrando constantemente a los extraños que pasan por allí.

En este lugar casi todas las casas son idénticas, excepto por los diferentes tonos de pinturas color pastel que recubren los
exteriores (verde agua, rosa y amarillo). Su construcción es de concreto, estrecha y baja.

Algunas personas del vecindario, incluyendo a otros trabajadores de Regal Beloit, se quejan del arduo trabajo en la fábrica. No es el caso de
González.

Por supuesto que le gustaría recibir un pago un poco más alto y claro que le encantaría gozar de más comodidades pero, como dice, "nos va bien. Tenemos qué comer, estamos juntos, tenemos trabajo y salud", reconoce.

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