Economía

Primero fueron el crudo, los bonos y las divisas, ¿siguen los bancos?

El segmento bancario está experimentando una inusual volatilidad de los precios, al igual que otros activos como la energía o las divisas el año pasado, lo que traería consecuencias mucho más indirectas para la economía real y los mercados financieros globales.

Tres clases de activos -energía, bonos corporativos de alto rendimiento y divisas de mercados emergentes– se tornaron caóticos el año pasado en medio de una volatilidad anormal en el precio de los activos. Ahora, el segmento bancario parece próximo a seguir el mismo camino. De ocurrir esto –por suerte, en esta etapa sigue siendo una incógnita– las consecuencias para la economía real y los mercados financieros globales serían mucho más indirectas.

Una clase de activos caótica es aquella que ha perdido la mayor parte de sus anclajes esenciales, y entonces cualquier pequeña noticia le provoca grandes sacudidas en los precios de dichos activos. Cuanto más tiempo persiste, mayor es el daño a la base de inversores, que se va contrayendo, lo que a su vez lleva a una mayor volatilidad. En el proceso, hasta los nombres más sólidos dentro de la clase quedan contaminados, aumentando así el riesgo de nuevos circuitos de retroalimentación y desarticulaciones económicas.

Esto es lo que sucedió el año pasado con los bonos basura del sector energético (en particular los relacionados con el petróleo) emitidos por empresas que tenían una calificación por debajo del grado de inversión y los mercados cambiarios del mundo emergente.

Cada una de estas clases experimentó llamativos rebases de precios y contagios. Y tienen aún que recuperar sus posiciones.

Hoy en día, el sector bancario está experimentando una inusual volatilidad de los precios, tanto hacia arriba como hacia abajo. Estos vaivenes han tenido lugar alrededor de una tendencia decreciente de varios días en la que ejercen influencia tres factores que se autopotencian:

-Tasas de interés más bajas, incluso negativas en Europa y Japón, y aplanamiento en las curvas de rendimiento reducen la capacidad de los bancos para generar ingresos constantes a partir de su función básica de intermediación financiera.

-Crecimiento económico que sigue siendo bajos, junto con una aguda disminución de los precios de las materias primas ponen presión sobre la calidad crediticia de las carteras de préstamos de los bancos.

-Recordatorios periódicos de parte de los reguladores, quienes, después de los rescates altamente polémicos sufridos en el pasado, advierten que los inversores ya no tienen el respaldo de los gobiernos, lo que pone más ansiosos a los tenedores de acciones y bonos, y torna a su capital más huidizo.

Estos tres factores son mucho más evidentes en Europa, cuyas instituciones bancarias han sufrido un golpe más fuerte. Además, a pesar del progreso logrado a través de la decidida insistencia del Banco Central Europeo, los bancos europeos están atrasados con respecto a sus pares de los Estados Unidos en lo que respecta a fortalecer sus colchones de capital, mejorar sus activos y convencer a los mercados de su voluntad de ser lo suficientemente transparentes en la transmisión de información.

La semana pasada, un puñado de bancos -incluso de Francia, Alemania y Suiza- vieron caer el precio de sus acciones a mínimos no alcanzados desde hace varias décadas. Esto obligó a algunos ejecutivos de los bancos a reasegurar a los mercados la solidez de sus instituciones, y debieron contar con funcionarios del gobierno que respaldaran esas garantías. Al menos en un caso, debió también intervenir una institución para apoyar los precios de los bonos con la recompra de acciones.

Aunque los bancos en general poseen un anclaje más sólido que las otras tres clases de activos, el aumento de la volatilidad deberá ser supervisada cuidadosamente durante las próximas semanas (a pesar de que no estamos ni cerca del tipo de desarticulaciones que paralizó a la economía mundial en 2008-09).

En el caso de que el sector bancario se tornara caótico, se ralentizaría el flujo de fondos a empresas y familias, y la financiación del comercio internacional se volvería más cara y menos accesible. También se restringiría aún más el apetito ya limitado de los agentes de bolsa por alterar su inventario de cierre del balance a fin de dar cabida a los inversores que buscaran reposicionar sus carteras.

El problema con los bancos, aunque notable, se ha podido controlar por el momento. Pero en caso de evolucionar hacia una recesión mucho más aguda, podría traer graves consecuencias para la desacelerada economía global y para los mercados financieros que, en general, han tenido un pésimo comienzo de año. Esos son los riesgos que la economía y los mercados mundiales no pueden permitirse en este momento.

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