Culturas

Sin descanso: así son los días de la bailarina Elisa Carrillo

'Nadie te puede exigir más que tú. Todo es posible si tienes la disciplina para lograrlo', expresó la bailarina mexicana.

El día comienza a las seis treinta, seis días a la semana.

Mamá da un beso a Maya, la levanta de la cama, la viste y prepara desayuno para tres, lava dientes y corre a la guardería, que a las nueve hay que estar a punto en el salón de ensayo.

Es una suerte que la escuela de la niña, de tres años, quede frente al teatro donde trabaja.

A las 12, mamá cruza de nuevo la calle, recoge a Maya y la lleva a casa (papá, Mischa, lo hace cuando ella debe quedarse en el teatro).

Hay tardes en que debe volver a ensayo. O a ponerse el vestuario, el maquillaje y concentrarse: su entrega de todos los días cobrará sentido entre las siete y media y las once de la noche.

Elisa Carillo sabe que cuando se es una de las cinco primeras bailarinas del Staatsballett Berlin siempre se está a prueba. Siempre observada. Incluso cuando practica. Todo lo que hace es evaluado para un siguiente protagónico. Y con 38 años, una familia y compromisos internacionales cada vez más frecuentes, el esfuerzo por permanecer en la cima es mayor.

Será medianoche cuando vuelva a casa. Pronto darán las seis y todo comenzará de nuevo.

"Somos muy dedicados a nuestra hija y tratamos que ella se acostumbre a nuestro ritmo", comparte desde Berlín. Su esposo, Mikhail Kaniskin, no está menos ocupado, él también es primer bailarín de la compañía estatal.

Amanece sábado. Elisa ha dormido poco porque tuvo que atender pendientes de México, donde está su fundación y donde funge, desde hace poco, como codirectora artística de la Compañía Nacional de Danza de Bellas Artes, sin percibir sueldo.

En estos días prepara su regreso al país para anunciar la segunda edición del festival Danzatlán, que lleva a cabo con su fundación, y dentro del cual se presentará por primera vez en el Auditorio Nacional, el 2 de julio próximo.

Quisiera dormir pero hay asuntos que sólo puede tratar de madrugada por la diferencia de horario, y debe estar en el salón de ensayos a la hora obligada de cada mañana.

En Berlín dan las dos de la tarde cuando Elisa atiende el celular para tomar esta entrevista. Se disculpa por la premura. "De verdad es un día de mucha presión".

Para Elisa Carrillo no hay descanso. Lo dice sin pena y sin vanagloria.

"No, no hay", insiste. "Desde que soy mamá, lo que hacía en seis horas en el teatro, lo hago en tres. Trato de que cada minuto cuente. Antes me quedaba a estirar, a coser zapatillas, a arreglar vestuario; ahora hago eso en las noches y me levanto antes; todo para darle a mi hija tiempo de calidad".

Para Elisa Carillo tampoco hay jet-lags. Aunque los padezca. Hace unos días, que regresó de México a las ocho y media de la mañana, ya estaba a las nueve en el teatro del Ballet Estatal, lista para ensayar. "Cuando te invitan del extranjero sabes que no vas a dormir. No te da tiempo de adaptarte, vives al día".

¿Vacaciones? El Staatsballett programa funciones en Navidad y Año Nuevo. "Y si tienes días libres, mínimo tienes que ir al gym o a correr, o bajará tu calidad. El cuerpo es muy celoso".

Y le duele todos los días. Unas veces las piernas, otras la espalda, a veces el cuerpo entero. Por debajo de los callos donde hace años hubo sangre, ampolla sobre ampolla, uñas desprendidas, también duele.

Esta tarde el cuerpo de Elisa resiente el montaje de la nueva coreografía de Richard Siegal. "Cuando debes aprender otros movimientos, el esfuerzo para adaptarse genera dolor. Pero el cuerpo da de sí: mientras calientas vas sintiendo cómo responde. Cuando estaba embarazada tomé clase hasta el último momento, y pasados unos días regresé a trabajar", cuenta.

"El dolor se vuelve parte de tu vida. Los bailarines tenemos un umbral de resistencia muy alto. Bailamos enfermos, con calentura, con lesiones. Es parte de lo que hay que sufrir para lograr lo que quieres; debes tener un control mental muy fuerte".

También contra el dolor emocional. Cuando dejó su casa a los 16 años para estudiar en Londres, superaba hora tras hora la lejanía, el idioma, la discriminación. "Sí, me llegué sentir inferior, acaso distinta con mis rasgos indígenas, pero en Alemania, cuando los coreógrafos me escogían, distinguirme me dio fuerza para seguir".

Sí que se ha distinguido. Elisa cuenta entre sus distinciones el prestigiado galardón ruso Alma de la Danza y está nominada al Benois de la Danse, uno de los más importantes del ballet, que otorga la Asociación Internacional de Danza de Moscú, y cuyos ganadores se dan a conocer hoy en el Teatro Bolshoi.

"Los premios son una motivación", reconoce. "Pero nadie te puede exigir más que tú. Todo es posible si tienes la disciplina para lograrlo".

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