Culturas

¿Qué es la escritura para Mario Bellatin?

Para el escritor de padres peruanos, nacido en México, no se elige serlo y no hay un placer.

Para Mario Bellatin, el sufismo, la rama mística del Islam, ha sido una escuela de escritura más que un hallazgo espiritual.

"Soy un hombre de fe en mi escritura, del milagro laico. No de fe religiosa. No creo en las religiones. Muchas veces son las que matan la propia fe. Jesús sería el primer desmayado frente a la religión católica. Mahoma se aterraría de ver cómo los ayatolas leen el Corán, que es un libro maravilloso si se lee con ojos claros y no con dogmas", dice en entrevista.

"El sufismo me ayudó a romper límites. Me di cuenta de que podía expandir mi escritura y ser mucho más ambicioso, porque la verdad no está limitada, como nos aparece. Normalmente no alcanzamos a ver esto porque lo que entendemos es el accidente y no su trascendencia. Todo es un todo, es un poco la verdad mística. Y no estamos capacitados para entender los motivos por los cuales existe el bien o el mal", explica.

En acercarse a ese entendimiento consiste el ejercicio místico y literario del autor de Salón deBelleza y La escuela del dolor humano de Sechuán, galardonado recién con el Premio Iberoamericano de las Letras José Donoso.

Ha practicado el sufismo casi la mitad de su vida y como tal es un meditador. Con sus particularidades, advierte: "El sufí no es un meditador como podría ser un budista o un monje católico. Al contrario, somos luchadores, guerreros; eso viene del legado de Mahoma, que te obliga a enfrentarte al mundo de una manera honesta. Entendemos la realidad como una remembranza; es una idea platónica, pensamos que la verdadera realidad ya ocurrió y nosotros estamos en un espacio de recuerdo".

Mario Bellatin descubrió el sufismo a los 30, dos décadas después de que, muy niño, comenzó a escribir.

Desde que se topó una máquina de escribir, en 1970, teclea a diario, a pesar de sí mismo. Con la aparición del teléfono inteligente cambió de herramienta y lo hace en cualquier momento. "He desarrollado una gran velocidad con el pulgar", comparte.

"No se elige ser escritor; no hay un placer. O hay un placer-displacer. Es una necesidad, no puedo decir que me encanta o que lo odio; es una piedra que uno tira al vacío y, acostumbrados como estamos en nuestras sociedades de causa-efecto, que a tal esfuerzo corresponde una retribución, la escritura puede no tener nada absolutamente. No se puede cambiar la vida que nos elige. Por más que no quiera, voy a seguir escribiendo".

Derviche de la escritura

Cuando comenzó a escribir, buscaba crear algo nuevo, para el futuro, dice. Le gustaba leer lo que escribía, para descubrir en él mismo lo que iba a suceder después dentro de la ficción que construía:

"Pero llegó el momento de la reflexión y espero que vengan libros mejores", dice. Su actual proyecto implica una revisión de sus trabajos pasados: lleva meses escribiendo una novela a partir de todas sus novelas publicadas. Tentativamente se titulará Orígenes.

Estoy revisitando los lugares que ya he creado, como si la realidad externa no existiera. Juego con las variaciones, que se utilizan en la música, en la plástica, pero en literatura se toman como repeticiones

Para el escritor de padres peruanos, nacido en México, el pasado es el espacio donde existe su universo personal.

"Estoy revisitando los lugares que ya he creado, como si la realidad externa no existiera. Juego con las variaciones, que se utilizan en la música, en la plástica, pero en literatura se toman como repeticiones y eso me hace pensar que desde fuera se puede creer que la literatura es un ejercicio de imaginación".

Como el derviche sufí al girar durante horas o días -esa rito sagrado del vaciarse para encontrarse consigo-, el escritor vuelve sobre su propia escritura en un ejercicio espiral de danza, andanza y desandanza: "Me siento un escritor no tanto imaginando sino desimaginando, o no tanto escribiendo sino des-escribiendo".

El trabajo real, considera, es en el momento de la edición, cuenta. Antes de publicar, lee en voz alta y comenta sus escritos con Guillermina Olmedo y Vera, su editora personal, con la que se reúne tres veces por semana.

"Hay una idea romántica del escritor, que tiene ideas múltiples, que maneja muy bien el lenguaje y en mi caso no hay nada de eso; tampoco el terror de la página en blanco. Después de tanto tiempo de trabajo siento que hay una suerte de universo, elementos que se repiten, territorios, tiempos".

La literatura es un ejercicio de darse cuenta, de ver el mundo desde un punto de vista personal, considera el autor de Bola negra. "Todos tenemos esa capacidad de hacer evidente nuestra individualidad, apreciar el mundo desde esa perspectiva y crear un sistema que la haga verosímil. Es lo que buscamos cuando nos enfrentamos a una obra de arte, a un autor determinado. Nadie va a una librería y dice: deme algo para leer".

El autor de El libro uruguayo de los muertos inicia el año con otro reconocimiento: en el marco del coloquio internacional El exilio, territorio de escrituras -que se realiza del 14 al 19 de enero en el Colegio de las Vizcaínas y el Centro Cultural de España-, recibirá esta noche un Doctorado Honoris Causa por parte de 17, Instituto de Estudios Críticos.

"Es inmerecido, como suelo pensar que son los premios. Pero son un aval de que no me equivoqué, que este tiempo no fue desperdiciado, que esta vida tan fuera de orden fue por algo y que hay alguien que recibe ese mensaje, que no se trató de una tarea solitaria", reconoce.

También se estrena como funcionario. En diciembre pasado asumió la dirección del Fondo Nacional para la Cultural y las Artes, que otorga becas a proyectos artísticos, al que prevé darle -otra vez, las vueltas- un giro: "Trataré de crear un sistema integrador, un esquema comercial que contemple la cultura como industria, no solamente el producto terminado, sino todo el proceso".

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