Culturas

Mick Rock: el ojo en busca del espíritu

Al fotógrafo no le gusta sentirse como un invasor de la vida privada. Es por ello, dice, que siempre buscó una conexión casi mística con sus modelos.

Cuando nació en Londres en 1948, Mick Rock se encontró con un mundo en ruinas, sin saber que años más tarde él construiría otro.

Algún presagio carga en su apellido: cuatro letras que resumen su vida y la de muchas otras generaciones que descubrieron la libertad gracias a la música de David Bowie, de Lou Reed, de Iggy Pop, de Freddie Mercury, de Syd Barrett... Hombres que él retrató desde sus entrañas hasta sus últimas líneas de maquillaje. Genios que parecían traídos de Marte o emergidos de un sueño ácido. Pero que al final, ante todo, eran humanos.

A Mick Rock no le gusta explicar su trabajo. Es un hombre forjado a prueba y error. Nunca tomó cursos de fotografía. Sus primeras imágenes las hizo bajo el influjo del LSD. Él en realidad quería ser escritor o compositor de canciones. Para eso se inscribió en la carrera de Lenguas Modernas de la Universidad de Cambridge. "Fue donde comenzó todo", dice en entrevista con El Financiero con motivo de su exposición Queen: el origen de una leyenda, en el Foto Museo Cuatro Caminos.

Entonces, a mediados de los 60, Mick era un universitario contagiado por la fiebre jipi, que había llegado de Estados Unidos al Reino Unido como una avalancha liberadora de tabúes y ataduras morales. "Antes del LSD, la vida era francamente aburrida para muchos de nosotros", confiesa.

“Mediante la meditación obtengo la concentración necesaria para acercarme a los artistas sin nada en la mente y así poder captar su aura”

No era el único que pensaba de esa manera. Buena parte de la juventud de todo el mundo estaba inconforme con el mundo polarizado y conservador que había dejado la Segunda Guerra Mundial. Por los pasillos de Cambridge caminaban muchos otros muchachos que, como Mick, buscaban algo más que una familia o un trabajo estable.

Uno de ellos era Syd Barrett, con quien Mick comenzó su carrera como fotógrafo. El fundador de Pink Floyd —quien estaba ya en un estado mental muy deteriorado a causa, entre otras cosas, de las drogas— le había pedido que le tomara algunas fotografías para su primer álbum solista, The Madcap Laughs (1970). Con él, dice, aprendió que la fotografía no se explica: "simplemente funciona o no funciona". Porque con personalidades tan fuertes como la de Barrett, afirma, no queda más que tratar de aproximarse al hombre que esconde el personaje.

"A menudo busco vaciar mi mente antes de una sesión fotográfica para llegar lo más limpio posible al estudio. Por eso practico yoga desde hace tiempo y antes de cada sesión. Mediante la meditación obtengo la concentración necesaria para acercarme a los artistas sin nada en la mente y así poder captar su aura. Antes de disparar la cámara siempre se da un acercamiento filosófico con lo que vas a retratar", comparte el artista.

"Nunca murieron para mí"

A sus 70 años Mick se define como un hombre espiritual. Un poco nostálgico, pero lo suficientemente despierto para disfrutar el presente, en el que ahora él es el entrevistado, el fotografiado.

Cree en el destino, en la extraña profecía de su apellido, y no le gusta sentirse como un invasor de la vida privada. Es por ello, dice, que siempre buscó una conexión casi mística con sus modelos. Porque cuando se colocaba con su cámara frente a Iggy Pop, sabía que detrás de ese cuerpo de reptil estaba también James Newell Osterberg, el hijo hiperactivo de un humilde entrenador de beisbol. O cuando estaba frente a Freddie Mercury, tampoco perdía de vista al chico parsi y tímido de Zanzíbar.

Desde su ahora apaciguada vida en Staten Island, Nueva York, Mick ha aprendido a convivir entre sus ausencias. Sabe que buena parte de la gente que retrató, hoy está muerta. En los últimos cinco años perdió a dos buenos amigos: Lou Reed y David Bowie.

“Un artista es aquella persona que, haga lo que haga, es capaz de enamorar a la gente. Hay un proceso inconsciente en eso”

Cree en el destino, en la extraña profecía de su apellido, y no le gusta sentirse como un invasor de la vida privada. Es por ello, dice, que siempre buscó una conexión casi mística con sus modelos. Porque cuando se colocaba con su cámara frente a Iggy Pop, sabía que detrás de ese cuerpo de reptil estaba también James Newell Osterberg, el hijo hiperactivo de un humilde entrenador de beisbol. O cuando estaba frente a Freddie Mercury, tampoco perdía de vista al chico parsi y tímido de Zanzíbar.

Desde su ahora apaciguada vida en Staten Island, Nueva York, Mick ha aprendido a convivir entre sus ausencias. Sabe que buena parte de la gente que retrató, hoy está muerta. En los últimos cinco años perdió a dos buenos amigos: Lou Reed y David Bowie.

"Sí, sí, he perdido amigos en el camino... Pero nunca pienso en ellos sin ver sus fotografías. Tengo muchas de ellas en las que aparecen especialmente jóvenes y maravillosos, así que nunca murieron para mí. Debo admitir que en algún momento creí que serían inmortales. Suena increíble, pero así fue", asegura.

La cocaína y la mescalina ya no forman parte de su canasta básica; sí las clases de yoga, la meditación y la acupuntura -algo que parece ser una constante entre quienes viajaron por las carreteras peligrosas de la contracultura: el otro Mick, el de los Rolling Stones, también encontró en el yoga y el ballet nuevas formas de placer; lo mismo que Iggy Pop en el tai chi y Ozzy Osbourne en el té verde.

Mick Rock segura que siempre tuvo clara la delgada frontera que existe entre la experimentación y la muerte. No fueron pocos los colegas que vio morir a causa de la heroína, que jamás probó.

"Siempre estuve abierto a todo tipo de posibilidades", dice.

Durante su juventud no tuvo límites en practicar yoga bajo los efectos de alguna droga. En una ocasión, Lou Reed contó lo bizarra que fue la experiencia de ver al hombre que lo iba a fotografiar parado de cabeza después de esnifar una línea de cocaína. El líder de The Velvet Underground recordaría ese episodio en uno de sus poemas de 1976: "a limey shutterbug who stands on his head and does cocaine".

Y es que Mick estuvo tan cerca de la fama que le cuesta trabajo describir el encanto visual de aquella época, en la que los fotógrafos —contrario a lo que se cree hoy— no eran las grandes estrellas, sino simples trabajadores al servicio de una industria que buscaba sesiones fotográficas económicas. Por eso él se quedó con prácticamente todos los derechos de sus imágenes.

"Todavía hoy, lo que más odio de la industria es que no te paguen", bromea después de repasar su amplia trayectoria, que tampoco puede encriptarse a los 70, pues también ha incursionado en la moda y ha fotografiado a Daft Punk, Lady Gaga, The Killers, Alicia Keys y Lenny Kravitz.

"Hay algo de magia en todos los músicos que he retratado. Me he llegado a convencer de que todo esto se trata de magia. Un artista es aquella persona que, haga lo que haga, es capaz de enamorar a la gente. Hay un proceso inconsciente en eso, una cuestión mágica, igual que en la fotografía, que tampoco se piensa. En realidad nunca he sido muy consciente de lo que he retratado. Quizás en eso han cambiado un poco las cosas. Hoy, los artistas son más conscientes de la importancia de las fotografías. Antes no. Pienso en alguien como Syd (Barrett): él nunca reflexionó sobre las imágenes que le tomé, sólo se dejó llevar y los resultados fueron fantásticos", afirma.

En Freddie Mercury: la biografía definitiva, Steve Harley sostiene que Rock fue el catalizador de los años 70: "a todos les encantaba Mick, todos querían verlo delante del escenario haciendo fotos con teleobjetivo. Fue un músico de rock sin llegar a serlo".

Sin Rock, el rock no se vería igual.

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