Culturas

La pelea marital de un agente secreto casi arruina desembarco en Normandía en II Guerra Mundial

Doña Araceli –espía a fuerzas-, amenazó con contar todo lo que sabía si no la dejaban ir con su madre, lo que hubiera arruinado el desembarco en Normandía hace 75 años.

No puede decirse que era un matrimonio feliz. Ser esposa de un agente secreto, más aún, de un doble agente, y peor, uno de los más destacados al servicio de su Majestad... Hay que imaginar la presión en el hogar del hombre que tenía en sus manos el destino de Europa los días previos a la gran operación secreta que condujo al final del poderío nazi, el 6 de junio de 1944.

Cuando, en vísperas del Día-D, el MI5 (el servicio de inteligencia británico) determinó que la familia debía permanecer encerrada para no poner en riesgo la doble identidad de Joan Pujol, ese catalán que ha pasado a la historia como héroe de guerra de los aliados, doña Araceli se puso flamenca.

Que Joan, nunca estás en casa. Que yo, todo el día con los dos críos. Que extraño España y la comida –y cómo no, viviendo en Londres: "demasiados macarrones, demasiadas patatas y no suficiente pescado". ¡Que me voy con mi madre!

Y como las cosas se pusieran severas, doña Araceli González de Pujol amagó al agente de la MI5, Tomás Harris, a cargo del caso: "Me voy a la embajada española", le gritó. Está grabado. Así consta en el registro de documentos del Servicio Secreto británico que fueron desclasificados hace cosa de un lustro y recuperados por la BBC.

Doña Araceli –espía a fuerzas-, amenazó con contar todo lo que sabía si no la dejaban ir con su madre.

Joan Pujol era un hombre acostumbrado a lidiar con políticos y militares, pero su mujer... Decidió abordar el problema como en la guerra. Si él mismo se había montado un teatro para despistar a los alemanes –para quienes falsamente trabajaba–, tenía que poder con ella.

Maestro de la ironía

Pujol, que algo sabía de estrategia, entendía el poder de una máscara. Había peleado por la II República durante la Guerra Civil española y caído prisionero en un campo de concentración franquista, del que fue liberado con la ayuda, secreta, de un fraile. Y terminó aquella desventura contratado como chofer, vaya ironía, del Cuartel General de Franco en Burgos.

Enemigo de los totalitarismos, ante la invasión nazi a Polonia, el joven se ofreció como espía contra el III Reich en la embajada británica en Madrid. Lo mandaron, en jerga ibérica, a inflar gaitas. Así que se fue –como lo había hecho antes– con los contrarios. Quería conocer sus debilidades. Los alemanes lo tomaron como doble espía.

A partir de entonces todo fue teatro: mandaba mensajes falsos desde distintos puntos de la Gran Bretaña, sin estar allí siquiera. Armaba informes convincentes que tomaba de noticieros de cine y datos de la biblioteca de Lisboa –donde se asentó. Incluso tenía la frescura de enviar a Berlín sus reportes de viáticos de viaje para cobrarlos.

Cuando volvió a proponerse para el servicio británico, el MI5 contrató al más hábil mentiroso de la historia, al que tenía bien estudiado. Llegó a la isla, como agente, en 1942. Su nombre clave: Garbo.

Garbo fue fundamental en un intrincado programa de contraespionaje aliado: el triple agente ayudaría a desinformar a Alemania mediante pistas creíbles, incluso verdaderas, que confirmaran información falsa. A veces los nazis daban un golpe, pero los británicos ya habían calculado el daño, siempre menor.

Bajo el alias de Arabel, engañó a Hitler con información que le llegaba de una red de 27 informantes totalmente inventados por él: "el ama de llaves de un lord que conversa con aristócratas muy bien instalados en el Foreign Office; un republicano irlandés, que odia a los ingleses", reveló en una entrevista publicada en 2014 por el diario El País.

Fue así que seis horas antes de la Operación Overlord –el desembarco de más de 150 mil soldados de EU, Reino Unido y Canadá en playas normandas, imposible de ocultar a los alemanes–, los convenció de que aquello era un señuelo, que el verdadero ataque tendría lugar en Calais –al sur– y que no movieran sus puestos de allí. Cuando se produjo la invasión en el norte, las fuerzas alemanas fueron insuficientes.

El resto es historia.

Una historia que pudo ser distinta de no haber frenado el "ataque de histeria" de la señora Pujol, según el reporte del servicio secreto británico, en el que también consta lo siguiente:

Con ayuda de Harris, Joan Pujol inventó que había sido arrestado por el MI5 por haber defendido a su mujer. Entonces llevaron a doña Araceli a una prisión, donde encontró al pobre Joan maltrecho y en ropas de recluso. Luego le dijeron que lo liberarían, pero que a la menor provocación, la mandarían encerrar también. "Ella regresó a casa muy escarmentada a esperar el regreso de su esposo", apuntó Harris.

Ya en paz –si cabe la expresión–, Pujol contactó a los nazis y los convenció de que Overlord era una farsa.

La espía que lo amó

De Araceli hay que contar, también, que no era de pocas luces: a ella se atribuye que Pujol se ofreciera al III Reich para así tener algo que vender a los británicos. Y ejercía tal seducción que aquellos eligieron Arabel, el nombre clave de Joan, por "Araceli, la bella". Siempre fue su cómplice. Incluso en Lisboa, donde la pareja acordó vivir porque no hablaba inglés, cuando la orden era que se trasladase a Inglaterra.

Tras el Día-D, los nazis amenazaron con matarles. Pujol, una vez más, desenfundó el ingenio: "No hubo engaño", replicó. "Les di la alerta antes del desembarco, pero no supieron defenderse en Normandía, y ellos consolidaron la cabeza de puente normanda, y desistieron de desembarcar por Calais", se cita en la entrevista con el diario español.

Luego, el espía les pidió dinero para escapar. Se lo dieron. Fingió su muerte en Angola.

A mediados de los 80 se supo que Pujol estaba en Venezuela. Allí dio a conocer lo que le impelía a desbaratar a Hitler: "Mi padre me enseñó el valor de la libertad".

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