Culturas

Da Vinci y la máquina del universo

En Leonardo, dibujar es pensar. Para una mente que no distinguió arte de ciencia, concebir máquinas era una manera de preguntar al cosmos por sus misterios.

Aquella máquina perfecta con la que miró y se asombró, se preguntó y ensayó; aquel constructo de huesos y carne que le llevó de algún lugar cercano a Vinci a Francia y mantuvo su mente despierta en este mundo por casi 67 años, fallaba. El tiempo, imparable, no alcanzaba para dar con la clave del movimiento perpetuo. El de su corazón cesó el 2 de mayo de 1519.

Algo supo de aquello esa noche en que garabateó, al borde de un apunte de geometría, lo que se cree fueron sus últimas líneas: "perché la minestra si fredda".

En su estudio de piso alto, frente a la chimenea encendida y una vista al Castillo de Amboise, en Francia, el maestro, un anciano, dibujaba cuatro triángulos de diferente base, con un rectángulo en su interior. Cuenta Walter Isaacson en Leonardo Da Vinci. La Biografía, que al igual que Euclides, Leonardo intentaba entender la fórmula para que el área de un triángulo rectángulo se mantuviese igual aunque variasen sus catetos.

Mente maquínica. Las máquinas fueron para Leonardo una forma de preguntar sobre una de sus grandes fascinaciones: el movimiento. Así como plasmó disecciones de esa maquinaria de factura divina que es el cuerpo humano, inquirió en papel por la mecánica de los objetos, que analizó por partes y en perspectivas que permitieran apreciar cómo se transmitía el movimiento a través de engranajes, poleas, palancas…

Al calce de aquellos diagramas, acotados, como era su costumbre, con escritura especular, irrumpe abrupto un "eccetera". Y aquella frase como un extraño punto final:

"Perché la minestra si fredda".

La acotación no pertenece al mundo de los números y de las formas, sino de lo doméstico. Y por eso lo que dice es relevante. El genio ha cesado. Deja a un lado su pregunta al universo, una tarea que jamás concluirá, porque el universo sigue su curso y... la sopa se enfría.

Un silencio de siglos es lo que siguió al apunte, del que no se sabe si existe otro posterior. La línea, escrita quizá en torno a 1518, se ha vuelto famosa en voz de uno de los biógrafos del toscano, Charles Nicholl, quien en su libro de 2005, Leonardo: El vuelo de la mente, elige esta anotación -una de tantas sin trascendencia aparente que se encuentran en los trabajos de Da Vinci- porque lo pinta de cuerpo entero: de pie en el presente y humilde en su saber. Uno de los gigantes que lleva al hombre en los hombros para que éste pueda mirar el universo.

Existe un último documento. El 23 de abril de 1519, Da Vinci dictó a un notario de Amboise su testamento (de haber sido hijo legítimo es probable que fuera él quien redactara la voluntad final para algún artista muy alejado de su genio, ya que le habría correspondido, como primogénito, tomar la profesión de su padre).

Mente maquínica. A través de sus dibujos, estudió la manera de que el "ímpetu" mantuviese un curso de movimiento rítmico y constante –lo que la tecnología del Renacimiento aún no conquistaba. La visión mecanicista de Da Vinci se adelantó a Newton, al concluir que son las mismas leyes las que rigen todos los movimientos en el cosmos. "El universo entero es una máquina", escribió. Su aportación a la ciencia estricta de la causa y efecto llevó a Europa –junto a otros– a una nueva etapa en el proceso de civilización.

El pintor del rey estaba enfermo. Y en aquel escrito encomendaba su alma "a nuestro soberano dueño y señor Dios y a la gloriosa Virgen María". Mera forma -repara Isaacson- para un hereje que negaba el alma de los fetos tanto como el diluvio.

Ordenó sus exequias, en la iglesia de Amboise, y heredó a Mathurine, la sirvienta que le hizo la sopa, "un vestido de buen paño negro forrado de piel y dos ducados". Su hijo adoptivo y albacea, Francesco Melzi, recibió la mayor parte de su herencia, y a su empleado doméstico y más reciente compañero, le legó la mitad de la viña que le obsequiara Federico Sforza.

Al igual que su nacimiento, su muerte está envuelta en misterio y fantasías, algunas de ellas propagadas por Vasari, su notario, y puestas en duda por sus biógrafos.

No se sabe si el rey Francisco I sostuvo, en efecto, la cabeza del genio en su lecho de muerte. Tampoco si se cumplió aquello que el mismo Leonardo escribió 30 años antes: "Al igual que un día bien aprovechado trae un sueño feliz, una vida bien empleada trae una muerte feliz".

Su tumba se encuentra en la capilla de Saint Hubert del Castillo Real de Amboise.

En exhibición

El Hombre de Vitruvio: la proporción armónica entre el cuerpo y el cosmos de Leonardo Da Vinci.

Considerada un icono del Renacimiento, el Hombre de Vitruvio, que Da Vinci trazó en torno a 1590, es un estudio que muestra -como propuso el arquitecto romano Marco Vitrubio en el siglo I- que las proporciones del cuerpo humano corresponden a las de un templo "bien concebido" y, por tanto, al macrocosmos.

Expuesta al público por tiempo limitado, una de sus versiones puede apreciarse en el Museo Da Vinci, en Venecia.

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