Brasil

Argentina y su ritual a la nada

Argentina padeció durante muchos ratos del mismo hastío que contra Bosnia e Irán. Aunque ganó 3-2 frente a Nigeria y ya está en octavos de final, la albiceleste ha sido incapaz de encontrar el lindo juego de antaño.

Argentina salió a la cancha buscando su futbol y no lo encontró. El partido con prisa, 1-1 al minuto cuatro, parecía el escenario indicado para que la albiceleste desplegara el encanto tan frustrado de los dos primeros juegos de este Mundial. No fue así. Padeció durante muchos ratos del mismo hastío que contra Bosnia e Irán. Justa, tirada a la comodidad de la clasificación, fue incapaz de darle sentido a la pelota.

La salida de Lionel Messi a la mitad del segundo acto demostró las caries de un electo sin tono, acosado por una Nigeria impetuosa, pero sin ninguna educación sentimental con el balón. Ante una defensiva llena de escombros, los argentinos fueron mentiras que hablaban; sólo hablaban, no ejecutaban. El 3-2 (dos de Messi) es una gracia, una brevedad codiciosa.

Pocos países defienden tanto el sentimiento del juego. Pocos países lo desmienten tanto. Hace rato que la intelectualidad argentina habla de algo que ya no sucede: no hay en su equipo diversión, menos emoción y armonía. Los deseos ya obedecen al corazón. Si el Mundial se disputara en letras, los sudamericanos serían finalistas siempre. Pero no. La palabra no se traduce en hecho cuando se trata de futbol, de verdadero futbol.

Se habla mucho de la ausencia de tradición (con mucha razón) en la Selección brasileña. Pero no es menos traicionero lo que pasa con la albiceleste. Ya pasaron muchos años desde que la triangulación daba una forma de verso al césped. El estilo se ha marchitado. Los muchachos de la barra juegan a ganar por sobre todas las cosas, a pesar de tener al más poético del mundo, Messi. El país de la primavera suma nueve puntos dando pistas nada más de lo que pudo haber sido; es una sombra de un dulce recuerdo.

Ante un equipo artesanal, que amontona piezas en la defensa, los argentinos no lograron domesticar a la pelota. El juego es sencillo cuando se juega entre once. Las escuadras que lo embellecen son aquellas que logran juntar la formación para que el balón corra libre de un lado a otro. El agotamiento de Di María y de Higuaín (lerdo y desatinado) demuestra que el plantel no lo ha hecho bien en el trajín de las horas. Los equipos grandes se cansan y se descansan por igual. Todos los integrantes cumplen con sus funciones en tiempo justo. El desequilibrio argentino incluye a una zaga frágil, vulnerable hasta con los avances tropezados de los nigerianos, apenas cultivados en la elaboración de avances.

La desdeñosa irregularidad argentina es patética, aunque las palabras lindas digan lo contrario. Un equipo con preparatoria terminada, dará problemas al conjunto de Sabella, apesadumbrado y mortificado en cada minuto del día.

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