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¿Se puede combatir el coronavirus sin dañar la economía?

Cuarentenas, restricciones de viaje, cierres de negocios y medidas de protección voluntaria de los ciudadanos son útiles, pero han congelado la actividad productiva y destrozado la rutina de miles.

Cuando el COVID-19 ataca, lo peor del daño lo causa el esfuerzo que hace el cuerpo para combatir la enfermedad. El sistema inmunológico puede reaccionar de forma exagerada en lo que los médicos llaman una 'tormenta' de citoquinas. Las células inmunes atacan no solo al invasor viral, sino también al tejido sano. Las víctimas se quedan sin aliento cuando sus pulmones se llenan de líquido. El nuevo coronavirus, que los científicos han bautizado bajo el nombre SARS-CoV-2, nos engaña para que luchemos con tanta fuerza que, en algunos casos muy extremos, nos matamos a nosotros mismos.

Al igual que con el sistema inmunológico del cuerpo, las defensas de la economía global están en una 'tormenta' de citoquinas: el esfuerzo generalizado para combatir la enfermedad está haciendo más daño al crecimiento global que la enfermedad misma. Las cuarentenas, las restricciones de viaje, el cierre de negocios y las medidas voluntarias de autoprotección de los ciudadanos han congelado las actividades, mientras causan estragos en las rutinas de las personas.

Esta será la historia de negocios de 2020: ¿puede el mundo modular su respuesta inmune para luchar contra el Covid-19 de una manera que salve vidas sin dañar todo lo que nos importa? ¿O es un año perdido?

Hay motivos para considerar que derrotar simultáneamente al virus y mantener el crecimiento será difícil, si no imposible. Los nuevos casos en China han disminuido drásticamente en los últimos días, lo cual es una noticia maravillosa.

Pero para que eso sucediera, los líderes del país impusieron la cuarentena más extensa de la historia de la humanidad, acorralando a cerca de 60 millones de personas dentro de la provincia de Hubei, que fue el epicentro del brote. Los gobiernos de las provincias vecinas también tomaron medidas para proteger a sus poblaciones, promulgando prohibiciones de viaje y obligando a las fábricas a cerrar.

El costo económico ha sido alto: el crecimiento en el primer trimestre será de solo 1.2 por ciento, según las proyecciones de Bloomberg Economics, la tasa anual más lenta desde que China comenzó a mantener registros.

A pesar de los esfuerzos de Beijing, ha habido brotes de COVID-19 en varios sitios de China, así como en Corea del Sur, Irán, Italia, Estados Unidos y otros lugares del planeta. Y ahora que las autoridades fuera de Hubei han comenzado a aligerar las restricciones para limitar el dolor económico, existe el riesgo de que la cantidad de casos nuevos en el país comience a aumentar nuevamente a medida que las personas vuelvan a trabajar, estudiar y comprar. Si el número de casos nuevos en China sigue disminuyendo, demostrará que un estado autoritario con una población flexible y capacidades de vigilancia de alta tecnología pueden frenar el COVID-19. Pero pocas naciones, si es que alguna otra, podrían emplear la estrategia de China, o siquiera considerarían hacerlo.

Los pronosticadores ahora han dirigido su atención a Estados Unidos, la única nación con una economía más grande que la china. La pregunta es básicamente la misma: ¿cuánto quitará el COVID-19 al crecimiento de EU y cuánto del daño vendrá de los esfuerzos para combatir al virus que en vez de la enfermedad misma? La misma pregunta podría hacerse en México, si es que las autoridades del país decidieran endurecer las medidas de prevención de contagio, que hasta mediados de marzo estaban consideradas entre las más laxas de las principales economías de todo el planeta.

El desplome del mercado de valores no es solo un síntoma del daño que el virus está causando en la economía global, sino también una de sus causas. Incluso los hogares que no poseen acciones no son inmunes al llamado efecto de la caída en la riqueza de los precios bursátiles. Las ventas minoristas tienden a desacelerarse bruscamente a raíz de los choques del mercado porque, correcta o incorrectamente, muchos ven a las bolsas como el indicador más importante de la salud de la economía. La confianza empresarial experimenta un impacto similar, que generalmente se traduce en una disminución de la inversión. Y, por lo tanto, es una profecía que se cumple a sí misma: si tanto los consumidores como las empresas reducen sus gastos porque piensan que las perspectivas económicas han empeorado, es casi seguro que así será.

Un virus tan contagioso como el SARS-CoV-2 es difícil de reprimir mientras las personas continúen reuniéndose. Si el virus sigue propagándose en EU, es probable que siga una recesión, afirma el economista en jefe de Moody's Analytics, Mark Zandi.

"Podríamos pasar de un ciclo positivo que se refuerza a sí mismo a un ciclo negativo que se refuerza a sí mismo", señaló el 3 de marzo.

State Street Associates, el brazo de investigación del gigante financiero State Street, pone la posibilidad de una recesión en Estados Unidos en los próximos seis meses en 75 por ciento, en función de los precios de las acciones a principios de marzo. En realidad, puede que ya haya comenzado una recesión inducida por el COVID-19.

Los especialistas más tradicionales miden las recesiones desde el pico de la actividad económica hasta el punto más bajo, y es posible que la de Estados Unidos haya alcanzado su punto máximo en febrero, cuando el desempleo tocó un un mínimo de 50 años de 3.5 por ciento.

Si resulta imposible extinguir el virus, lo mejor es aprender a vivir con él. Hay que reservar las precauciones extremas para los más vulnerables, como los residentes de hogares de ancianos, al tiempo que se postergan las medidas de amortiguación económica en otras esferas.

Por ejemplo, las fábricas, oficinas y escuelas generalmente deben permanecer abiertas, aunque con mejores procedimientos para limitar el contagio (lavado de manos, distanciamiento social, trabajar desde casa cuando sea posible, licencia por enfermedad remunerada). Los gobiernos pueden compensar el daño económico con políticas fiscales y monetarias estimulantes.

Amurallar ciudades afectadas no tiene sentido si la enfermedad ya se está extendiendo fuera del área de contención. "En un mundo globalizado, hay dudas acerca de si el caballo ya está desbocado", dice Neil Shearing, economista de Capital Economics. Eso suena derrotista. Pero dado lo dañino que puede ser un sistema inmunitario agresivo, es realista.

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