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¿Quién será el valiente que ‘levante la mano’ para sustituir a Mario Draghi?

El italiano conoce de política, finanzas y es buen mensajero. El BCE necesita a alguien así para defender su independencia.

Si estás buscando el trabajo más difícil del mundo, lo encontrarás en Frankfurt. El presidente del Banco Central Europeo (BCE) debe supervisar una institución que establece la política monetaria para un bloque de diecinueve estados miembros. Desde 2014, el BCE también ha sido el principal regulador bancario de la unión monetaria, entre sus obligaciones está exigir aumentos de capital a los prestamistas y cerrar instituciones fallidas desde Italia hasta Letonia. Por último, el banco central está involucrado en los debates sobre el futuro de la zona euro; trabajando para sugerir un camino a seguir que acomode las opiniones contrapuestas de políticos y autoridades nacionales. Al mismo tiempo, cada palabra que sale de esa oficina es seguida con atención para obtener pistas sobre la dirección que tomará la política.

El presidente tiene que cuidar más que sus palabras. Mario Draghi, quien dejará el BCE en octubre tras un mandato de ocho años, era escrutado hasta por el color de las corbatas que usaba en su habitual conferencia de prensa, pues algunos observadores especulaban medio en broma que eran indicio de la postura monetaria del BCE. El analista Louis Harreau de Crédit Agricole Group estudió 18 corbatas que el presidente usó a lo largo de decenas de discursos para tratar de encontrar correlaciones entre la corbata y el crédito. Su conclusión, dice con humor, es que no existía ninguna.

Dejando a un lado la moda, el italiano de 71 años tomó un duro trabajo y lo hizo parecer fácil. Formuladas con agudeza financiera y chulería por igual, sus declaraciones han pesado y han cambiado el curso de la historia. Su compromiso de hacer "lo que sea necesario" para salvar al euro contribuyó al rescate de la moneda común en la crisis de deuda soberana de 2011-2012. También supervisó la expansión del BCE en el ámbito de la supervisión bancaria, convirtiéndola en la institución europea más poderosa en un momento en que otros órganos, incluida la Comisión Europea, han perdido su influencia sobre los gobiernos nacionales.

Pero ahora los líderes europeos deben encontrar un reemplazo adecuado, que será el cuarto presidente del BCE (el neerlandés Wim Duisenberg y el francés Jean-Claude Trichet precedieron a Draghi). Entre los candidatos están Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, François Villeroy de Galhau, gobernador del Banco de Francia, y una serie de candidatos de naciones que van desde Países Bajos a Finlandia. A Europa no le faltan banqueros centrales talentosos, pero ninguno de los candidatos iguala el carisma y las capacidades del actual jefe. La gran interrogante que enfrenta la zona euro es si un presidente más ordinario puede ser lo suficientemente fuerte para mantener unida a la quebradiza unión monetaria del Viejo Continente.

Draghi llegó al cargo con una trayectoria ejemplar en la academia, el sector público y la banca. Se doctoró en economía en 1977 en el MIT, bajo la tutela de Franco Modigliani y Robert Solow, ambos premios Nobel. Fue profesor en la Universidad de Florencia y director general del Tesoro italiano antes de unirse a Goldman Sachs Group Inc. En 2005, fue gobernador del Banco de Italia y asumió el BCE en 2011, justo en la crisis de deuda soberana de la zona euro.

Draghi tuvo suerte cuando llegó la hora de sacar a la unión monetaria de esa tormenta, que amenazaba su propia existencia. La Reserva Federal de Estados Unidos, bajo Ben Bernanke, había sido precursora en el uso de políticas monetarias no convencionales, como la implementación de compras de activos a gran escala, conocida como flexibilización cuantitativa, para alentar la inversión y el gasto. Draghi comprendió que el BCE también debía ampliar sus herramientas. En 2012, introdujo el programa de operaciones monetarias de compraventa (OMC), el compromiso de comprar cantidades ilimitadas de bonos de un país en crisis, siempre que se inscribiera en un programa de rescate. En 2015, cuando la zona euro estaba al borde de una espiral deflacionaria, el BCE copió a la Fed y lanzó la flexibilización cuantitativa. Los movimientos llegaron tarde, pero Draghi merece un enorme crédito por llevarlos a cabo.

Su capacidad para hacerlo dependía de otras habilidades. Primero, su destreza para llegar al público. El programa OMC es tal vez el mejor bluf en la historia monetaria: el BCE nunca ha tenido que usarlo, pero su existencia tranquiliza a los inversores y evita que abandonen los bonos gubernamentales. Este compromiso no solo puso fin a la crisis de deuda de la zona euro, también ayudó a evitar una nueva cuando, en 2018, el gobierno de Italia dio a conocer un paquete de medidas que amenazaba la sostenibilidad fiscal del país. Los rendimientos de los bonos italianos se dispararon, pero, a diferencia de lo ocurrido en 2012, hubo poco contagio a otros países. Los inversores han elegido creer en el programa OMC a pesar de sus defectos: nunca se ha puesto a prueba y está sujeto a que un país se inscriba en un programa de austeridad fiscal y reformas estructurales.

Nada de esto habría sido posible si Draghi no hubiera conseguido el respaldo de los líderes europeos. La flexibilización cuantitativa y las operaciones monetarias de compraventa han sido creíbles porque tienen un amplio apoyo político. Draghi ha demostrado una habilidad notable para mantener el apoyo de Alemania. Hace mucho que el establishment político y financiero alemán ha sido escéptico de los esquemas de compra de bonos, por temor a que puedan representar una financiación monetaria de los déficits públicos, lo que está explícitamente prohibido en los Tratados de la Unión Europea. De hecho, el banco central de Alemania se ha opuesto a Draghi. Con todo, él ha usado sus habilidades políticas y de comunicación para ganar el apoyo de la canciller Angela Merkel y relegar la oposición del Bundesbank.

El historial de Draghi, empero, no ha sido impecable. El crecimiento en la eurozona se ha ralentizado, cuestionando la decisión del BCE de suspender la flexibilización cuantitativa en 2018. Su gestión de la burocracia de la institución también ha sido deficiente, esto es evidente en el Consejo de Supervisión, el organismo que supervisa a los bancos más grandes de la zona euro. Hubo un momento a principios de 2019 donde cuatro de los seis representantes que el BCE tiene que proponer o nombrar estaban vacantes, lo que dificulta el trabajo de Andrea Enria, el nuevo jefe del Consejo de Supervisión.

Pero pocos creen que alguien pueda llenar los zapatos de Draghi. Tampoco ayuda que dos de sus aliados en el comité ejecutivo de seis miembros, Peter Praet de Bélgica y Benoît Coeuré de Francia, también renuncien este año. El BCE tendrá que reemplazar a la mitad de su equipo monetario en menos de un año.

Olli Rehn y Erkki Liikanen, el actual y el anterior gobernador del Banco de Finlandia, respectivamente, considerados para suceder a Draghi, no son economistas de formación; ambos han sido miembros del parlamento finlandés y ministros del gobierno. Por supuesto, hay otros banqueros centrales sin doctorado en economía, como Jay Powell, el abogado que dirige la Reserva Federal de EU. Pero existe la duda de si tales figuras pueden actuar con la confianza y rapidez intelectual de Bernanke y Draghi al enfrentar una crisis. El BCE tiene en el irlandés Philip Lane, su nuevo economista jefe, un cerebro monetario. Pero el comité ejecutivo también se está volviendo más abiertamente político: Luis de Guindos, nuevo vicepresidente del BCE, era el ministro de Economía de España. De haber más nombramientos así, uno podría temer por la independencia del BCE, algo sobre lo que Draghi manifestó preocupación en relación con los intentos de influir en la Fed.

Como académico monetario, Weidmann, presidente del Bundesbank, tiene más competencia en economía que la mayoría de los candidatos.

Pero existen temores de que, si fuera elegido, las herramientas de Draghi perderían inmediatamente credibilidad. Weidmann se opuso al programa OMC, por tanto los inversores podrían dudar de su voluntad para hacer "lo que sea necesario" para salvar al euro. El jefe del Bundesbank también ha sido un crítico de larga data de la flexibilización cuantitativa, un instrumento que los inversores creen que el BCE podría reactivar si la zona euro cae en una nueva recesión. La designación de un "halcón" durante una desaceleración podría ser particularmente problemática: los inversores pueden temer que el BCE se quede sin instrumentos para impulsar la inflación.

Klaas Knot, gobernador del banco central neerlandés, Villeroy de Galhau, y Coeuré son los otros candidatos principales. Knot tiene doctorado en economía en la Universidad de Groningen, mientras que Coeuré y Villeroy cuentan con largas carreras en el Tesoro francés. Pero no está claro si tendrían el peso político de Draghi. Coeuré es quizás el mejor candidato, pero enfrenta obstáculos políticos en su país. En 2015 no fue considerado para ser gobernador del banco central de Francia, el elegido fue Villeroy de Galhau. Por otro lado, el presidente galo Emmanuel Macron podría estar interesado en presionar para que un francés presida la Comisión Europea, y podría haber un problema de reglamento: los periodos de ocho años de los miembros del comité ejecutivo del BCE no son renovables, Coeuré no podría continuar.

Al final, el sucesor de Draghi surgirá de una negociación que involucrará a las otras vacantes de este 2019. Aparte de la dirección de la Comisión Europa, están las presidencias del Parlamento Europeo y del Consejo Europeo.

El riesgo es que estas negociaciones resulten en un candidato elegido principalmente para que encaje con las otras piezas del rompecabezas. Los políticos también pueden verse tentados a elegir un jefe débil del BCE, para que se deje influir por la presión política del resto de los países miembro.

Eso sería desastroso. El BCE ha sido efectivo bajo Draghi porque ha podido actuar en un nivel de independencia por encima de la política nacional y promover desde su trinchera el proyecto europeo. Desde la crisis de deuda soberana, la zona euro ha dado pasos significativos hacia una mayor integración. Además de una supervisión bancaria centralizada, ha creado un reglamento único y fondos comunes para hacer frente a las crisis. También ha establecido un fondo de rescate de mayor aliento, el Mecanismo Europeo de Estabilidad.

El proceso tiene un largo camino. La zona euro carece de un tesoro centralizado que ayude a estados miembros a enfrentar un choque aislado sin recurrir a las estrictas medidas y condiciones que impondría el Mecanismo Europeo de Estabilidad. También falta solidaridad en cuanto a impuestos y gastos. Últimamente, Alemania y los Países Bajos han aplicado políticas fiscales más estrictas, lo que impide ayudar a otros estados miembros. Todo esto supone una responsabilidad para el BCE, a menudo el único proveedor de estímulos económicos a corto plazo.

Draghi es fuertemente criticado, y con razón, por sus fallos. Pero fue excepcional en desempeñar el trabajo más duro del mundo. Cuando él se vaya, la fragilidad de la zona euro bien puede resurgir.

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