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¿Podremos abandonar la medición del PIB?

La intención del presidente de buscar un indicador alternativo no es nueva, aunque la forma tradicional de evaluar el crecimiento económico aún es indispensable.

OPINIÓN

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El presidente Andrés Manuel López Obrador ha expresado en varias ocasiones durante los últimos días que va a trabajar en la creación de un indicador alterno al tradicional Producto Interno Bruto (PIB), que refleje de mejor manera el desempeño de la economía, incluyendo los avances en el bienestar, la distribución del ingreso y la felicidad de la población mexicana.

Tal vez para algunos suene novedoso este intento. Pero la realidad es que desde hace ya bastante tiempo otros mandatarios, así como economistas y filósofos, han buscado la creación de métricas alternas al PIB.

Algunos especialistas mexicanos como Eduardo Sojo, Gerardo Esquivel y Rodolfo de la Torre expresaron de inmediato en redes sociales cuáles eran los antecedentes a dicho intento.

Un caso muy notorio es el informe que en febrero de 2008, el entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, pidió a los economistas Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi. El resultado fue el Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social que incluye 12 recomendaciones que pueden ser la base de cualquier proyecto.

Además, se encuentra la estadística calculada desde hace años por lan Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que se denomina "¿Cómo Va la Vida?". En el caso particular de México, el esfuerzo más sistematizado de un medidor de ese estilo corresponde al indicador de bienestar subjetivo calculado por el Inegi.

Desde luego que es legítimo el interés de buscar una métrica que refleje mejor la evolución de las condiciones económicas de la población. Lo que resulta sospechoso es que ese intento se presente justamente cuando tendremos probablemente la caída más drástica del PIB de toda la historia moderna de México.

No se puede dejar de pensar en que se buscará un indicador alterno que permita encubrir de alguna manera el mal resultado económico en este año y probablemente de toda la primera parte del sexenio de López Obrador.

Pero, ¿es defendible seguir midiendo el desempeño económico sobre la base del PIB?

Los cuestionamientos a las mediciones no han empezado precisamente ahora.

El sexenio pasado, el rector del ITAM, Arturo Fernández, señaló en diversas ocasiones que la forma de calcular el PIB por parte del Inegi estaba subestimando el crecimiento, pues no consideraba los cambios tecnológicos en la canasta de consumo que habían tenido lugar en los últimos años y, por lo tanto, no reflejaba adecuadamente el éxito económico que se estaba obteniendo.

El Inegi respondió explicando los procedimientos a través de los cuales se incluyen cambios en las ponderaciones, así como la manera en la cual se reflejaba el progreso tecnológico en su medición. Esa ya no es una discusión que esté en la agenda.

Aun si existieran otras métricas para calcular el desempeño de la economía, sería preciso mantener el PIB, ya que es la única que permite una comparación internacional en virtud de que se calcula de la misma manera en todos los países y, además, es la única medición que permite hacer cálculos y comparaciones históricas.

No es raro, sin embargo, que se pida al PIB más de lo que es capaz de expresar solo como unidad de medida del valor generado en la economía en un lapso preciso.

El propio PIB y su crecimiento pueden adecuarse para medir mejor, por ejemplo, a través de la medición del PIB per cápita.

Le pongo un ejemplo. De acuerdo con los datos del PIB, la economía mexicana creció aproximadamente a una tasa media del 6 por ciento entre 1955 y 1975. Sin embargo, esa cifra se puede matizar si se recuerda que la población crecía a un ritmo de 3.2 por ciento al año, de modo que el crecimiento per cápita era de 2.7 por ciento, una cifra que ya no parece tan impresionante.

Con los ritmos de crecimiento poblacional que tenemos hoy, una economía que lograra tasas sostenidas de crecimiento de 4 por ciento al año estaría con un ritmo per cápita equiparable al del llamado desarrollo estabilizador en el siglo pasado.

Es claro que el PIB no es la única medida para poder obtener una imagen del desempeño económico.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde hace años, ha elaborado otro indicador que también puede servir para comparar países y ver su desempeño en el tiempo. Se trata del "Índice de Desarrollo Humano" (IDH).

Cuando se observa el grupo de países con el mejor resultado en ese indicador, corresponde también con el que tiene el PIB per cápita más elevado. Los primeros tres lugares corresponden a Noruega, Suiza e Irlanda.

Y al revés, los países con el índice de desarrollo humano más pobre corresponden también a los del PIB per cápita más bajo: Chad, República Centroafricana y Níger.

Sin que la medición del PIB sea suficiente pareciera que, por lo menos, es consistente con otras métricas que pretenden incluir elementos que miden el desarrollo y el bienestar.

México aparece en la posición 76 del IDH, muy por debajo de la posición que le da el tamaño de su PIB, pero cercano al de su PIB per cápita. El valor de este índice ha crecido en 9.6 por ciento de 2000 a 2018, el último dato disponible. De modo que aun en el llamado periodo neoliberal, como lo califica AMLO, hubo una mejoría en el desarrollo humano.

Los datos del IDH son consistentes también con las cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) respecto a la evolución de la pobreza en México.

A principios de este siglo, hubo en México otro debate parecido al actual y se creó un ente autónomo en la estructura de la Secretaría de Desarrollo Social, que tendría la responsabilidad de la medición de la pobreza, pues se consideraba que esta era un mejor indicador que el mero crecimiento de la economía para observar los resultados de las políticas públicas.

El Coneval empezó a realizar mediciones de la pobreza e integró otras que se habían hecho en el pasado. La conclusión a la que se llega es que hay una relación cercana entre la marcha del PIB y la pobreza.

Y aunque el crecimiento económico no es garantía de que la pobreza disminuya, sí parece una condición necesaria.

Por eso, no sorprendió que en la actual coyuntura, el Coneval estimara que la pobreza podría incrementarse como no lo habíamos visto desde que se efectúan mediciones.

López Obrador ha planteado que otro de los índices de éxito es el combate a la corrupción. Sin embargo, los datos ofrecidos por el Inegi, derivados de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental, muestran que la corrupción que padece el ciudadano no solo no se ha reducido, sino que se ha incrementado, por lo menos durante 2019.

Otro de los indicadores que López Obrador ha sugerido como necesario para la nueva métrica que está planteando es la felicidad.

El Inegi ha hecho mediciones a lo largo en los últimos años respecto al bienestar subjetivo de la población.

En los datos que revelan las encuestas aplicadas no sorprende que el nivel de satisfacción con la vida de la población se haya mantenido más o menos constante entre octubre de 2018 y enero de este año, con una calificación de 8.3 en una escala de 10.

En donde se apreció una mejoría es en el comparativo entre julio de 2013 y la última medición realizada en el sexenio de Peña, pues se pasó de 7.7 a 8.3 puntos.

Es decir, de acuerdo a las mediciones disponibles, en la administración de López Obrador no se ha percibido aún una mejoría en el indicador de bienestar subjetivo, lo que sí se pudo observar a lo largo de los cinco años previos, cuando hubo crecimiento del PIB, bajo, pero crecimiento al fin.

El indicador que sí tuvo un alza sensible en el primer año de la administración actual es el del poder adquisitivo de los salarios, que aumentó en una proporción que no se había visto desde principios de este siglo.

Esto permitió una reducción, también muy marcada, de la llamada "tendencia de la pobreza laboral", que igualmente mide el Coneval.

La caída en los niveles de empleo que se empezó a producir en marzo probablemente interrumpa la tendencia de este indicador y que en el curso de este año veamos un retroceso.

Casi en cualquier medición que se realice en el contexto de una crisis, como la que estamos atravesando, no podrá haber prácticamente ningún saldo favorable.

Es legítimo que se busquen mediciones alternas al PIB. Lo han hecho otros países y diversas instituciones.

Sin embargo, si lo que se pretende es encontrar que, pese al mal resultado en materia de crecimiento, se puede obtener un indicador favorable, un análisis superficial claramente muestra que no será así.

No obstante, no hay que descartar la posibilidad de que un grupo de técnicos afines al gobierno desarrolle algún retruécano estadístico y que alguna encuesta conduzca a la conclusión de que, aunque el PIB vaya a la baja, le gente diga que es feliz, feliz, feliz, como ha sostenido en varias ocasiones el presidente.

Si esa fuera la conclusión, el indicador por desarrollar perdería toda credibilidad.

Regreso a lo dicho, probablemente la medición del PIB sea insuficiente para conocer la dinámica de la economía, pero sigue siendo imprescindible.

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