Bloomberg Businessweek

La fusión de estos bancos muestra la debilidad de Europa

El Viejo Continente depende de bancos sólidos para estimular su economía, pero la rentabilidad elude a sus instituciones financieras.

La mayor gestora de activos del mundo emitió una advertencia: más de una década después de la crisis financiera mundial, los bancos europeos aún tienen un largo y tortuoso camino hacia la recuperación. "Europa se encuentra en medio de una transición muy, muy dolorosa", dijo Philipp Hildebrand, vicepresidente de BlackRock, a Bloomberg TV. "Cabría esperar que esto conlleve cambios significativos en la forma en que operan los bancos, en sus modelos de negocio, y tomará tiempo". Hasta entonces, señaló, los inversores probablemente querrán abstenerse.

El hecho de que las instituciones financieras de la región, incluso las más grandes, se encuentren débiles es un motivo de preocupación, y no solo para sus accionistas y bonistas. Europa depende grandemente de sus bancos para impulsar el crecimiento, allí las instituciones financieras proporcionan aproximadamente el 75 por ciento del financiamiento a las empresas y 90 por ciento del crédito a los hogares. En Estados Unidos, en cambio, las empresas dependen de los mercados de capital para obtener la mayoría de su financiamiento.

De hecho, la presión para que Deutsche Bank AG y Commerzbank AG consideren fusionarse provino en parte de un sector del gobierno alemán que desea a un titán financiero nacional saludable que ayude a acelerar el crecimiento del país. Pero no hay una solución fácil. Ambos luchan con sus reestructuraciones.

Con la expansión económica en todo el continente europeo, el tiempo se agota para que los bancos se repongan. Otra recesión complicaría su recuperación. En el centro de las dificultades están los débiles balances y la modesta rentabilidad. Muchos bancos apenas cubren su costo de capital. Nada muestra mejor esta falta de confianza que las valoraciones de las acciones bancarias. Desde enero de 2018, el índice de referencia Stoxx 600 Banks Price Index ha bajado 26 por ciento. Los bancos europeos valen una cuarta parte de su nivel máximo, alcanzado en 2007.

En comparación, la cotización de los bancos de EU ha evolucionado bastante bien y, para principios de 2018, habían recuperado casi todas sus pérdidas, reportando ganancias récord el año pasado. Según el indicador de rendimiento de capital ROE, la rentabilidad se sitúa en 9.5 por ciento en Europa, mientras que en Estados Unidos está cerca del 12 por ciento.

Tras la crisis financiera y la posterior crisis de deuda soberana, los bancos europeos han reforzado sus balances, han descargado activos tóxicos y se han centrado en actividades y geografías clave. Empujados por una regulación más estricta, han adoptado prácticas más prudentes en trading y crédito. Pero eso no parece reflejarse en el precio de sus acciones. En promedio, los bancos europeos cotizan un 20 por ciento por debajo de su valor en libros, y la divergencia es aún mayor en las entidades más grandes, como Deutsche Bank, que cotizan con descuentos de hasta el 75 por ciento. En cambio, los bancos de EU son mucho mejor valorados por los inversores, con una prima del 40 por ciento sobre el valor en libros, según Bloomberg Intelligence.

Aunque los directivos europeos pueden hacer más para remediar las debilidades de sus instituciones y reactivar la rentabilidad, están atrapados en un pantano de bajas tasas de interés y costos crecientes. La normativa regulatoria les exige tener más reservas de capital como colchón que amortigüe las pérdidas potenciales en caso de crisis y, por otro lado, la inversión necesaria para reforzar los controles y actualizar la tecnología anticuada eleva los gastos. Mientras, la competencia de las firmas emergentes de tecnología financiera está obligando a los bancos a gastar más en innovación y a reducir las comisiones que pueden cobrar en pagos como las transferencias internacionales de dinero.

Además, el hecho de que la región no haya cristalizado la visión de un mercado único de servicios financieros de carácter paneuropeo, la llamada unión bancaria, significa que hay obstáculos que hacen imposible que los bancos crezcan fuera de sus mercados locales. Al contrario, los crecientes intereses nacionales han causado una división en Europa.

La decisión de Gran Bretaña de dejar la Unión Europea pondrá barreras y exacerbará la fragmentación de los mercados de capital. El futuro se ve demasiado sombrío.

Tras la crisis financiera, Europa y EU emprendieron caminos divergentes. Mientras que el gobierno estadounidense se apresuró a recapitalizar a los bancos más grandes del país en 2008, Europa no impuso a la industria en su conjunto a una reestructuración, sino que rescató a determinados prestamistas. Como la ayuda estatal era un estigma de desesperación que los bancos europeos trataban de evitar, recurrieron en su lugar a un aumento de capital gradual y poco sistemático, y a una modesta reorganización.

Armados con balances más sólidos, los bancos de EU se recuperaron rápidamente, mientras que en 2011, cuando Europa se vio afectada por otra crisis, se hizo evidente que sus bancos aún seguían convalecientes. Cuando Chipre, Grecia, Irlanda, Portugal y España solicitaron ayuda internacional, en parte para apuntalar sus industrias financieras, las peticiones de aplicar inyecciones de capital para imitar lo que EU había hecho no fueron atendidas. Los bancos en algunas de las economías más grandes, como Italia y Alemania, se las arreglaron solos. "El gran problema de Europa fue que reaccionó con mucha lentitud a la crisis, dando pequeños pasos ex post cada vez y sin emprender acciones resueltas ex ante", explica Dante Roscini, profesor de la Harvard Business School.

Al final, los bancos de la zona euro recibieron ayuda, pero en forma de préstamos baratos del Banco Central Europeo (700 mil millones de euros) y una flexibilización cuantitativa a través de la compra de bonos soberanos y corporativos por dos billones 600 mil millones de euros. Si bien eso ayudó a elevar los precios de activos, mejorando los balances de los bancos y la confianza, también los alentó a comprar más deuda soberana de sus propias naciones.

Lo que dio pie a un círculo vicioso que reduce los préstamos, socava la economía y aumenta la debilidad de bancos y gobiernos.

Desde 2014, el Banco Central Europeo (BCE) también ha mantenido tasas de interés negativas, afectando a los bancos de la zona euro. Entre los bancos europeos más grandes, el margen de interés neto promedio (la diferencia entre el interés que cobran por los préstamos y lo que pagan por los depósitos, ponderado por el monto de los activos) es de 1.6 por ciento, muy por debajo del 3.3 por ciento que disfrutan los principales bancos de EU, según datos de Bloomberg Intelligence. Los bancos en los 19 países que usan el euro tienen que pagar un interés de 0.4 por ciento sobre los dos billones de euros que depositan en el BCE, que les cuesta alrededor de 8 mil millones de euros cada año, según Deutsche Bank.

El presidente del BCE, Mario Draghi, señaló que las bajas tasas de interés continuarán. Cuando redujo el pronóstico de crecimiento para la zona euro de 1.7 a 1.1 por ciento para 2019, Draghi aseguró que las tasas se mantendrán en los actuales niveles bajos, al menos hasta el final del año, recortando las perspectivas de un crecimiento económico más rápido. "No hay un final a la vista para la contracción de la rentabilidad de los bancos", advierte al respecto Peter Hahn, decano del London Institute of Banking & Finance.

Hace solo cuatro meses, la expectativa de que las tasas de interés subirían hizo que Doug Braunstein, exdirector financiero de JPMorgan Chase & Co., adquiriera acciones de Deutsche Bank. Al anunciar que había comprado una participación del tres por ciento en el banco en noviembre, citó el "aumento significativo" de las ganancias para el banco por el alza de las tasas de interés, cosa que no ocurrió.

Deutsche y Commerzbank han entablado conversaciones para crear, con su fusión, la cuarta institución financiera más grande de Europa, con un balance general de casi dos billones de euros. La idea es que al eliminar las duplicaciones de funciones mediante la reducción de empleos, la fusión también reducirá los gastos generales de financiamiento de los bancos. El matrimonio resultante verá un aumento en la rentabilidad, y como un banco de mayor tamaño también podría competir más efectivamente con otros bancos globales en el mercado de valores.

Empero, la entidad resultante todavía tendría que lidiar con las ineficiencias estructurales de Europa. Más de seis mil 200 bancos operan hoy en toda la Unión Europea. Si bien esa cifra es menor a los ocho mil 500 que operaban en 2008, el mercado sigue profundamente fragmentado. En Alemania, las cinco principales instituciones poseen aproximadamente el 30 por ciento de los activos bancarios; en Estados Unidos concentran más del 65 por ciento.

Una fusión dejaría a Deutsche Bank y Commerzbank con una participación de mercado de entre 10 y 15 por ciento, lo que les otorgaría poco poder para marcar los precios en un sector implacable.

Cientos de cajas de ahorro y cooperativas de crédito del sector público alemán compiten con bancos comerciales en desigualdad de condiciones. Mientras que un solo órgano, el BCE, supervisa a los prestamistas más grandes, los más pequeños están regulados por agencias nacionales, lo que agrava las inconsistencias. La ausencia de un mercado europeo verdaderamente único seguirá obstaculizando las fusiones y asociaciones transfronterizas. Los bancos no pueden explotar al máximo la expansión fuera de sus mercados locales porque no pueden mover fondos libremente, los países de la eurozona aún tienen programas de seguro de depósitos individuales, no existe una red de seguridad común.

Los intereses nacionales dificultan el progreso. Algunos se oponen a los esfuerzos para crear una agencia paneuropea para detectar y prevenir los flujos de dinero negro. En septiembre, el Danske Bank AS de Dinamarca dijo que había movido alrededor de 230 mil millones de dólares, en su mayoría de origen sospechoso, a través de su división de Estonia. Desde entonces, más de media docena de bancos europeos han enfrentado acusaciones de lavado de dinero, ya sea a través de ellos o de bancos corresponsales.

La Comisión Europea ha propuesto otorgar más poder a la Autoridad Bancaria Europea, pero es probable que los sistemas judiciales de cada país aún deban ser el brazo ejecutor. Hay otras debilidades estructurales. El banco europeo promedio tiene una exposición a deuda soberana equivalente al 170 por ciento de su capital Tier 1, más del triple de la exposición de los bancos estadounidenses, según los analistas del Deutsche Bank. Lo que es más, aproximadamente el 60 por ciento de las tenencias de deuda soberana de un banco europeo promedio son deuda de su gobierno de origen. Eso es porque, por ahora, la deuda soberana en los libros de los bancos todavía tiene una ponderación de riesgo cero, lo que significa que no se toma en cuenta en los cálculos del requerimiento de capital que deben tener.

Cuando se ahogaban bajo el peso de los préstamos incobrables, los bancos italianos usaron gran parte de los fondos de estímulo del BCE para comprar deuda soberana en lugar de fomentar los préstamos en una economía golpeada por la recesión. Tal como están las cosas, los préstamos incobrables o tóxicos aún representan más del 10 por ciento del total de préstamos, e Italia volvió a entrar en recesión el año pasado.

Los esfuerzos del BCE para reactivar las economías de la zona euro manteniendo las tasas bajas no están funcionando, dice Roscini. "En lugar de propiciar que las empresas y los hogares pidan préstamos, las tasas de interés negativas por un largo periodo de tiempo crean una sensación de ansiedad", dice. "Los bancos necesitan más rentabilidad para asumir un mayor riesgo crediticio. Europa está empezando a parecerse cada vez más a Japón". La comparación no es buena, el deterioro de los márgenes bancarios afectaron a bancos japoneses las últimas dos décadas.

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