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Héctor Zamora: el arte de hacer un ‘muro’ en Nueva York

La obra de este artista mexicano conecta directamente con el público y genera emociones que le valen reconocimiento en todo el mundo.

Este año, muchos han cuestionado el propósito de la vida y qué huella dejarán en un mundo cuya existencia desborda en redes y escasea en lo interpersonal. Es probable que el ser humano quiera trascender y con puntadas características tejer un legado. En esa búsqueda, quién mejor que los artistas para mostrar que la inmortalidad sí se puede alcanzar con creaciones que mueven fibras emocionales e intelectuales.

"Un artista es como una esponja, absorbe todo y esto luego se ve en el resultado final". Así define Héctor Zamora el proceso de sus trabajos.

Nacido en 1974 en una familia de clase media en Ciudad de México, este artista contemporáneo con exposiciones en todos los rincones del mundo trasciende con sus intervenciones en espacios públicos y obras urbanas cargadas de simbolismo y crítica a las fracturas sociales.

Zamora hizo su licenciatura en Diseño Gráfico de 1994 a 1998 en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), pero su interés por las estructuras ligeras lo llevaron a participar en clases de geometría estructural en la UNAM. Nunca se graduó como arquitecto. Sus atípicos modelos de construcción se ven reflejados en diversas obras de su trayectoria profesional como Topografía volátil (2006), Protogeometrías, ensayo sobre lo anexacto (2013) y Memorándum (2017).

Luego de vivir quince años en el extranjero, entre Lisboa y Sao Paulo, Zamora volvió hace poco a México. En sus más de veinte años de carrera ha buscado espacios fuera de los museos con el fin de entablar un diálogo más directo con el público y generar reacciones. Su trabajo está embebido de sus preocupaciones sociales y políticas, de las barreras de los sistemas, la injusticia y la invisibilidad. En 2004, tradujo sus críticas a través de Paracaidista av. Revolución 1960bis, una especie de 'parásito' creado a partir de piezas que convierte en un espacio habitable firmemente adherido y extendido sobre una fachada esquinera del Museo Carrillo en la capital del país.

Para Paola Santoscoy, curadora e historiadora mexicana de arte, "las piezas de Zamora abren espacios para múltiples interpretaciones al tiempo que lanzan muy claramente una provocación que toca temas urgentes y muchas veces espinosos. La suya es una visión de la función social del arte que combina lo lúdico con el pensamiento crítico". Así, Zamora no solo se une a innumerables artistas mexicanos que durante décadas han exportado su genialidad, sino que llama la atención hacia el país sembrando cuestionamientos y reflexiones.

En su afán de provocación, Zamora se aventura constantemente en la reinvención de espacios para dar nacimiento a infinidad de contradicciones. En el concepto de sus piezas involucra al espectador y cada técnica que aplica revela el alcance de su capacidad de subversión. Lattice Detour, su más reciente monumento a las divisiones del mundo, yace actualmente (y hasta el 8 de diciembre) sobre la terraza del Museo Metropolitano de Arte en Nueva York. Este proyecto, organizado por Ira Candela, curadora de arte latinoamericano del museo, y patrocinado por Bloomberg Philanthropies, busca establecer un diálogo adaptado a la diversidad de los visitantes del museo.

El impacto es abrupto. Lattice Detour, un grandioso muro de 30 metros de largo y 3 de altura, atropella, metafóricamente, al espectador con sus simbólicos contrastes. La imponente estructura de ladrillos terracota, llevados desde Monterrey, permite ver a través de ella y que el viento fluya. La escultura alberga recuerdos de la infancia de Zamora, las conocidas paredes de celosía donde se trepaba y escondía pequeños objetos. El muro no solo evoca la pasión del artista por las geometrías (la interacción del sol refleja sombras de diferentes patrones sobre el piso) sino el actual contexto político entre norte y sur, el muro fronterizo proyectado entre EU y México y las perpetuas divisiones globales. Pese a los huecos de esta pared —como las porosidades mismas de la vida—, el muro se impone como una barrera exclusiva que insiste en la dinámica del alejamiento y recuerda al ser cuánto le falta aún por lograr.

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