Bloomberg Businessweek

Estas son las voces de los nuevos trabajadores del mundo

Estos millennials enfrentan un cambio global sin precedente.

Estos son tiempos inquietantes y a la vez extraordinarios para ser un trabajador. En el mundo, los jóvenes de familias pobres ganan más que sus padres. Con todo, las presiones de la globalización y la automatización también han dejado a muchos luchando por un poco de seguridad y por sentir que su trabajo tiene un valor. "Este momento es como la Revolución Industrial, es como el Londres de Dickens, por la cantidad de convulsiones y cambios, y apenas hemos empezado a pensar en ello de esa manera", expresa Mark Muro, investigador de la Brookings Institution.

A menudo oímos hablar del cambio en términos matemáticos o leemos sobre comunidades que sufren por las transformaciones tecnológicas o la deslocalización del trabajo. En esta era, es difícil tener una idea de cómo afecta el cambio a las personas mismas.

Inspirada por Studs Terkel, Liao Yiwu, Svetlana Alexievich y otros escritores, pasé seis meses viajando por los cinco continentes recogiendo las historias de millennials de clase trabajadora, particularmente en ocupaciones que no existían una generación atrás.

Los mejores empleos están en las grandes ciudades, de allí que millones crucen fronteras. Internet expone oportunidades antes inalcanzables, y muestra que otras personas tienen muchas más opciones. Y las historias confirman que ser clase trabajadora es una condición insegura, eres reemplazable. Y a veces, hablar públicamente sobre tu trabajo puede provocar represalias por parte de un empleador o de un gobierno. Estas diez personas sintieron que tenían una historia que valía la pena contar.

Mantero

Barcelona, España

Lamine Bathily, 29 años

Fui un niño rebelde. En la escuela, en Senegal, me castigaban porque siempre quería hablar en lengua wólof, no me gustaba que me obligaran a hablar francés. Allá pintan a Europa como un paraíso donde todo es genial. Y al ser el hermano mayor de la familia, eres responsable del futuro de tus hermanos. Así que cuando veía las pateras, las embarcaciones de madera, pensé, ¿y por qué no?

Mi padre, que vende zapatos, no sabía que planeaba dejar África. Tenía 17 años cuando salí en patera, una experiencia que nunca quisiera repetir. En España me enviaron a un centro de menores, era el año 2007. En Barcelona conocí a otros senegaleses y me hice mantero como ellos para ganar dinero. Primero vendí lentes, luego relojes. Pero no quería ser vendedor callejero, es ilegal y la policía te detiene. En 2015, para protestar por la persecución nos pusimos a vender en las Ramblas, donde la policía no puede hacerte nada porque hay muchos turistas. Ahora vendo camisetas del Barcelona los fines de semana, y doy charlas sobre racismo, en las universidades, en las escuelas. Un profesor blanco no puede explicar el racismo porque nunca lo ha vivido, pero nosotros sí.

Cultivadora de mariguana

Rionegro, Colombia

Fanny Tobón Tobón, 37 años

Tuve una hermosa infancia en el rancho de mi abuelo, aprendí a montar a caballo, a ordeñar vacas. Mi papá nos enseñó que no hay trabajo que las mujeres no puedan hacer. Tenía 18 años cuando nació mi hija, yo fui madre y padre para ella. Eran tiempos violentos y migramos. Luego, trabajé limpiando casas en Medellín, pero al morir mi padre me encargué de mi hermana, mi mamá y mi hija. Trabajé en plantaciones de crisantemo. Conocí a alguien y nació mi segunda hija, pero tampoco tuvo padre pues lo mataron.

Luego conocí a mi actual esposo y tuve dos hijos más, él es auxiliar de almacén. Económicamente no estábamos bien, sobre todo tras el accidente de mi segunda hija. Un amigo me habló de PharmaCielo, productor de cannabis medicinal, él trabajaba allí y llevó mi currículo. Me llamaron el mismo día.

Trabajo con las plantas madre, de ellas tomamos los esquejes, muy parecido a lo que hacía con los crisantemos. Aquí he aprendido las propiedades del cannabis, mi sueño es ayudar a muchas personas y tratar a mi hija. Gano el salario mínimo, 828 mil 116 pesos (260 dólares) al mes, más subsidio para transporte y seguro de salud.

Recolector de abalón

Ciudad del Cabo, Sudáfrica

Anónimo (su trabajo es ilegal), 35 años

Me fascina el mar. Crecí viendo gente atrapar cangrejos en sus canoas. Decidí intentarlo. Tenía 12 o 13 años cuando empecé, vendía cangrejo a los extranjeros, a 30 rands (dos dólares) la pieza. Luego, a los 15, aprendí a bucear. Fue cuando oí hablar del abalón, no sabía qué era, solo que era caro. Así que comencé a pescar abalón. La primera vez que me sumergí no quería subir, es tan hermoso allá abajo.

El mundo de hoy es muy caro, por eso somos pescadores furtivos, para ganarnos el pan. Otras personas piensan que robamos, ¡pero es el mar, Dios nos dio el mar! Cuando ves un abalón, tienes que buscar alrededor, siempre andan en familia. Tienes que estudiar sus zonas de reproducción y de alimentación. En la isla Robben, donde estuvo Mandela, hay mucho abalón, toneladas. Una vez la policía nos descubrió pescando allí, nos encarcelaron siete días.

El mejor día de mi vida fue cuando salvamos a muchas personas del barco Miroshga, que había volcado en el mar. Todos los buzos furtivos nos lanzamos al rescate, la gente gritaba, por todos lados veías chalecos naranja. Rescatamos a todos los que pudimos. ¿Sabes lo que nos dieron? Las gracias y un pastel.

Revendedor de computadoras

Accra, Ghana

Desmond Ahenkora, 29 años

Tengo una tienda, compro laptops, computadoras y piezas de segunda mano, y luego lo publico en Facebook, en mi WhatsApp y en los anuncios clasificados de OLX y Tonaton. Lo que vendo no es nuevo, son productos usados que vienen de Estados Unidos u otro país, pero funcionan perfectamente una vez arreglados. Si trabajas duro, tienes muchas computadoras y te publicitas bien, puedes ganar unos mil o mil 500 cedis (280 dólares) al mes.

Soy de Ashanti, me mudé a Accra en 2006, tienes que mudarte a la ciudad para tener una vida mejor.

La primera computadora que tuve debí venderla en 2013 para pagar mi licencia de conducir, y empecé a manejar un taxi. Es duro, el taxi no es tuyo, trabajas para alguien más y te paga 300 cedis al mes. Eso es muy poco para vivir, comer, la renta, los servicios. Cuando tienes hambre, te pones a pensar mucho, y decidí pensar diferente.

La primera reventa que hice fue una computadora HP, le gané unos 130 cedis. Lo único que necesitas es publicar una foto del producto y su descripción. Me gusta la TI, creo que es mi pasión. En la escuela no teníamos computadora, la dibujaban en un pizarrón. Cuando sea rico, volveré a Ashanti y abriré una escuela de informática.

Trabajador de almacén

Hamburgo, Alemania

Omar Elhaj Ibrahim, 34 años

Nací en Raqqa, Siria. Somos seis hermanos y dos hermanas. Mi padre era contratista y mi madre, ama de casa. Yo estudié economía y mi primer trabajo fue como cajero, pero cerraron la oficina cuando Al-Nusra Front y Ahrar al-Sham tomaron Raqqa.

Me vine a Alemania en 2015, el país nos abrió las puertas, pero no tenían un plan para nosotros. Fue difícil vivir en Hamburgo, hubo un momento en que llegamos a robar pan, nunca creí que eso me pasaría. Alguien me habló de Amazon y empecé a trabajar de recolector de almacén. Ubico el artículo con un robot, compruebo que es el correcto y lo envío a paquetería. Tenemos que recolectar 300 artículos en una hora. Mi salario mensual es de mil 500 euros. Pero es un trabajo muy pesado. Mi plan es renunciar y volver a la escuela. El trauma de ser un refugiado nos afecta a todos. No nacimos siendo refugiados.

Costurera

Rangún, Myanmar

Phoo Myat Zin Maung, 25 años

Nací en un pueblo en la isla de Haing Gyi. Recuerdo muchas cosas de mi infancia, pero el lugar nunca volverá a ser el mismo. Estábamos en Rangún cuando el ciclón Nargis barrió con todo. Nunca volvimos a la isla, nos quedamos en Rangún. Mi padre murió cuando yo tenía 16 y mi madre nos sacó adelante.

Empecé a trabajar en esta fábrica de ropa antes de los 18 años y luego aprendí a coser. Trabajar aquí es como vivir en una prisión. Las fábricas no contratan a trabajadores mayores de 30 años, usan tu energía cuando eres joven, luego te descartan. Es como una muerte en vida. Pero solo sé hacer esto. Las prendas que hacemos son para exportación. Nuestro grupo, de 70 personas, debe hacer cien pantalones por hora y recibe unos 15 o 20 centavos de dólar por pantalón. Estudié historia a distancia y quisiera ser guía turística. Si pudiera, me gustaría conocer Roma.

Influencer

Brooklyn, Estados Unidos

Shamiyah "Maya" Kelley, 26 años

Crecí en Irmo, en Carolina del Sur. No es que fuéramos superpobres, sino que todos los demás parecían ser más ricos. Cuando empecé a pedir empleo tras graduarme, nadie me contrataba. Mi nombre en el currículo era "Shamiyah", lo cambié por un nombre menos étnico, "Maya", y a la semana tenía trabajo.

En Nueva York conseguí un puesto de mánager de redes sociales de una marca de esmalte para uñas. Luego fui asistente de una influencer y abrí mi sitio web. Luego trabajé en una agencia de medios, y como no me sentía satisfecha, en 2017 decidí trabajar tiempo completo en mi blog, eso significaba salir todos los días, hacerme fotos, crear contenido. Las marcas comenzaron a buscarme, de allí vienen la mayoría de mis ingresos. Por un post patrocinado en Instagram, mi mínimo es de 400 dólares. Creo que el primer año gané unos 40 mil dólares. A veces me va bien, otras no tanto. No todos pueden ser un megainfluencer con un millón de seguidores, pero está bien, me gano modestamente la vida, pero tengo libertad.

Maquila de electrónicos

Ho Chi Minh, Vietnam

Nguyen Thi Ngoc Bich, 24 años

Nací en el Delta del Mekong, en la provincia de Dong Thap. Mis padres no tenían nada. Solo hice cinco años de escuela, tuve que empezar a trabajar. Estuve en dos o tres fábricas antes que esta, como era menor de edad, hacía trabajos que no requerían papeles.

No puedo decir que me guste el trabajo, lo hago por dinero. Cuando empecé, ganaba al mes cuatro millones de dongs (172 dólares). Después fueron hasta siete millones. Hoy, si trabajo horas extra, puedo ganar nueve millones (387 dólares). He escuchado que en Vietnam los suelos son más bajos.

Tenemos dos semanas de turnos diurnos y dos semanas de turnos nocturnos. Un turno dura doce horas. Todos los días debemos ensamblar unas 10 mil piezas, ni siquiera sé qué productos hacemos. Intento ayudar a mi madre y a mis hermanos, mi padre, alcohólico, murió el año pasado. Llevo ocho años en Saigón, pero no conozco mucho. Pensé que al casarme mi esposo me llevaría a conocer sitios, pero luego tuvimos un bebé y salimos poco. En Saigón solo conozco el parque acuático Dam Sen.

Cuidadora

Kioto, Japón

Trinh Thi Viet Ha 28

Crecí en una zona rural de Vietnam, soy la mayor de tres hermanos. Éramos pobres, pero mis padres siempre pensaron que la educación era importante. Cuando terminé el bachillerato ellos querían que estudiara medicina, pero no alcancé el puntaje, así que hice enfermería y me gradué en 2012. Comencé a interesarme en Japón cuando hice mi solicitud para el programa EPA para enfermeros extranjeros en Japón. Tras ser aceptada, estudié japonés por un año.

Llegué a Japón en 2014, trabajé en un geriátrico en Kobe. Aprendí que aquí hay más adultos mayores y menos personas en edad de trabajar.

En Vietnam los hijos cuidan de los padres. Mi profesión es dura. Mi contrato era mil 477 dólares al mes, los sueldos en Japón suelen ser más altos que en Vietnam, pero es más barato vivir allá. Yo enviaba a casa dos tercios de mi sueldo. Ahora estoy casada y acabo de mudarme a Kioto, actualmente no trabajo.

Manager de call-center

Suqian, China

Shi Jie, 32 años

Mi familia es humilde, nunca imaginé que trabajaría en una oficina. Cuando mi madre murió, mi padre asumió la responsabilidad y yo, como hija mayor, hice lo posible para terminar el bachillerato. Sabía que las fábricas de electrónica en Changzhou pagaban bien. Así que me fui de Suqian y conseguí mi primer empleo en una línea de ensamblaje, ganaba 800 yuanes (116 dólares) al mes. En 2006 entré a trabajar en JD en Shanghái. Ganaba más del doble que en Changzhou. Ahí conocí a mi esposo en 2008.

En Shanghái supe que abrirían un centro de atención al cliente en Suqian. En 2013, JD creó el Sunshine Angel Team, un grupo conformado por personas con discapacidad, y me puso al frente. Mi salario me permite una vida de clase media alta en Suqian. Si mi madre viviera, estaría orgullosa.

Con la colaboración de Anne Cassuto, Barcelona; Aung Naing Soe, Yangon; Kimon de Greef, Ciudad del Cabo; Jorge Caraballo Cordovez, Rionegro; Yuki Yamauchi, Kioto; Francis Kokutse, Accra; Trang Bui, Ho Chi Minh; Mohammad Khalefeh, Hamburgo y Maggie Li, Suqian. Entrevistas por McGraw Center for Business Journalism de la Escuela Newmark de Periodismo en la Universidad de Nueva York.

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