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Alejandro González Iñárritu solo quiere hacer cine: el éxito lo prueba y lo 'escupe'

Alejandro González Iñárritu, uno de los más grandes cineastas mexicanos de la historia sigue dejando su marca en en la industria, ahora desde Cannes.

"Si tienes éxito, pruébalo y escúpelo inmediatamente: es veneno".

Ese consejo y mil dólares fue lo que recibió Alejandro González Iñárritu a sus 17 años cuando estaba a punto de subirse al barco de carga que lo llevaría a Europa.

Si esto hubiese pasado antes, Alejandro quizás habría recibido más dinero y se habría evitado muchos mareos. Pero su padre, Héctor González Gama, ya no era el prominente banquero que había sido en los sesenta, sino un hábil distribuidor de frutas y verduras: todos los días se levantaba a las 04:00, se surtía en la Central de Abastos y repartía el producto a los restaurantes de la capital.

La expropiación de la banca del expresidente José López Portillo dejó a la familia González Iñárritu con deudas gigantescas en los setenta. Alejandro era el menor de los cinco hermanos y el más afectado por la crisis. Así creció El Negro: entre una realidad adversa y la nostalgia por el pasado.

De su padre, ha dicho, aprendió el espíritu guerrero que hoy lo caracteriza. Su hermano mayor es Héctor González Iñárritu, empresario del futbol y exdirector de Selecciones Nacionales. Alejandro es el único de su familia que se dedicó al arte, aunque su mamá le decía que era pariente lejano de Agustín Lara.

Aunque es el mexicano que ha ganado más Premios Oscar —cinco— y el primer latinoamericano en presidir el jurado del Festival Internacional de Cine de Cannes, ha aprendido bien la lección de su padre: la fama es un mal entendido. A veces bromea diciendo que ganaría más si se hubiera dedicado a vender tacos en Estados Unidos.

Llama idiotas a aquellos que pregonan que 'time is money': "Esa frase ha destruido al mundo".

Quizás no le habría venido mal el dinero en aquel viaje a Europa. Allá se quedó un año con su amigo Jaime Zambernardi, con quien subsistió en varias ciudades del Viejo Continente y África. No pocas veces durmió en parques o hizo la limpieza. Ya antes había aprendido a lavar calderas y baños en el buque en que cruzó el Atlántico, donde leía a Camus y Hesse.

Al volver, estudió comunicación en la Universidad Iberoamericana y se volvió en locutor de WFM, donde programaba rock en inglés e hizo contactos en el mundo publicitario y musical. Estrategia que después le ayudó a convertirse en cineasta y montar su propia empresa, Zeta Films.

En aquella aventura por el extranjero confirmó lo que en su infancia ya había vivido: el hombre está determinado por sus circunstancias. No es casualidad que sus personajes sean inadaptados con problemas existenciales o que sus historias siempre estén determinadas por el entorno, como el actor que busca trascendencia en lugar de fama (Birdman), el hombre que desarrolla amores violentos a partir de su condición socioeconómica (Amores Perros) o el padre que busca venganza en medio de conflictos migratorios (The Revenant).

Quizás por eso, al recibir el Oscar, se atrevió a alzar la voz contra el gobierno mexicano y contra los discursos xenófobos de Donald Trump.

Algunos actores lo describen como un dictador. O un neurótico en el mejor de los casos. No lo culpen: González Iñárritu sólo quiere hacer cine; la fama la prueba y la escupe.

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